Reenfocar el ecocentrismo
Por Bill Throop y Ned Hettinger
Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo.
No es la primera vez que publicamos en Naturaleza Indómita textos de Ned Hettinger y Bill Throop aunque, a diferencia de éste, esos otros artículos habían sido escritos por separado.[1]
El interés del siguiente texto radica en que los autores toman como referencia fundamental el valor de la autonomía de la Naturaleza o carácter salvaje. A partir de ahí, tirando del hilo lógico y basándose en los datos disponibles, cuestionan, entre otras cosas, el valor de la biodiversidad como referencia ecológica fundamental (algo, por desgracia, enormemente extendido hoy en día entre aquellos que dicen defender la Naturaleza)[2]. Y también cuestionan de forma bastante sensata el monismo ecológico, es decir, la también demasiado frecuente noción de que los seres humanos y sus obras son parte integrante de la Naturaleza y de que, por tanto, no hay ninguna diferencia entre lo humano y el resto de la realidad.[3] Sólo por ello merece la pena publicarlo.
Asimismo hay que reconocerles que aciertan de pleno, cuando dicen lo siguiente sobre el concepto de “sostenibilidad”: “Creemos, sin embargo, que si no se hace hincapié en el valor del carácter salvaje, es muy probable que la sostenibilidad desemboque en una dominación humana de la Tierra”. Poca gente con inquietudes ecológicas cuestiona hoy en día el concepto chachipiruli de la “sostenibilidad”, y menos aún reconoce abiertamente que ésta, por sí sola, no implica preservar lo salvaje, sino que más bien supone el intento de lograr y perpetuar un mundo completamente sometido por el ser humano y sus obras.
Sin embargo, como suele ocurrir, también tenemos que comentar algunos errores e ingenuidades de los autores:
- Los autores dicen que “la gente valora el carácter salvaje en diversos contextos”; que “la gente valora más lo que está menos sujeto a la alteración o el control humanos que una variante más humanizada del mismo fenómeno”; que “la gente valora legítimamente la existencia de un ámbito que no esté significativamente bajo control humano: el clima, las estaciones, las montañas y los mares”; o que “la gente valora formar parte de un mundo que no ha creado ella misma”. Sin embargo, también dicen que “No estamos sugiriendo que todo el mundo asienta inmediatamente a la afirmación de que lo salvaje es valioso”; o que “muchas personas no parecen valorar el carácter salvaje sino que, en cambio, temen o muestran desagrado por las cosas que no se hallan bajo el control humano”. Cuando uno habla de “la gente” en abstracto y sin matices, como hacen los autores, se sobreentiende, por defecto, que se refiere a toda (o al menos la inmensa mayoría de) la gente, no sólo a algunas personas. Esto supone varias contradicciones en lo que dicen.
¿Valora (toda) la gente positivamente lo salvaje o, más bien, mucha gente no lo valora en absoluto o incluso lo valora negativamente (es decir, lo “teme o muestra desagrado” por ello)? ¿En qué quedamos? Porque, a pesar de lo que dicen en algunas partes del texto, ellos mismos reconocen que no toda la gente valora lo salvaje; ni en todos los casos. Evidentemente o bien los autores son bobos (cosa improbable) o no se han dado cuenta de que se están expresando incorrecta y contradictoriamente al hacer afirmaciones generales y sin matizar acerca de “la gente”, las cuales, como hemos dicho, sugieren, por defecto, que se refieren a toda (o al menos a la inmensa mayoría de) la gente, cuando en realidad dichas afirmaciones deberían ser mucho más matizadas y referirse explícitamente sólo a algunas personas pero no a todas.
Y también, ¿valora (toda o la mayoría de) la gente “más lo que está menos sujeto a la alteración o el control humanos que una variante más humanizada del mismo fenómeno” o más bien, como los propios autores dicen en otro lugar, “el carácter salvaje tiene distintos grados y, a menudo, la gente valora las cosas en virtud de grados de carácter salvaje menores”? ¿Qué valora “la gente” entonces, lo más salvaje o lo no tan salvaje? Nosotros diríamos que más bien sólo una pequeña minoría valora lo completamente salvaje. Como señalan los autores, hay un gradiente en el carácter salvaje. Sin embargo, creemos que la verdad no es tanto que “la gente” tienda a valorar positivamente el carácter salvaje cuando se presenta en grados intermedios, sino, más bien, que la mayoría de la gente tiende a valorar sobre todo la artificialización y la influencia humana en las cosas (principalmente por las presuntas seguridad y comodidad que suelen conllevar), de modo que muy pocos valoran aquello que carece (casi) completamente de dicha artificialización e influencia humana. Y, a medida que la mayoría de la población humana vaya viviendo en entornos cada vez más artificializados, se irá haciendo cada vez más patente que existe una relación inversa entre la cantidad de gente que valora algo, o la intensidad con que lo valora, y el grado de carácter salvaje de ese algo.
