El mundo sin nosotros

(Reseña del libro de Alan Weisman, a cargo de J.H.)

Nota: para poder leer la reseña en formato pdf basta con hacer clic en el título del libro.

 

El periodista Alan Weisman hace, en este libro (Debate, 2007), un extenso recorrido por distintos lugares del planeta. Con este viaje, trata de responder a la pregunta: ¿qué ocurriría en la tierra si todos los seres humanos desaparecieran de un día para otro? Esta pregunta, que puede resultar muy chocante y llamativa, en realidad conduce a esta otra: ¿qué han hecho y qué hacen las sociedades humanas para impedir que la naturaleza salvaje se desarrolle según sus propias tendencias?

Las respuestas, que Weisman proporciona a lo largo de diecinueve capítulos con la ayuda de una gran variedad de expertos, prestan atención a los típicos temas de la degradación de la naturaleza, pero su modo de enfocarlos resulta muy interesante. Al no tener que explicar estos temas en función de los perjuicios, o los beneficios, que tienen para los seres humanos, sino en función del propio planeta, no cae en una visión antropocéntrica y sesgada de los problemas ecológicos. Weisman, al proponerse este ejercicio de ficción especulativa, pone de relieve los daños ecológicos presentes y pasados en la perspectiva de la propia Tierra: la extinción de especies a causa de las actividades humanas, la contaminación en la atmósfera, los océanos y los suelos, la transformación de los ecosistemas, etc. Este es uno de los puntos fuertes del libro. Hoy día, para desgracia nuestra, la gran mayoría de los libros que tratan temas de degradación ecológica utilizan la misma vara de medir: ¿cómo afecta al ser humano? Como si eso fuera lo único importante. Este ombliguismo de medirlo todo así se conoce como antropocentrismo.

Quizá Weisman también tenga un pensamiento antropocéntrico, no lo sé; pero, preguntándose qué ocurriría con la naturaleza si la dejásemos de degradar o destruir, dota a su libro de una postura bien diferente. Éste proporciona información valiosa sobre las formas que tienen las sociedades humanas actuales de impedir la autonomía de lo salvaje.

Otro punto a favor de este libro es que refleja bien a las claras, con ejemplos concretos y actuales, la fuerza que tiene lo salvaje y los grandes esfuerzos diarios que tiene que hacer la sociedad tecnoindustrial para detenerlo o controlarlo. Esta sociedad es la peor enemiga de lo indómito, de lo no domesticado y, por eso fundamentalmente, es una sociedad rechazable.

Pero no todo en este libro es interesante. Si nos planteásemos intentar solucionar los problemas ecológicos, este libro sería perfectamente inútil. No plantea soluciones, ni reformistas ni revolucionarias. Quizá sólo se limite a decir que los humanos, al fin y al cabo, no son tan importantes y que el mundo sin ellos seguiría adelante; la vida se recuperaría y se adaptaría con toda su fuerza a ese mundo hipotético.

Quizá sea un pobre consuelo ante el panorama ecológico nefasto que existe hoy día. Pero es un consuelo que no sirve para nada si queremos ayudar a que lo salvaje vuelva por sus fueros. En caso de existir una solución realizable por los seres humanos, algo incierto hoy día, hay motivo de peso para pensar que no será la búsqueda de la propia extinción de la especie. (En el libro se mencionan brevemente las opiniones de algún partidario de la “extinción humana voluntaria”. Es altamente improbable que una iniciativa así tuviese éxito ya que iría contra nuestra propia naturaleza –reproducirnos es característico de nuestra biología, extinguirnos voluntariamente, no. Es verdad que, en determinadas circunstancias, ha habido individuos que optaron por suicidarse, pero difícilmente esas circunstancias son –y serían- generalizables al resto de la especie). No obstante, cualquier solución factible implicaría tomar medidas igualmente drásticas, como por ejemplo las que serían necesarias (y deseables) para la eliminación del sistema tecnoindustrial.

Este libro no puede aportar nada a esa hipotética solución pero sí bastante al análisis de la situación y desde qué perspectiva comprenderla. Una pista nos la dan los ecólogos, que Weisman cita, dedicados al estudio de la fauna salvaje que vive en la zona del desastre nuclear de Chernobil:

La actividad típica humana resulta más devastadora para la biodiversidad y para la abundancia de flora y fauna locales que el peor de los desastres de una planta nuclear.