El origen ultrasocial del Antropoceno

Por John Gowdy y Lisi Krall

Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del artículo. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo .

 

Hemos decidido publicar el siguiente texto porque le vemos dos cosas valiosas:

·      Trata un tema muy importante a la hora de entender cómo funcionan, evolucionan y se desarrollan los sistemas sociales humanos: la evolución darwinista mediante la selección de grupo. Hasta hace pocos años la evolución darwinista se entendía mayoritariamente como un proceso regido únicamente por la selección natural a nivel individual (tanto por la selección estrictamente individual como por la llamada selección de parentesco). Sólo algunos biólogos despistados, que en realidad no entendían completamente el fenómeno evolutivo de la selección natural, y algunos otros biólogos ideológicamente influidos por teorías políticas colectivistas defendían alguna forma de selección de grupo, aunque de forma muy irrealista y simplona. Sin embargo, en la actualidad va cogiendo fuerza una forma de entender la evolución basada en la selección tanto a nivel individual como a nivel grupal (selección multinivel), que si bien en muchos casos es presentada de tal manera que hace sospechar que muchos de quienes la defienden sufren también profundos sesgos ideológicos, en sí misma, como teoría biológica básica, es mucho más rigurosa a nivel científico. Y lo que es más, es en gran medida extrapolable a todo tipo de sistemas dinámicos, no sólo a los biológicos. El artículo que presentamos a continuación trata de basarse en esa noción de la selección multinivel para explicar el origen y desarrollo del sistema social actual, aunque por desgracia, como veremos también muestra fuertes inclinaciones colectivistas.

Según esta noción multinivel de la evolución, los sistemas sociales serían también unidades evolutivas. Es decir, a la hora de estudiar su evolución, la atención se repartiría entre las interacciones de las sociedades o grupos sociales y las interacciones de sus miembros individuales. Cuando se toma este enfoque sistémico, la perspectiva cambia bastante, se descubren nuevos procesos y dinámicas que no se habían tenido en cuenta y los procesos, dinámicas y aspectos ya conocidos se interpretan de formas que aportan nuevas explicaciones y amplían la comprensión de los mismos.

·         En relación con lo anterior, los autores introducen las nociones del “Superorganismo” y la “ultrasocialidad”. Independientemente de si se usan estos términos u otros para referirse a ellas, las nociones detrás de los mismos son dos ideas importantes a la hora de entender cómo surgen y funcionan los sistemas sociales humanos de gran tamaño y complejidad (civilizaciones). Básicamente, estos términos se refieren a aquellos sistemas sociales, que aunque en un principio surgen de las tendencias sociales naturales de sus miembros (los individuos y subgrupos que los constituyen), acaban tendiendo a autoperpetuarse, desarrollarse, expandirse e imponerse mucho más allá de dichas tendencias individuales o subgrupales, gracias a la selección de grupo (es decir, a la ventaja competitiva sobre otros sistemas sociales que las tendencias prosociales de sus miembros les otorgan).[1]

Estas son las dos ideas valiosas que se pueden extraer del texto para comprender mejor el funcionamiento y la evolución a grandes rasgos de los sistemas sociales. Sin embargo, como ya hemos señalado, los autores sufren un grave sesgo ideológico que les impide extraer todas las conclusiones que se podrían y deberían extraer de estas dos nociones y que, a su vez, les hace cometer ciertos errores serios y adoptar ciertas asunciones injustificadas. Algunos otros errores de los autores en este texto darían mucho que discutir, pero aquí sólo comentaremos brevemente los más destacables:

·       En realidad, a juzgar por las referencias que dan y por su vocabulario, cabe sospechar que los autores son cercanos a la corriente decrecionista o “economía ecológica”, que prácticamente siempre está inclinada hacia la izquierda política y que, sobre todo, suele estar fuertemente influenciada por el marxismo en muchas de sus ideas y análisis económicos e históricos. Algunas de las expresiones y términos que usan parecen haber sido tomados directamente del marxismo (desde “excedente económico” a “capitalismo” -no sólo para denominar en particular a un sistema económico sino también al sistema industrial moderno en general-, hasta “sociedad económica” y “hombre económico”, pasando por “apropiadores”, etc.). Y su primitivismo (es decir, la idealización de los humanos primitivos), del que hablaremos más en detalle más abajo, también ha sido tomado prestado del marxismo. No es sino una versión modernizada de la teoría del “comunismo primitivo”.

