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Presentación de “Superpoblación e industrialismo

El siguiente es un artículo de un autor controvertido, Miss Ann Thropy,[1] que en su día estuvo relacionado con las primeras etapas del movimiento Earth First! (EF!). Este autor, causó con sus artículos un gran revuelo entre los ecologistas humanistas izquierdistas estadounidenses en los años 80. En el mundo hispanoparlante, dicho revuelo llegó de forma indirecta a los entornos ecologistas y “antiindustriales” humanistas de izquierdas, como la nebulosa noción de que la “ecología profunda” (sea lo que sea a lo que se refieran con ésta expresión) es misantrópica, (o incluso “ecofascista”; otro término indefinido que añadir a la lista de etiquetas peyorativas habitualmente usadas por ellos). Hasta donde sabemos no hay ninguna traducción previa al español de sus artículos, por lo que mucha de la gente hispanohablante que ha estado repitiendo esta cantinela durante los últimos 35 años está en gran medida “tocando de oídas”. Ésta es una de las principales razones para publicar esta traducción: ofrecer una fuente original que tomar como referencia antes de emitir juicios y generalizar.

En realidad el autor no era precisamente un ejemplo representativo de los miembros o simpatizantes del antiguo EF!, menos aún de esa cosa semiamorfa y mal definida llamada “ecología profunda”. Miss Ann Thropy, que compartía con lo primeros miembros de EF! el ecocentrismo (es decir, considerar que los ecosistemas salvajes son lo más importante) y la preocupación por la superpoblación, así como su simpatía hacia cierta noción de la “ecología profunda”, en efecto colaboró asiduamente con EF!. Sin embargo, Miss Ann Thropy siempre fue por libre, y no puede considerarse que perteneciese realmente a EF!, aun siendo éste un “movimiento” excesivamente abierto, plural y vagamente definido.

¿Hasta qué punto tenía razón y hasta qué punto se equivocó en este artículo? En el artículo hay varias cosas que son más que cuestionables. Por ejemplo, su noción de que el feudalismo sucumbió principalmente debido a la Peste Negra y que el sistema social y económico que surgió tras él lo hizo porque no se “articuló una crítica del feudalismo en términos de sus relaciones de poder”, es muy probablemente una simpleza. La despoblación causada por la peste puede que fuese uno de los factores materiales que influyesen en cierto modo en ese cambio de régimen social, pero seguro que no fue el único ni probablemente el más importante. Peor aún es la idea de que lo que hizo que surgiese el “capitalismo” fue la ausencia de crítica de las relaciones de poder feudales. Aquí ni siquiera se está haciendo depender la historia de un factor material, sino de una mera idea (o de su ausencia). Y por el contenido de dicha idea (que aparece repetidamente a lo largo del texto), cabe sospechar que el autor sufría una fuerte influencia izquierdista (anarquista para más señas; véase más abajo).

Su teoría de que las poblaciones humanas actuales están “sin duda” viéndose restringidas por limitaciones biológicas similares a las que actúan en ciertas especies de animales salvajes, es como mínimo puramente especulativa (como él mismo paradójicamente reconoce). Si bien quizá no le falte razón hasta cierto punto, ya que en el fondo somos animales con una naturaleza sujeta a limitaciones físicas, no está nada claro ni cuál es ese punto ni que esas restricciones biológicas al crecimiento demográfico (en caso de existir) estén siendo tan intensas como para frenar realmente el crecimiento poblacional de forma apreciable en la actualidad.

Volviendo a la noción de poder, tampoco está clara cuál es la relación entre las estructuras de poder social y la preservación/destrucción de la Naturaleza. ¿Qué era lo realmente importante para el autor? ¿Combatir las estructuras de poder y los problemas sociales que supuestamente conllevan, o combatir la destrucción y subyugación de la Naturaleza, en este caso debida a la combinación de superpoblación y tecnología moderna? Porque puede que ambas cosas no tengan tanta relación como él asegura. De nuevo, por mucho que a sus críticos ecoizquierdistas les pese, Miss Ann Thropy era más parecido a ellos de lo que querrían admitir.