Creemos que en este aspecto los autores están siendo excesivamente benevolentes u optimistas y sobrestimando fantasiosamente la no muy habitual tendencia de la humanidad a valorar positivamente lo salvaje; y que en gran medida han proyectado incautamente sus propias tendencias y preferencias personales atípicas sobre las de la humanidad en general.[4]
- En la misma línea, y en vistas de su optimismo antropológico respecto a la valoración de lo salvaje, podría preguntarse ¿cuántos son “muchos” en la afirmación: “la idea de los seres humanos como gestores planetarios resulta tan objetable para muchos”? Desde luego, como hemos visto, ese “muchos” no es “la mayoría”. Ni siquiera, muy probablemente, constituya una gran minoría.
- Los autores dicen que “los seres humanos necesitan también ser capaces de afrontar, honrar y celebrar ‘lo otro’. En una sociedad cada vez más secular, la ‘Naturaleza’ asume el papel de ese otro”. Puede que tengan razón en lo de que los seres humanos necesitamos “afrontar, honrar y celebrar ‘lo otro’”, dependiendo de lo que esto signifique. Ciertamente los seres humanos, tanto a nivel personal como a nivel colectivo, necesitamos tener referencias externas a nosotros mismos para poder estar realmente ubicados y orientados y afrontar las cosas de forma adecuada. Y es verdad que lo no humano, la Naturaleza, lo salvaje puede servir adecuadamente como esa referencia externa en algunas personas. Sin embargo, dudamos que sea así en todos los seres humanos. Ya que muchos de ellos buscan esas referencias externas no tanto en lo natural no humanizado como en lo sobrenatural. Es decir, se las inventan.
Además, hay que señalar que, en realidad, los autores hacen referencia a “lo otro” en relación con el artículo de Tom Birch “The Incarceration of Wildness: Wilderness Areas as Prisons” que es una postmodernez infumable. Para gente como Birch, en realidad y a pesar de lo que pueda parecer a simple vista, honrar y celebrar “lo otro” (o la “alteridad” u “otredad” como ellos lo llaman), es justo lo contrario a tomar la Naturaleza como referencia externa; es sobre todo defender y ensalzar la anormalidad, la pluralidad y la supuesta ausencia de referencias sólidas externas (relativismo) en los seres humanos bajo el pretexto pseudorrebelde de cuestionar la “normalidad” vigente.
- Los autores dicen que “en general, cuando algo de valor se vuelve raro, ese valor aumenta”. Para empezar hay que señalar que, a lo largo de todo el artículo, los autores confunden el hecho de que algo tenga valor con el hecho de que alguien valore ese algo, es decir, otorgue, perciba, reconozca o sienta que existe ese valor. Y ambas cosas no son lo mismo. Algunos pensamos que hay cosas que son intrínsecamente valiosas y ello supone que lo son de forma absoluta, objetiva e independientemente de las circunstancias, es decir, de quienes las valoren o de si las valoran y de si son o no abundantes, entre otras cosas. Volveremos con esto más adelante.
Dicho esto, es cierto que a menudo la mayoría de la gente tiende a valorar más algunas cosas cuanto más raras son, independientemente de su valor intrínseco (si es que lo tienen). Sin embargo, aunque esto suceda así en general con algunas cosas, al menos en el caso del carácter salvaje de la Naturaleza, la regla no se cumple. El valor positivo que la gente otorgue o reconozca a lo salvaje es, en el mejor de los casos, independiente de su abundancia o incluso, en el peor, más bien está en relación inversa con su escasez, como se ha señalado. Cuanto menos cosas salvajes queden, menos las valorará la mayoría de la gente. Aunque sólo sea porque cada vez será menor el contacto con ellas, y no se puede valorar aquello que no se conoce siquiera, y no se puede conocer realmente aquello que no se experimenta o con lo que no se tiene un mínimo contacto. Lo salvaje será inexistente (y, por tanto, carente de valor) en la práctica para cada vez más gente. De hecho, ya lo es para gran parte de ella (quizá para la mayoría).