Incluso su noción de la naturaleza humana ha sido tomada prestada de la izquierda socialista: afirman y hacen hincapié en que los seres humanos tiene una tendencia natural a cooperar, e incluso dicen que es una tendencia a cooperar con extraños, de modo que se podría entender que esta tendencia a cooperar es indiscriminada, que se refiere a cooperar con cualquiera en cualquier caso, sin restricciones; es decir, que los seres humanos son por naturaleza indiscriminadamente altruistas o prosociales, lo cual no es cierto en realidad.[2] Los seres humanos no tendemos de forma natural a cooperar, identificarnos, empatizar o compartir del mismo modo con todo el mundo y nuestra tendencia natural a cooperar con completos extraños es bastante débil comparada con nuestra tendencia a cooperar con parientes, amigos o incluso con vecinos, conocidos u otra gente que de algún modo sintamos subjetivamente que es más cercana a nosotros. Y por supuesto, los autores no dicen nada acerca de la también muy frecuente tendencia humana natural al parasitismo; al abuso; a tratar de obtener beneficios a costa de otros; a no tener en cuenta las consecuencias para los demás de los actos propios; a competir y pelear; a identificar a ciertos grupos de gente como enemigos y a odiarles y dañarles; etc. Ni que estos rasgos no altruistas tienden a actuar de forma especialmente intensa en las relaciones con los extraños. Los autores enfatizan los rasgos altruistas y colectivistas de la naturaleza humana, evitando matizarlos o restringirlos. Al igual que también evitan mencionar aquellos rasgos que claramente no encajan en la, según ellos, unívoca y fuerte tendencia humana a la cooperación.[3] 

Otro rasgo tomado del marxismo por los autores es su economicismo, es decir, la tendencia a reducir a procesos y subsistemas económicos todo lo que tenga que ver con las dinámicas sociales. Parece como si para ellos, al igual que para la mayoría de los demás marxistas, todo fuese “economía”. Por ejemplo, cuando llaman “capitalismo” o “sistema capitalista” a la sociedad industrial moderna están reduciendo todo un sistema sociocultural complejo a sólo ciertos aspectos o subsistemas económicos, o al menos dando demasiada importancia a estos subsistemas y restándosela a otros como la tecnología, la demografía, el estado de los ecosistemas, etc.

Es más, los autores, como “buenos” marxianos que son, creen que la sociedad moderna es una sociedad/economía de mercado, un mercado libre, un capitalismo. Sin embargo, si por tal entendemos aquella economía que se autorregula mediante los procesos mercantiles de la oferta y la demanda, sin ningún otro tipo de intervención externa (es decir, por parte del estado), en realidad la sociedad de mercado o capitalista no existe en la actualidad, pues siempre hay algún tipo de limitación o regulación económica estatal en mayor o menor medida (por medio de leyes, impuestos, subvenciones, intervenciones, etc.). Ninguna sociedad moderna actual es realmente capitalista, un mercado totalmente libre.

Otro error típico que también cometen los autores y que procede del marxismo (de la teoría de la lucha de clases, más en concreto), es sugerir que, con la agricultura, sólo el estado del “individuo medio” empeoró, lo cual implica que el de las “clases altas” (es decir, las élites gestoras del sistema social) mejoró. Aquí se están confundiendo claramente “calidad de vida” (es decir, el grado en que el entorno y las condiciones de vida son los adecuados para permitir la expresión autónoma de la naturaleza humana) y “nivel de vida” (es decir, poder adquisitivo, acceso a servicios y bienes, nivel socioeconómico, grado de alfabetización, etc.); cuando ambos conceptos no necesariamente guardan correlación alguna o incluso a menudo son opuestos. Y así, a menudo, aunque el nivel de vida de las “clases altas” haya sido superior al de las “clases bajas” y haya aumentado más que el de éstas a lo largo de la historia, en general la calidad de vida real de ambos “grupos” no sólo no ha aumentado sino que ha disminuido a medida que las condiciones de vida se han ido alejando de aquellas a las cuales está evolutivamente adaptada nuestra naturaleza. La pregunta es, ¿cuál es entonces el problema social principal de la historia de la civilización? ¿Que en general “los ricos” se han hecho más ricos (y quizá, según algunos, los pobres más pobres) o que la calidad de vida ha ido en realidad empeorando para todos?

