Mantener los hábitats que dependen de perturbaciones

Por Laetitia M. Navarro, Vânia Proença, Jed O. Kaplan y Henrique M. Pereira

Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo. 

 

El artículo que presentamos a continuación trata sobre la importancia de un tipo de procesos naturales que habitualmente son considerados por los humanos como “catástrofes” y/o “calamidades” a erradicar: las perturbaciones de notable envergadura en los ecosistemas no generadas por los humanos: incendios naturales, terremotos, aludes… En concreto, el artículo se centra en dos tipos de perturbaciones naturales que desde un pasado remoto han influido en el paisaje europeo: los grandes herbívoros y las dinámicas de incendios naturales. Y los autores lo dejan bien claro desde un principio: “Las perturbaciones naturales (es decir, aquellas que no derivan de procesos inducidos por los seres humanos) son procesos esenciales de las dinámicas de los ecosistemas. Entre los diversos papeles que juegan las perturbaciones se halla su contribución al mantenimiento de la estructura y los ciclos de nutrientes en los ecosistemas (…)”. Este es uno de los motivos por los que consideramos valiosa la publicación de este artículo en Naturaleza Indómita, porque las perturbaciones naturales, independientemente de lo “catastróficas” que puedan resultar o no para los humanos, son parte de la Naturaleza salvaje tanto como los animales salvajes, las plantas silvestres, los ríos o las montañas.

Otros motivos son que, hasta cierto punto, y de forma más o menos explícita, los autores del texto ponen en cuestión la importancia de la biodiversidad y algunas de las referencias típicas de los ecologistas europeos (lo rural como referencia). Un claro ejemplo de esto es el hecho de que los autores reconozcan que la agricultura fue un desastre para los ecosistemas.

Por otro lado, y como casi siempre, hay aspectos del artículo que podrían ser criticados desde una perspectiva de respeto hacia lo salvaje como la de Naturaleza Indómita.

Por ejemplo, que en él se diga que, durante el proceso de desarrollo de la agricultura a lo largo del planeta, “las mejoras tecnológicas permitieron a la gente producir la misma cantidad de alimento en menos tierra, lo cual contradice una relación directa entre densidad de población y deforestación”, cuando la historia a largo plazo y gran escala ha demostrado lo contrario: a nivel histórico, la capacidad para aumentar temporalmente la producción por unidad de superficie de la tierra aportada por cada avance tecnológico ha acabado siempre siendo superada por el incremento de la demanda debido al aumento de población permitido por el propio aumento de la productividad. El desarrollo tecnológico y social no solo ha ido de la mano, si no que ha favorecido y se ha visto retroalimentado por el aumento de población y todo este proceso ha ido a la par de un retroceso general de la superficie boscosa (y, de forma más amplia, de una degradación de los ecosistemas naturales), más allá de que algunos ejemplos concretos a corto plazo y pequeña escala puedan contradecir aparentemente esta regla general.

También, cabría preguntarse si un ecosistema “en mosaico”, expresión que se suele utilizar para referirse sobre todo a ecosistemas rurales urbanizados, agroganaderos o silvopastoriles, es realmente más biodiverso (a gran escala) que un gran ecosistema poco o nada modificado por los humanos. Y en el caso de serlo, ¿que importancia tiene esto? (¿si se demostrara, por ejemplo, que un entorno rural “en mosaico” -campos, prados, pastizales, setos, matorral y bosquetes intercalados- es más biodiverso que un bosque no fragmentado de igual superficie, habría que talar y roturar parte de la superficie ocupada por el bosque para aumentar así su biodiversidad?). Se trata de tener claro el valor que uno toma como referencia: o bien la Naturaleza salvaje o bien la biodiversidad. En este artículo los autores a veces cuestionan todo esto (como hemos mencionado antes), pero en ocasiones no, de modo que no queda claro qué es lo que verdaderamente piensan sobre ello.

Por último, también nos parece importante reflexionar sobre la importancia y los efectos de las actuaciones que los autores proponen para “restaurar” los procesos salvajes en ciertos ecosistemas donde actualmente la presión humana ha disminuido o desaparecido: “Ayudar a las poblaciones locales de herbívoros salvajes, reintroducirlos en aquellos lugares en los que estén ausentes y usar quemas controladas pueden constituir los primeros pasos hacia la restauración de los procesos ecológicos”. Cuando todo esto se hace con la mera intención de dar un empujón a un ecosistema para que éste recupere sus dinámicas y pueda a partir de ese momento funcionar autónomamente (sin gestión por parte de los humanos), la actuación puede ser loable e incluso por desgracia, en ocasiones, imprescindible para que el ecosistema recupere parte de su carácter salvaje. Sin embargo, como hemos comentado en otras ocasiones, las actuaciones humanas sobre los ecosistemas, sean planeadas “por el bien de la Naturaleza” o no, no siempre terminan siendo tan buenas como en un principio se espera y demasiado a menudo generan efectos indeseados que no pueden preverse con anterioridad. Y todo esto incluso en el caso de que los gestores de esos planes de restauración lo hagan realmente preocupados por la restauración de los ecosistemas y no influidos por otros factores como el turismo, el beneficio económico, la creación de puestos de trabajo, etc. Llamamos la atención sobre estas otras motivaciones precisamente porque, al menos en España, por desgracia, suelen ser demasiado importantes dentro de la conservación y restauración de ecosistemas. E incluso en no pocas ocasiones, son prioritarias y acaparan la mayor parte de la atención, el esfuerzo y los presupuestos de quienes aparentemente están preocupados por la conservación de la Naturaleza. Algunos ejemplos son: la introducción de especies alóctonas pintándolas de autóctonas porque da dinero (bisonte europeo, “tarpanes”, caballos de Przewalski…); criar animales salvajes en cercados para que así los turistas los puedan ver fácilmente pintándolo de “reintroducción” y “conservación” (como está ocurriendo actualmente en España con el lobo ibérico…); quemar o desbrozar ecosistemas en fases intermedias de su sucesión porque así “se limpia el monte, se favorece el ‘sano’ desarrollo del mismo”, se evitan incendios y de paso se crean puestos de trabajo; y un largo etcétera.