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En las dos primeras décadas del siglo XXI se ha ido abriendo paso la idea de que el mundo ha sido transformado en tal grado por el ser humano que se puede considerar que vivimos en una nueva época geológica: el Antropoceno (la Era del Hombre). Hasta aquí, este nuevo término no parece demasiado problemático ya que aparentemente se limita a denominar una situación (la profunda influencia del ser humano en la biosfera actual) sin valorarla. Sin embargo, la cosa no es tan simple como parece. En primer lugar, porque muchos de quienes se han dedicado a popularizar el término-concepto del Antropoceno (los autodenominados “neoconservacionistas”, “neoverdes” o “ecopragmáticos”) no se limitan a describir y nombrar la situación actual de degradación de la biosfera, sino que, como mínimo, asumen que la destrucción y dominación humana sobre los ecosistemas de la Tierra causada por la civilización tecnoindustrial es inevitable; eso cuando no la valoran positivamente y la defienden de forma entusiasta. De modo que, en gran medida, han monopolizado el uso de dicho término. Y en segundo lugar, porque el propio concepto del Antropoceno no es meramente descriptivo y moralmente neutro, ya que como mínimo implica una sobreestimación de la influencia humana real en la biosfera; es decir, del poder real de las sociedades humanas para modificar e influir en los ecosistemas de la Tierra. Y no sólo eso, si se acepta acríticamente como válido, el concepto del Antropoceno sugiere la inexistencia de lo salvaje en la actualidad, ya que, dado su carácter de exageración, da a entender falsamente que no existe ya ningún lugar que no esté no sólo influido, sino completamente dominado por el ser humano. Sin embargo, una cosa es haber afectado de un modo u otro y en mayor o menor medida a la mayoría de los ecosistemas y lugares de la Biosfera, que ya bastante malo es, y otra que estén bajo nuestro control y que ya no sigan sus propias pautas de funcionamiento, sino nuestras directrices gestoras; es decir, que no sean ya salvajes. Ciertamente, gracias al desarrollo tecnológico y la superpoblación, tenemos el poder de destruir y degradar en gran medida muchos de los ecosistemas terrestres pero, dada su complejidad, no tenemos ni tendremos nunca el poder de controlar y dirigir completamente su funcionamiento.

Por desgracia, algunos de quienes dicen valorar la Naturaleza salvaje y rechazar la sociedad tecnoindustrial han caído ingenuamente en la trampa de adoptar y usar el término-concepto del “Antropoceno” como si simplemente fuese una forma inocua de denominar a la situación actual de la biosfera. Y así, al adoptar y usar acríticamente de forma pública dicho término, no sólo sugieren una afinidad ideológica con el neoconservacionismo que en realidad no tienen, sino que además le dan cancha. Por ello, hemos considerado oportuno publicar el siguiente artículo (entre otros).