·      En lo que respecta a la idealización de los cazadores-recolectores por parte de los autores, éstos afirman con evidente aprobación que incluso las sociedades cazadoras-recolectoras complejas eran “agresivamente igualitarias”, que no tenían producción de excedentes, que no crecían, etc. y que todo eso se originó con el advenimiento de la agricultura. Sin embargo, la agricultura y la civilización no aparecieron de la nada. Antes de la agricultura las sociedades cazadoras-recolectoras ya se expandían y alcanzaban las capacidades de carga de sus entornos y, al menos algunas de ellas (sobre todo las sedentarias o complejas), mostraban ya muchas de las características que más tarde harían derivar a las sociedades agrícolas hacia la ultrasocialidad: sedentarismo, crecimiento poblacional, producción de excedentes, jerarquías sociales bien desarrolladas, expansionismo, etc. De otro modo las sociedades agrícolas nunca habrían llegado a existir. Los autores tratan de responder a las críticas de las idealizaciones antropológicas acerca de los cazadores-recolectores que ellos toman como referencias sugiriendo que dichas críticas son siempre obra de gente que no puede imaginar ni asimilar que podría haber formas de vivir o valores diferentes de aquellos presentados por “la narrativa del progreso”. Sin embargo, esta excusa es realmente ridícula, chapucera e incluso digna de lástima. Aunque algunos antropólogos revisionistas ciertamente traten de presentar una imagen demasiado desagradable (al menos cuando es vista e interpretada en base a los valores modernos) de las sociedades primitivas, probablemente también por motivos ideológicos, es obvio que no todo aquel que no acepta las idealizaciones (izquierdistas y políticamente correctas) acerca de los primitivos y las critica es un “hobbesiano” con el cerebro lavado por la “narrativa del progreso”, que considera que la vida primitiva era completamente asocial/antisocial y mala y que está a favor de la civilización, la sociedad moderna, el “capitalismo”, el autoritarismo, el progreso, etc.

Los autores consideran también que “los cazadores-recolectores no tenían ninguna preocupación económica particular” simplemente porque, según ellos, no acumulaban excedentes. Aun dando por hecho la más que dudosa afirmación  de que, al contrario que las sociedades agrarias, los cazadores-recolectores nunca acumulaban excedentes (véase más arriba), esto sería una cosa y otra muy distinta considerar que carecían de “propósitos económicos restringidos”. Conseguir alimento y otros recursos materiales necesarios es un propósito o preocupación económica bastante clara y concreta (¿“particular”?) en cualquier sociedad humana, incluidas las cazadoras recolectoras. En las sociedades cazadoras-recolectoras, como en cualquier otra, la economía era una parte fundamental de sus actividades y determinaba en gran medida el resto de su cultura. Porque obtener alimento u otros recursos necesarios es economía. Lo que pasa es que los marxistas tienden a considerar que “economía” es sólo el “capitalismo” o aquello que no les gusta (como la acumulación de excedentes). Para el marxismo, la acumulación de excedentes es la explicación de todo, el origen del mal. Y según ellos, eso comenzó con la agricultura. Pero se equivocan. Lo único medio cierto en lo que dicen los autores al respecto es que en las sociedades cazadoras-recolectoras la economía solía ser más variada (¿menos “restringida”?), en el sentido de que no se basaba en producir y consumir sólo una o unas pocas especies de planta o de animal. Y esto tampoco es cierto completamente. Por ejemplo, hay economías que combinan la caza-recolección con la agricultura que son relativamente variadas (no están basadas solamente en monocultivos o en la cría de una sola especie de ganado; e incluyen caza, pesca y recolección de alimentos silvestres).

Y en lo que respecta a la letanía del “igualitarismo agresivo primitivo” que muchos antropólogos y primitivistas presentan como algo estupendo, cabe hacer ciertas matizaciones. Con lo de “agresivamente igualitario”, los autores  se están refiriendo a los llamados “mecanismos de nivelación”[4] y cosas similares.[5] Algunos antropólogos afirman que estos mecanismos hacen que las personas se mantengan humildes y eliminan sus deseos de sentirse superiores y mandar sobre los demás, y que esto evita las jerarquías sociales y por tanto hace que esas sociedades sigan siendo igualitarias.