- Dicen los autores que “el carácter salvaje es una especie de valor ‘raíz’, es decir, una fuente importante de otros valores” como la complejidad, la creatividad, la fecundidad, la diversidad, la belleza, etc.[5] Sin embargo, el carácter salvaje, más que la fuente o causa de estos valores, sería la condición para que al menos algunos de ellos puedan ser considerados valiosos. Los propios autores reconocen que la biodiversidad sólo es valiosa si es salvaje. Y lo mismo podría decirse de al menos algunos otros valores como la complejidad. No es que lo salvaje cree otros valores, sino que añade su valor positivo a algunas cosas que en sí mismas y por sí solas no lo tienen.
- Como hemos dicho, los autores confunden las valoraciones que la gente hace (o puede hacer) de algo con el valor que tenga ese algo. Esto es típico de los subjetivistas morales que creen que el valor de las cosas nunca existe de forma objetiva, que depende exclusivamente de que los seres humanos las valoren y que son los seres humanos quienes otorgan el valor a las cosas al valorarlas. A pesar de que los autores dicen que “No sostenemos que el valor del carácter salvaje sea inherente a los propios sistemas naturales, independientemente de la consciencia que se tenga de ellos. Nos mantenemos neutrales sobre la cuestión de si el valor de lo salvaje es objetivo en este sentido o es función de un sujeto que lo valore”, esta última declaración es poco convincente. En realidad ellos son subjetivistas, o al menos se expresan como tales a lo largo de casi todo el texto.
Y decimos “casi todo el texto” porque también se contradicen en al menos una ocasión asumiendo que la Naturaleza tiene valor intrínseco,[6] lo cual es en el fondo contradictorio con su supuesta postura neutral ante la objetividad del valor del carácter salvaje. En realidad, dicha neutralidad es imposible en la práctica: o se asume que algo tiene valor intrínseco (y se diferencian valoración y valor) o se asume que no lo tiene (y se confunden valoración y valor); o se cae en contradicciones como la anterior.
Del mismo modo, cuando dicen que “El valor del carácter salvaje varía según el contexto […] Por ejemplo, talar un bosque primario a finales del siglo XX tiene implicaciones muy distintas que hacerlo hace diez mil años. En los primeros periodos de la historia humana, lo salvaje era omnipresente y amenazador. Controlar una pequeña parcela de tierra era un logro importante para la humanidad y tenía un valor significativo en sí mismo. Por el contrario, lo salvaje tenía poco o ningún valor en sí mismo: simplemente había demasiado de él en comparación con los entornos humanizados”, siguen expresándose de forma confusa, o incluso subjetivista moral. Nosotros no estamos en absoluto de acuerdo con eso. El valor intrínseco del carácter salvaje no varía con el contexto, siempre es el mismo. Lo que varía son las valoraciones que la gente haga del carácter salvaje, que no tienen por qué ser correctas.
Y lo mismo sirve para cuando dicen “no estamos sugiriendo que el carácter salvaje sea siempre un valor primordial ni que los ecosistemas muy salvajes sean siempre más valiosos que los lugares menos salvajes. Los entes salvajes pueden tener cualidades que les resten valor y que sean más importantes que el valor de su carácter salvaje”. Nosotros sostenemos que el carácter salvaje es un valor primordial. De hecho, es el valor primordial, supremo, independientemente de que lo reconozcan o no los seres humanos y de cuántos lo reconozcan. Y creemos que los ecosistemas muy salvajes siempre serán más valiosos que los menos salvajes (aunque haya seres humanos -muchos, de hecho- que piensen de otro modo, es decir, que los valoren de otra forma). Y que ninguna cualidad de un ente salvaje le resta valor, ni es más importante que su carácter salvaje (aunque algunos o muchos seres humanos así lo crean). Y, todo esto que aquí afirmamos, no sólo es tan empíricamente indemostrable/irrefutable como lo que dicen los autores (o cualquier otra proposición de carácter moral), sino que además es más coherente a nivel lógico, porque al asumir la existencia de un valor intrínseco y objetivo, no confunde valor y valoración.
