La verdad es que no hay mucho que comentar de este texto aparte de tres detalles secundarios. Pero antes de entrar a comentarlos, veamos de qué va en el fondo el texto y por qué hemos considerado que merece la pena publicarlo.
El tema principal del texto se puede resumir en la pregunta: ¿Por qué algunas personas sienten que la Naturaleza es muy importante, o incluso lo más importante, pero otras no le otorgan la más mínima importancia? Y en la respuesta: Porque el grado de importancia que se le reconozca a la Naturaleza depende en gran medida de diferencias en la propia naturaleza individual de cada ser humano. A partir de esta pregunta y de esta respuesta se pueden derivar muchas otras implicaciones (Foreman menciona en el texto sólo algunas de ellas). Empezando por: ¿hasta qué punto y de qué manera el comportamiento y la mente humanos están determinados por la genética, la evolución biológica y la ecología y hasta qué punto lo están por la cultura y el entorno social?; pasando por: ¿hasta qué punto ese entorno social y cultural es independiente y ajeno de la biología y la ecología y hasta qué punto es él mismo producto de ella?; y acabando por: si en cierta medida fuese verdad lo que conjetura Foreman (y hay indicios para creer que hasta cierto punto y de algún modo lo es) y hubiese realmente diferencias biológicas entre quienes aman la Naturaleza y aquellos que no, ¿sería posible entonces lograr algo mediante la concienciación y la difusión de ideas o el diálogo y el debate? ¿Sirve de algo tratar de enseñar álgebra a un asno o los colores a un topo si por naturaleza sus especies no pueden entenderlos o sentirlos? ¿Acaso no nos abocaría esto a un choque o enfrentamiento eterno entre ambos tipos (“especies”) de personas? Foreman en este texto, bajo una superficial apariencia simplona basada en la metáfora del hipotético gen neandertal de lo salvaje, plantea en realidad cuestiones muy serias y profundas. Y no sólo eso, además sugiere claramente la respuesta.
En cuanto a los tres detalles criticables de este texto:
Primero, creemos que Foreman derrapa bastante al enumerar la lista de “neoneandertales” históricos famosos, algunos de los cuales es bastante dudoso que poseyesen realmente el “gen de lo salvaje” y no más bien el “gen del socialismo” o simplemente “el gen de la filantropía extravagante”. Eso en el caso de que llegasen a haber sido realmente tan chipendi lerendis como se les pinta en la mitología popular (por ejemplo, el famoso Jefe Seattle que vivió en los siglos XVIII y XIX, pero milagrosamente “escribió” su famosa carta en 1971[1]).
Segundo, la comparación de los conservacionistas con “glóbulos blancos” es una generalización excesiva acerca del movimiento conservacionista. Porque Foreman a veces hablaba sin darse cuenta de que él mismo y su gente cercana eran y son una minoría dentro del conservacionismo: buena parte de los conservacionistas, por desgracia, no toman como referencia principal lo salvaje o, si lo hacen, no desarrollan ni aplican dicho valor adecuadamente (y mucho menos rechazan la civilización en base a él); especialmente fuera de Norteamérica. Es decir, que la comparación solamente puede ser cierta, como mucho, para una pequeña parte del conservacionismo. Y además, a la vista de los resultados (aumento del deterioro ecológico global con el paso de los años), los supuestos “anticuerpos” no están sirviendo de gran cosa.
Y tercero, el final con su sugerencia implícita de qué hay que hacer, dista mucho de lo que realmente haría falta hacer para frenar la destrucción y el sometimiento de lo salvaje. Un buldózer es demasiado pequeño.
[1] Véase por ejemplo: Wikipedia, “Jefe Seattle”: https://es.wikipedia.org/wiki/Jefe_Seattle.