Sin embargo, ésta es sólo una de las dos caras de este fenómeno (asumiendo que realmente actúe del modo que estos antropólogos dicen). La otra cara es que esos “mecanismos de nivelación” y ese “igualitarismo agresivo” pueden ser muy opresivos para algunos individuos que en realidad sobresalen o simplemente son diferentes o se comportan de forma diferente debido a algunas de sus habilidades o rasgos psicológicos personales. Como en el ejemplo dado por Elizabeth Marshall Thomas en The Harmless People (epílogo “The Bushmen in 1989”, Segunda Edición de Vintage Books, Nueva York, Random House, 1989, páginas 286-287), en el que una banda de bosquimanos mataron a un hombre, que aparentemente sufría algún trastorno psiquiátrico, sólo porque actuaba de manera rara (es decir, diferente a la norma social) aunque en realidad inofensiva, y este comportamiento extraño les asustaba. Incluso si dejamos a un lado los casos extremadamente agresivos, como este “asesinato igualitario” colectivamente perpetrado referido por Thomas, si alguien es en realidad mejor cazador, pescador, recolector, artesano, etc. que los demás individuos de su grupo, entonces hacer que se avergüence cada vez que destaca al hacer aquello en lo que es efectivamente mejor que el resto puede tener malas consecuencias no sólo para él, sino también para el grupo. Así pues, lo que parece ser muy bueno para alguna gente, tal como la igualdad y los mecanismos sociales que la garantizan, puede ser muy malo para otros que lo sienten como una cadena impuesta a sus individualidades, potencialidades y autonomía. Es más, irónicamente, estos “mecanismos de nivelación” pueden también promover en la práctica el parasitismo y el abuso, la ineficiencia y el gobierno de los mediocres o incluso de la gente de baja calidad.[6] Y del mismo modo, podrían plantearse muchas dudas acerca de otros mecanismos de nivelación sociales agresivos como el castigo altruista. Por ejemplo, ¿hasta qué punto las normas de un grupo social son justas, acertadas, dignas de ser respetadas y su transgresión merecedora de castigo? ¿Hasta qué punto, al menos a veces, el castigo altruista no es sino un signo de borreguismo o un linchamiento mezquino y ruin? ¿Hasta qué punto no es a veces una herramienta arteramente usada para eliminar rivales, una manipulación del grupo por parte de algunos miembros (supuestas víctimas de la transgresión) en contra de otros (supuestos transgresores)? Etc. La igualdad y la cooperación con el grupo pueden tener sus propios dobleces, lados oscuros y malos efectos. Esta segunda cara del igualitarismo y del altruismo es demasiado a menudo pasada por alto por los izquierdistas (incluidos muchos antropólogos y sus seguidores). Así que en resumidas cuentas, primero, el “igualitarismo agresivo” no necesariamente es algo tan bueno y, segundo, tampoco siempre funciona tan bien.

·       Otro grave defecto de los autores es su confusión o ambigüedad respecto al “Superorganismo” y la “ultrasocialidad” que, en la práctica, les lleva a acabar siendo reformistas. No tienen claro si deberíamos desmantelar el sistema tecnoindustrial (el “Superorganismo” o el “capitalismo”, usando sus términos) o si deberíamos simplemente paliar sus efectos (desempleo, impactos medioambientales, desigualdad, etc.). Defienden ambas cosas, pero ambas cosas son incompatibles. Si lo que se pretende es hacer una de ellas entonces no se puede hacer la otra, porque sus efectos son contrarios. No se puede desmantelar el sistema ayudándole a lidiar con sus problemas (o “contradicciones”; otro término marxista) de forma exitosa. Y lo saben e incluso lo reconocen, pero de todos modos siguen defendiendo acciones reformistas. Quieren sopas y sorber. Probablemente se expresan de un modo tan confuso porque elegir una de ambas opciones significaría traicionar una parte de su contradictoria ideología (bien el pensamiento científico racional y objetivo o bien la corrección política marxista e izquierdista).

·       Otro ejemplo de ambigüedad o confusión es que los autores del texto, en cierto momento, parecen incluso tratar de realizar una crítica del desarrollo tecnológico, pero ésta se acaba quedando en una pseudocrítica de la tecnología, desviando la atención respecto del desarrollo tecnológico en sí, hacia otros aspectos en realidad ajenos a la tecnología.

