Las últimas fronteras de las tierras salvajes

Por Peter Potapov, Matthew C. Hansen, Lars Laestadius, Svetlana Turubanova, Alexey Yaroshenko, Christoph Thies, Wynet Smith, Ilona Zhuravleva, Anna Komarova, Susan Minnemeyer y Elena Esipova

Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo. 

El siguiente artículo tiene como peculiaridad el hecho de que toma como parámetro de estudio científico el carácter salvaje de los ecosistemas (“intactness”, en el vocabulario de los autores). Parece ser que algunos científicos van dándose cuenta de que cosas como la biodiversidad o los servicios ecosistémicos no son suficientes por sí solos para evaluar el estado de la Naturaleza ni mucho menos para tratar de protegerla. Como mucho estos parámetros secundarios son sólo efectos concretos de un rasgo principal mucho menos tenido en consideración por los estudios científicos hasta hace poco: el carácter salvaje de los ecosistemas; su grado de ausencia de modificación y de influencia por parte de los seres humanos. Ahora sólo falta que estos científicos,

(1)  Reconozcan que el carácter salvaje de los ecosistemas es un rasgo importante por sí mismo, aparte de por ser útil a la hora de evaluar y favorecer servicios ecosistémicos como la mitigación del calentamiento global o la conservación de la biodiversidad. 

(2)  Reconozcan la causa última del problema de la paulatina desaparición de los paisajes “intactos” (léase salvajes), que no es otra que la existencia y desarrollo de la civilización en general y de la sociedad tecnoindustrial en particular.

Pero, probablemente, tardarán mucho en hacerlo. Si es que alguna vez llega a suceder.

Más en concreto, el artículo es una buena fuente de datos acerca del estado y evolución de los grandes ecosistemas salvajes forestales en las dos primeras décadas del siglo XXI.

Sin embargo, hay que señalar que por mucho que los autores incidan en que la protección legal ha ayudado a evitar en gran medida la reducción del área de los paisajes forestales “intactos”, en realidad, el artículo muestra que no ha sido así en todos los casos (p. ej., en Australia, Madagascar o la República Democrática del Congo) y que la protección legal no evita realmente la reducción de la superficie de tierras salvajes, sino que como mucho la ralentiza y entorpece. A largo plazo, es más que dudoso que la protección legal de más áreas salvajes vaya a salvar eficazmente lo que queda de Naturaleza salvaje sobre la faz de la Tierra (aun en el caso de que sea adecuadamente diseñada y aplicada para proteger lo salvaje). La minería, la extracción maderera, la extracción petrolífera, los embalses, las líneas eléctricas, las carreteras, etc. en tierras salvajes no se realizan porque sí, sino para alimentar a la sociedad tecnoindustrial y su creciente población con la materia, el espacio y la energía que inevitablemente necesitan para mantenerse y seguir creciendo. Y esta necesidad no la van a evitar las leyes de protección de la Naturaleza ni la declaración de áreas protegidas. Sólo la desaparición de la sociedad tecnoindustrial podrá frenar eficazmente dicho asalto a lo salvaje.

Hasta entonces, estudios como éste no serán más que crónicas precisas y detalladas de la progresiva desaparición de los ecosistemas salvajes y de la paulatina expansión de la civilización industrial hasta los últimos confines del planeta.