Y, de nuevo, algo similar se puede decir de: “Por supuesto, no siempre valoramos el carácter salvaje en los seres humanos, al igual que no siempre valoramos el carácter salvaje en los ecosistemas. Depende mucho de otros valores contrapuestos a él y del contexto. Está claro que es apropiado que los seres humanos se civilicen y que la civilización ha mejorado el valor del ser humano”. Nosotros creemos que el carácter salvaje, tanto en la Naturaleza no humana como en la naturaleza humana, es no sólo valioso, sino lo más valioso, y debe ser siempre reconocido como tal; que no depende de ningún otro valor supuestamente contrapuesto a él, ni del contexto; y que la civilización no sólo no ha mejorado a los seres humanos, sino que los ha empeorado, al igual que ha hecho con el resto del mundo (la Naturaleza).
Los autores, a lo largo del artículo, tratan de nadar y guardar la ropa. Por un lado, defienden el ecocentrismo (una postura minoritaria y, si se aplica de forma lógica y rigurosa, incluso políticamente incorrecta). Y, por el otro, tratan ridículamente de tomar parte en los debates sobre la estabilidad o sobre el valor intrínseco de lo salvaje (es decir, de ganar puntos como filósofos académicos) y al mismo tiempo mantenerse neutrales (es decir, de no ser asociados a ninguno de ambos bandos). Dichos debates están política e ideológicamente cargados desde sus inicios. En ellos, aquellos que defienden que la Naturaleza carece de toda estabilidad y orden o de valor intrínseco, a menudo tienen afinidades e intereses económicos, políticos o ideológicos ocultos y alineados con aquellos que tratan de explotar los recursos naturales y someter lo salvaje. O, en el “mejor” de los casos, actúan como meros tontos útiles ofreciendo justificaciones a los recursistas. Hay veces que no se puede participar y a la vez ser neutral, evitar mojarse y salir indemne, y los autores parecen no darse cuenta. No es raro pues que acaben diciendo cosas como las anteriores.
- Los autores vuelven a expresarse como unos pardillos optimistas cuando dicen: “Creemos que, para una amplia gama de personas, una mayor educación sobre la humanización masiva de la Tierra conducirá a un mayor reconocimiento del valor de lo salvaje” o “Unas intuiciones poderosas sobre el valor del carácter salvaje que sean aceptadas por mucha gente pueden proporcionar esa base”. A juzgar por los paupérrimos o incluso contraproducentes (es decir, “verdes”) resultados de la educación ambiental y la restringida difusión de teoría moral ecológica no antropocéntrica en la sociedad tecnoindustrial hasta la fecha, parece muy poco probable que sus esperanzas se vayan a cumplir. Ni que vaya a haber una mucho mayor difusión acerca de estos asuntos. Ni que a la mayoría de la gente les interesen e importen. Y creemos también que, aunque se lograse dicha difusión masiva de propaganda no antropocéntrica, mucha gente sería impermeable a ella en la práctica, y mucha otra gente la asumiría como asume muchas otras formas de propaganda, de forma excesivamente superficial, simbólica, simplificada e irrelevante a la hora de tener un efecto práctico significativo en su comportamiento personal y, más aún, en el impacto de la humanidad tomada en su conjunto sobre la Naturaleza. De nuevo los autores prefieren soñar despiertos y vender vanas esperanzas a reconocer y retratar fielmente la realidad de la actitud mayoritaria de la humanidad hacia lo salvaje.
- Por último, dos cosas más concretas:
§ Tampoco estamos de acuerdo con los autores cuando dicen: “El mero hecho de que hayan pasado al menos seiscientos años desde que los seres humanos eliminaron los árboles de Dartmoor hace que ese paisaje sea significativamente más salvaje de lo que sería si la deforestación se hubiese producido hace cincuenta años”. No entendemos cómo el tiempo transcurrido desde la intervención humana hace más salvaje y valioso a un paisaje completamente deforestado y degradado que no se ha recuperado, y los autores no lo explican. De nuevo parece que están confundiendo sus impresiones subjetivas acerca del valor de algo (valoraciones), con el valor real de ese algo. Se ve que les gusta Dartmoor deforestado y lo tratan de justificar diciendo que es un paisaje antiguo. Otros lo hacen diciendo que tiene valor cultural o tradicional. Pero el caso es que no es lo que era y debería haber seguido siendo de no ser por la intervención humana: un bosque autóctono salvaje.