De hecho, los autores (citando con asentimiento a cierto “experto”: D. F. Noble) definen la tecnología como un “proceso social”. En realidad, empezar definiendo la tecnología de forma errónea, chapucera, torpe o confusa es la mejor forma de neutralizar e inutilizar cualquier intento de crítica seria al desarrollo tecnológico. “Los procesos sociales”, sean lo que sean, son una cosa, la tecnología otra. La tecnología son los aparatos o útiles (o los sistemas de aparatos) materiales que una cultura (normalmente humana) desarrolla para realizar ciertas tareas y lograr ciertos objetivos. Nada más (¡y nada menos!). Enredar el concepto mezclándolo con otras cosas (métodos, técnicas, “procesos sociales”, ideas, etc.) es marear la perdiz, sembrar confusión y desviar la atención innecesariamente hacia aspectos que en realidad son ajenos a lo que se suele entender convencionalmente por “tecnología” y a la problemática asociada a ella.

Así, Noble, culpa al supuesto capitalismo imperante de que la tecnología no desarrolle su “potencial emancipador”, insinuando por tanto que si viviésemos bajo un régimen “no capitalista” la tecnología moderna sería estupenda. Pero lo peor es que él y los autores del texto no lo dicen abiertamente así de claro, sino de un modo tan enrevesado que parece incluso que están criticando la tecnología moderna sin realmente hacerlo. Vienen a decir, más o menos, que la tecnología no es intrínsecamente liberadora (o sea parece que critican la tecnología y dicen que no es buena) y que puede llegar a ser mala en un sistema capitalista. Pero en realidad lo que están diciendo con esto es que la tecnología moderna es neutra y que sus efectos dependen de quién la aplique y desarrolle. Desvían así de forma subrepticia el objeto de la crítica desde la tecnología moderna al “capitalismo”.

Además, el “experto” citado en el texto mezcla la tecnología con sus consecuencias y causas sociales, confundiendo “ser causado por” o “producir tal o cual efecto” con ser lo mismo que dicha causa o efecto. Ésta sería una de las típicas e innumerables falacias lógicas que los intelectuales humanistas suelen ser dados a cometer. Cuando se ponen a “pensar” en abstracto, mandan el rigor lógico a tomar vientos, estableciendo asociaciones de ideas que, en principio y si no se para uno a pensarlas con un poco de cuidado, resultan intuitivamente atractivas, pero carecen de fundamento y solidez lógicos.

·       Visto lo visto, no es de extrañar que los autores caigan en un error muy común a la hora de interpretar los procesos evolutivos: la idea progresista de la evolución y el desarrollo (es decir, considerar que la evolución es un proceso de mejora; o sea, progreso). Los autores hablan de formas “superiores” de organización social en lugar de referirse a ellas como simplemente lo que son: formas más complejas de organización social. Esto supone introducir subrepticiamente un juicio de valor en una proposición que, en principio, se debería presentar como meramente descriptiva. A pesar de sus presuntas críticas al “Superorganismo”, su colectivismo progresista les delata (para ellos, lo colectivo es mejor y cuanto más colectivo, mejor aún).

En la misma línea, cuando los autores dicen que:

Dado que el sistema es el resultado de procesos evolutivos mecánicos no es ni óptimo ni progresista. El sistema puede ser ‘natural’ pero esto no significa que sea bueno

quizá lo que querían decir era simplemente lo anterior, que la evolución (del “Superorganismo”, en este caso) es meramente un proceso de cambio ajeno a la moral, es decir que no implica realmente ningún cambio en el valor intrínseco (o en la ausencia del mismo) de las entidades que evolucionan, y como tal debe entenderse. O sea, que “evolución” no es lo mismo que “progreso”. Sin embargo, la forma en que lo dicen y sobre todo la última frase, dejan ver a las claras de qué pie cojean. Para los progresistas (es decir, los defensores de la idea de progreso) lo que no les gusta (el “sistema” en este caso) no es progresista aunque de hecho sea tan progresista o más que ellos mismos. De hecho, uno de los pilares ideológicos de la superestructura del sistema tecnoindustrial es precisamente la creencia en la existencia del progreso (entendido como la creencia en que el desarrollo social y tecnológico es en general algo bueno, una mejora). Si eso no es ser progresista, que baje Dios y lo vea.