En estrecha relación con la noción de las estructuras de poder y su crítica, otro defecto del autor, que es asimismo típico de algunos críticos de la sociedad tecnoindustrial hasta la fecha, es confundir la mera crítica de la gestión que actualmente se hace de la tecnología moderna (lo que él y otros llaman “tecnocracia”) con la crítica de la sociedad tecnoindustrial y de la tecnología moderna en sí (lo que aparentemente él y otros llaman “industrialismo”). En realidad, no se trata de quién o cómo gestiona la tecnología moderna, sino de que la mera existencia de ésta conlleva inevitablemente problemas ecológicos, incluido un fuerte agravamiento de la superpoblación (como bien señala el autor con el ejemplo de la medicina moderna o de la agricultura industrial).

El autor, como “buen” filósofo, tiene el vicio de redefinir los términos de forma imprecisa, no convencional y a su conveniencia. Así, por ejemplo, asume que “cultura” debe entenderse “según sus adecuados orígenes descentralizados y tribales y no como un producto de la cultura industrial moderna”. Dejando a un lado la chapuza intelectual que siempre supone incluir el término definido en la definición, el autor nos viene a decir que sólo sería cultura aquello que sea “descentralizado y tribal”, sea lo que sea que quiera decir con esto. ¿Por qué? Porque le sale de… ahí mismo. (Por cierto, el uso de la palabrita mágica “descentralización” es otra señal de las influencias izquierdistas y contraculturales que sufría el autor; la “descentralización” lleva siendo uno de los lemas de muchos ecoizquierdistas desde los años 60).

¿Y qué decir de su idealización de las economías “tradicionales” que, según él, “satisfacen las necesidades humanas respetando los límites de los ciclos naturales”? De nuevo, aparte de que el autor usa mal los términos (llama “tradicional” a lo que le da la gana y ni siquiera nos dice a qué; ¿“preindustrial”? ¿“primitiva”?), cabe preguntarse, ¿acaso no había nunca superpoblación, destrucción de ecosistemas y especies, alteración de hábitats o trasgresión de ciertos límites naturales antes del “industrialismo” o incluso de la civilización? Basta un poco de realismo e investigación (pre-)histórica para saber la respuesta.

O de su idea de que las ideas de “justicia y libertad y todos los demás valores elevados sólo encajan en un marco descentralizado y anarquista, que presuponga que la Tierra es salvaje” (cursiva añadida). De nuevo, ¿qué demonios tiene que ver la justicia con lo salvaje? Eso por no hablar del evidente progresismo moral humanista que conlleva la expresión “valores elevados” (¿elevados sobre qué?). Y de la, ya comentada más arriba, obvia influencia contracultural y anarquista que sufría el autor.

Como se puede ver, el autor tenía varios defectos, aunque muchos de ellos no son precisamente los que sus críticos izquierdistas suelen reprocharle habitualmente.

De hecho, también acertó en algunas cosas muy importantes: la relación existente e inevitable entre población e “industrialismo” (aunque no en cómo desarrolló el asunto, yéndose sobre todo a criticar la gestión de los tecnócratas y las relaciones de poder en la sociedad, en lugar de enfocarse en señalar y desarrollar cómo la superpoblación y la tecnología moderna interactúan a nivel material). O la consiguiente idea de que para reducir efectivamente la población hay que socavar el “industrialismo”. O también la idea de que el discurso ético moderno (es decir, el humanismo progresista) está ligado a los “valores industriales” (es decir a aquellos valores que el sistema tecnoindustrial necesita inculcar en la población para favorecer su propio mantenimiento y desarrollo).

[1] Pseudónimo del filósofo Christopher Manes. El pseudónimo es un juego de palabras que aunque literalmente se traduciría por “Señorita Ann Thropy”, en realidad, en inglés, suena como la palabra “misanthropy”, es decir, “misantropía”. N. del t.