§ Cuando los autores dicen que el individualismo es creciente en nuestra cultura, de nuevo, cometen un grave error.[7] De hecho, ninguna cultura o sociedad puede ser realmente (o completamente) individualista, por principio. Todas son colectivistas en mayor o menor grado, en el sentido de que todas necesitan, en cierto modo y en última instancia, anteponer el grupo a los individuos, o de lo contrario se descompondrían. Y, a pesar de lo que muchos creen en la actualidad, la cultura imperante en la sociedad tecnoindustrial es precisamente una de las más alejadas del individualismo, de hecho es hipercolectivista. Lo que sucede es que, en la ideología imperante, dicho hipercolectivismo está astutamente disimulado bajo una fina capa de aparente individualismo. Ningún individuo podría formar parte de la sociedad tecnoindustrial y a la vez ser completamente autosuficiente e independiente de ella. Más bien sucede lo contrario, en esta sociedad todos los individuos dependen completamente de la sociedad, de seguir las normas que ésta dicta (que en el fondo van siempre encaminadas a salvaguardar la cohesión interna de la sociedad, no a respetar realmente la individualidad de sus miembros) y de usar los medios y consumir los productos que la sociedad pone a su disposición. El hecho de que en la sociedad tecnoindustrial actual se ensalcen ciertos aspectos superficiales aparentemente relativos al individuo, como las libertades y derechos civiles, la diversidad en la estética individual, la elección personal a la hora de consumir o la “autorrealización”, y de que se hayan eliminado en gran medida los grupos sociales tradicionales, autónomos y autosuficientes de pequeña escala (familias extensas, comunidades rurales, tribus, etc.) y las relaciones estrechas y directas entre sus miembros que conllevaban, no debería llevarnos a engaño y hacernos creer que esta sociedad es individualista. Dichos grupos y relaciones sociales de pequeña escala han sido sustituidos por grupos y relaciones sociales a gran escala. La lealtad y afinidad hacia la familia, los allegados, los vecinos, etc. y la cooperación con ellos han sido sustituidas en gran medida por la lealtad a la sociedad tecnoindustrial, a otros grandes grupos y organizaciones que la constituyen y a las masas de desconocidos y por la cooperación forzada con ellos, no por individuos autosuficientes que no necesiten relacionarse ni cooperar con nadie o que decidan siempre libremente con quiénes hacerlo y cómo. En la sociedad moderna, la verdadera libertad de los individuos para ser ellos mismos, actuar según su naturaleza y decidir sobre los aspectos realmente importantes de sus vidas es tan escasa como en otras muchas sociedades del pasado, o incluso más en muchos aspectos importantes.
[1] Véanse: Nedd Hettinger, “Valorar el carácter salvaje en el Antropoceno” (https://www.naturalezaindomita.com/textos/naturaleza-salvaje-y-teora-ecocntrica/valorar-el-carcter-natural-en-el-antropoceno) y “Respetar la autonomía de la naturaleza en relación con la humanidad” (https://www.naturalezaindomita.com/textos/naturaleza-salvaje-y-teora-ecocntrica/respetar-la-autonoma-de-la-naturaleza-en-relacin-con-la-humanidad). Bill Throop, “Los seres humanos y el valor de lo salvaje” (https://www.naturalezaindomita.com/textos/naturaleza-salvaje-y-teora-ecocntrica/los-seres-humanos-y-el-valor-de-lo-salvaje).
[2] “¿Por qué centrarnos en el carácter salvaje y no en la biodiversidad, como está de moda actualmente[?…E]l carácter salvaje ayuda a transformar la biodiversidad en el poderoso valor que es en los debates medioambientales actuales. La biodiversidad no es valiosa por sí misma. Si lo fuese, podríamos añadir valor a los ecosistemas integrando en ellos gran cantidad de organismos modificados genéticamente. Pero hacerlo parece inaceptable. Lo que la gente quiere proteger es la biodiversidad salvaje. El carácter salvaje transforma la biodiversidad en un bien de valor significativo”.