·       Otro error típico de los textos escritos por progresistas humanistas, como es el caso de éste, es mezclar los problemas sociales y los ecológicos. Para los autores, el desempleo o la desigualdad, por ejemplo, están al mismo nivel que la destrucción de los ecosistemas y van siempre unidos a ella de forma simple y en proporción directa. Esto en la práctica, siempre acaba suponiendo que se dé prioridad a esos presuntos problemas sociales sobre los ecológicos y que, por tanto, las soluciones que se propongan sean siempre ineficaces e incluso contraproducentes a nivel ecológico. Lo social y lo ecológico, a menudo no sólo no guardan una relación directamente proporcional, sino que son cosas incompatibles.

·       Sus afirmaciones sobre la generalización de la agricultura humana tampoco son muy afortunadas. Si bien la agricultura fue adoptada por la mayoría de las sociedades humanas a lo largo de la historia, no todas la adoptaron. Una minoría de ellas ha seguido siendo cazadora-recolectora hasta prácticamente la actualidad.

·        Comparar la agricultura humana con ciertos comportamientos similares desarrollados por algunas especies de insectos ultrasociales es algo muy típico hoy en día, como lo es comparar sus colonias con las sociedades humanas civilizadas. Sin embargo, algo que a menudo no señalan quienes, como los autores, realizan estas comparaciones es que, a pesar de las similitudes, también hay diferencias sustanciales, tanto entre los comportamientos como entre las especies que se comparan. A menudo a estas comparaciones subyace un intento fraudulento de “naturalizar” o justificar la agricultura y las sociedades humanas basadas en ella.

·        Algo semejante a lo anterior se puede decir de la idea del “dominio” o “ingeniería” de los ecosistemas por parte de las hormigas. Por muy grande que sea la influencia o impacto que los insectos sociales tengan sobre ciertas partes de los ecosistemas que ocupan no es comparable en absoluto con el impacto que la humanidad civilizada ha tenido sobre los ecosistemas a nivel global (especialmente en su reciente versión industrial), como tampoco son comparables la naturaleza de las especies en cuestión ni las circunstancias a que se ven sometidas. Por ejemplo, las hormigas y otros insectos sociales siguen teniendo depredadores que son capaces de mantener bajo control su población. Los seres humanos no. Los insectos sociales no utilizan prácticamente tecnología. Los seres humanos usan una tecnología cada vez más compleja y poderosa, cuyo impacto ecológico es cada vez mayor.

·        Las afirmaciones de los autores acerca de las excepcionales inteligencia e intencionalidad humanas, son otro signo más de su progresismo humanista. Ni es verdad que seamos los únicos seres inteligentes y con capacidad de controlar voluntariamente nuestro comportamiento, ni es cierto que dicha inteligencia y capacidad de autocontrol sean ilimitados. De hecho son bastante restringidos y, desde luego insuficientes para conseguir que la sociedad tecnoindustrial funcione de tal forma que no genere los problemas que genera.

·       Los autores, acaban el artículo diciendo: “A menos que tomemos el control del sistema activamente y lo redirijamos hacia fines centrados en el ser humano y en la sostenibilidad biofísica, es muy probable que colapse”. Dejando a un lado los objetivos reformistas de los autores (ya comentados más arriba), vemos como una vez más, en un artículo se suelta la típica declaración final para dar falsas esperanzas aunque se contradiga con el resto del texto. Si la ultrasocialidad hace que los individuos pierdan autonomía y tengan que someterse en mayor medida a los intereses de una sociedad cada vez más compleja y con dinámicas propias, ¿como van a tomar el control del sistema para redirigirlo hacia otros fines? En general el desarrollo de un sistema social es imposible de controlar y dirigir consciente e intencionadamente.

·      Para acabar una apreciación técnica, el ejemplo de las arañas que cooperan de forma interespecífica (entre diferentes especies) no es tanto un ejemplo de cooperación debida a la selección multinivel, sino un ejemplo clásico de mutualismo. La selección multinivel, en principio, se refiere a las relaciones intraespecíficas (dentro de una misma especie). ¿Que algunas relaciones interespecíficas podrían también afectar a (o verse afectadas a su vez por) la selección darwinista y la evolución genética de las especies implicadas? Quizá, es muy probable, pero esto sería ya otra cosa diferente que se produciría a un nivel aún más amplio que el de la selección de grupo o de la selección multinivel tal y como se están entendiendo normalmente en la actualidad.




Notas:

[1] Todo esto, por cierto, a la vez que sus miembros pierden gran parte de su autonomía pasando a convertirse en meras piezas útiles para la autoperpetuación y desarrollo del sistema social. Cuando dicho proceso de selección de grupo se produce a lo largo de millones de años, los individuos se acaban adaptando biológicamente (es decir, mediante cambios genéticos) a él en gran medida y la ultrasocialidad pasa a formar parte de su naturaleza. Esto es lo que sucedió con los insectos eusociales (termitas, hormigas, abejas, etc.), por ejemplo. Sin embargo, cuando dicho proceso de selección de grupo se produce de forma relativamente rápida (o sin que pase el suficiente tiempo) no se producen cambios apreciables en la genética de los miembros constituyentes del grupo social en cuestión y el sistema social se autoperpetúa e impone mediante el desarrollo de mecanismos culturales (ideologías, leyes, propaganda, presión social, etc.) que contrarrestan aquellas tendencias naturales de sus miembros que aún actúan en contra de la cohesión y el adecuado funcionamiento del sistema social. Y esto es precisamente lo que ha sucedido con las civilizaciones humanas. Los seres humanos, a pesar de ser en cierta medida sociales por naturaleza, aún lo somos demasiado poco para las necesidades de autoperpetuación y desarrollo de los sistemas sociales complejos y de gran tamaño que hemos creado en los últimos milenios. Somos sociales por naturaleza, pero no ultrasociales por naturaleza. Y esto genera problemas graves. Básicamente pérdida de libertad y conflictos sociales debidos al choque entre las tendencias y necesidades del sistema social y las de sus miembros.

[2] Esto no sólo lo han tomado prestado directamente de los marxistas clásicos, sino también de algunos de los biólogos que están defendiendo teorías de selección de grupo en la actualidad, los cuales de hecho son a su vez colectivistas e izquierdistas convencidos.

[3] Por cierto, esta idea colectivista de los autores de que los seres humanos somos indiscriminadamente cooperativos por naturaleza choca de pleno con la idea, también planteada por ellos, de que el “Superorganismo” y la “ultrasocialidad” aparecen por selección multinivel. Ya que la selección multinivel se basa precisamente en la discriminación natural en favor de los miembros del propio grupo a la hora de cooperar. Aquellos grupos cuyos miembros tienden más a cooperar entre sí que con miembros de otros grupos, tienen ventaja evolutiva sobre los grupos cuyos miembros no discriminan entre propios y extraños a la hora de cooperar. De hecho, si  como los autores parecen defender, la cooperación fuese indiscriminada o incluso mayor con los extraños dejaría de haber grupos diferenciados y por tanto no habría nada sobre lo que la selección pudiese actuar.

[4] De forma breve, los “mecanismos de nivelación” son costumbres más o menos agresivas u ofensivas que supuestamente hacen que la gente se mantenga nivelada o “igual” dentro del grupo. Muy a menudo implican burlarse o mostrar signos de desprecio hacia aquellos que por algún motivo destacan o parecen destacar (o querer destacar) en algún aspecto o, simplemente, actúan de forma diferente al resto del grupo. Véase por ejemplo, “Leveling mechanism” in Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Leveling_mechanism.

Sin embargo, a veces pueden adquirir formas mucho más agresivas y violentas. Por ejemplo, Robert Edgerton, en  Sick Societies: Challenging the Myth of Primitive Harmony (Nueva York: Free Press, 1992, página 88) dice que los cazadores-recolectores tienden a matar a aquellos individuos que tratan de imponerse agresivamente sobre el resto, aunque también reconoce que a veces, en algunas sociedades cazadoras-recolectoras algunos individuos logran imponer con éxito un liderazgo autoritario de todos modos (luego no todas las sociedades cazadoras-recolectoras son siempre tan igualitarias como algunos parecen creer).

[5] Por ejemplo, otro mecanismo al que podría también serle aplicada la etiqueta de “igualitarismo agresivo” sería el llamado “castigo altruista”, en el cual un trasgresor de las normas sociales del grupo es castigado por (una parte de) el resto del grupo. Véase por ejemplo, “Third-party punishment” in Wikipedia: https://en.wikipedia.org/wiki/Third-party_punishment

[6] Uno puede llegar a pensar lo siguiente, por ejemplo: “¿por qué voy a esforzarme por hacer las cosas lo mejor posible si me van a poner en ridículo debido a ello? Mejor dejo que otros se esfuercen y entonces me burlo yo de ellos y me aprovecho del fruto de sus esfuerzos”.