[3] Por ejemplo: “Como grupo, los seres humanos se han vuelto demasiado poderosos y populosos para ser simplemente ‘simples miembros y ciudadanos’ de las comunidades bióticas. Dada la intensa dominación humana del planeta, la metáfora del ciudadano biótico tiene tantas probabilidades de confundir como de ayudar. Sugiere que los seres humanos modernos deberían ser equiparados plenamente con los sistemas naturales, pero hacerlo tendría un efecto desastroso en muchos ecosistemas. Para una ética medioambiental, interpretar que la presencia humana en los sistemas naturales y su influencia sobre ellos no difiere de la de cualquier otra especie o fenómeno natural en aspectos relevantes para su evaluación es llevar una idea darwiniana válida hasta extremos absurdos” o “hay razones importantes para distinguir la actividad humana de la actividad de la naturaleza salvaje”.
[4] Como cuando dicen: “Uno suele preferir recoger las frambuesas que ha encontrado en un barranco local a comprar la variedad comercial que venden en la tienda (y no sólo por la belleza del entorno). Nuestro aprecio por la pesca de truchas en un valle de montaña aislado y escarpado se ve reducido al saber que el Departamento de Pesca y Caza repobló el arroyo la semana anterior” a modo de ejemplos de lo que supuestamente siente la gente en general. Si esto fuese así, los pescadores, por ejemplo, nunca introducirían especies exóticas, porque no podrían disfrutar pescándolas luego. Sin embargo, es obvio que a la mayoría de ellos les da igual que lo que pesquen pertenezca a una especie exótica introducida o no, mientras se diviertan haciéndolo. Y lo mismo pasa con las repoblaciones piscícolas, aunque sean de especies autóctonas. Aquellos, como los autores, a los que les importan este tipo de detalles son una minoría.
[5] La verdad es que no sabemos bien qué pensar de algunos de estos supuestos valores como la belleza, la creatividad o la fecundidad. ¿Son siempre valiosos? ¿Son realmente tan importantes como los autores parecen sugerir? ¿Son intrínsecos? ¿Son siquiera dignos de ser tenidos en cuenta como referencias a nivel ético o moral?
[6] “Sólo un ecocentrismo centrado en el valor del carácter salvaje podría evitar la desagradable conclusión de que tal manipulación humana de la naturaleza, si tuviese éxito, aumentaría su valor intrínseco”.
[7] En realidad la referencia de los autores al presunto individualismo moderno se basa en que algunas críticas de los conceptos de equilibrio, estabilidad y orden en ecología, afirman que en la Naturaleza las asociaciones de especies, las comunidades bióticas o los ecosistemas en realidad no existen y son sólo acumulaciones casuales y aleatorias en un mismo lugar de individuos o grupos de individuos de diferentes especies que buscan su propio interés de forma egoísta compitiendo con los demás, sin ningún otro tipo de interacción. Esta visión “individualista” de la ecología suele ser planteada como reacción a la visión “organicista” que afirma que las agregaciones supraespecíficas en ecología son en realidad como organismos, y que en ellas las diferentes especies interactúan siempre cooperando “por el bien común” para mantener el conjunto, como lo hacen los diversos órganos o células en un organismo. Es decir, usar una tontería falsa para refutar otra. Hoy en día, el antiguo modelo ecológico “organicista” está más que superado por otros modelos ecológicos más mecanicistas, realistas y objetivos basados en la teoría de sistemas y la cibernética. Y los hechos, como los autores muestran en el texto, normalmente refutan también la exagerada y miope visión “individualista” que, en sus formas más modernas, niega incluso la existencia de ecosistemas. Cuando los autores se referían a la influencia del individualismo parece ser que se referían en realidad, a que el modelo ecológico “individualista” está a menudo influido en el fondo por ciertas teorías supuestamente individualistas y no menos falsas sobre las relaciones sociales humanas (como, por ejemplo, el liberalismo extremo que defiende la “mano invisible” o total autorregulación del libre mercado, según la cual la sociedad de masas no es ni debe ser más que un gran montón de individuos totalmente independientes que persiguen cada uno libremente su propio beneficio y que, de algún modo, dichos intereses personales, a menudo opuestos, se compensan y equilibran mutuamente para satisfacer a todos los individuos sin necesidad de que intervengan organizaciones supraindividuales, como los estados, que los regulen).
Los autores aciertan al señalar que la visión “individualista” de la ecología es generalmente errónea y exagerada, pero yerran al considerar que la cultura moderna es realmente individualista, como mostramos a continuación.