La violación del mundo
Por Clive Ponting
Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo.
El siguiente texto documenta sólo una pequeña parte de la historia ecológica de nuestra especie. El autor, británico, a menudo se centra sobre todo, aunque no siempre ni exclusivamente, en los impactos ecológicos que por motivos culturales y geográficos le tocan más de cerca (los causados en las Islas Británicas, Estados Unidos, Australia, Europa, etc. y/o por las sociedades de esas regiones) y sólo en algunos de ellos (pesca, comercio peletero, caza de focas y ballenas…). Sin embargo, conviene recordar que el impacto ecológico de nuestra especie a lo largo de la historia se ha producido, en mayor o menor grado, a nivel global en todas las culturas, no sólo en las europeas y sus descendientes modernas, y en todos los aspectos ecológicos, no sólo en lo que respecta a la captura y extinción de algunas especies. A pesar de que en realidad el creciente daño causado a los ecosistemas salvajes de la Tierra por la expansión y crecimiento de las culturas humanas a lo largo de la historia es mucho mayor aún que lo reflejado en este texto, ya por sí sola la limitada magnitud de los datos recogidos en el texto resulta estremecedora.
Aun así, el texto logra documentar y transmitir varios hechos ecológicos:
§ Que el estado de los ecosistemas salvajes de la Tierra antes de que la especie humana comenzase a destruirlos y someterlos de forma apreciable a resultas de la expansión demográfica y material de nuestras sociedades, era tal que los habitantes del mundo degradado, superpoblado y en gran medida artificial de la actualidad ni siquiera podemos hacernos idea de él. De hecho, ni siquiera podemos imaginar cómo eran realmente muchos de los estados históricos posteriores al original pero menos degradados que el actual. Es más, lo que hoy en día a la mayoría le parecen zonas naturales bien conservadas, y se toman como referencias ecológicas, no son sino caricaturas y tristes espectros de lo que en su día fueron esos ecosistemas (y el resto del mundo). Piénsese por ejemplo, en cómo serían los ríos y valles españoles en la alta Edad Media cuando aún estaban poblados por abundantes castores. Y eso que para entonces, la Naturaleza de Europa estaba ya muy dañada.
§ Que se ha producido una degradación irreversible y permanente en la composición, estructura y funcionamiento de los ecosistemas salvajes a lo largo de la historia. Mucho de lo que se ha perdido, ya no se puede recuperar, porque ha desaparecido para siempre. Por ejemplo, los taxones extinguidos y, con ellos, las estructuras, interacciones, procesos, etc. de los que eran parte fundamental. Y, por mucho que (en el mejor de los casos) se tratase de preservar lo que queda y de recuperar lo dañado, no se va a volver a nada equivalente a lo que en su día hubo y nuestra especie destruyó. Al menos no en varios millones de años.[1]
§ Que, por tanto, las visiones optimistas de la historia que afirman que todo ha ido, va e irá a mejor gracias al progreso de la humanidad quedan reducidas a meras ensoñaciones humanistas fruto de sobrevalorar sólo algunos de los efectos de los “logros” de los seres humanos para sí mismos y no tener en cuenta adecuadamente el valor intrínseco de la Naturaleza salvaje y las repercusiones de esos “logros” en ella. Cuando dicho valor se incluye en la ecuación, la imagen de la historia del ser humano y de sus “logros” cambia por completo. Incluso si aprendiésemos de nuestros errores del pasado y decidiésemos evitarlos a partir de ahora (cosa inverosímil, aunque sólo sea porque las “conversiones” y consensos generalizados son una quimera; además de, entre otros motivos, porque la inmensa mayoría de la humanidad -incluida la mayor parte de la minoría de seres humanos con altos niveles de educación- es ecológicamente analfabeta y no sabe nada acerca de la historia ecológica real de nuestra especie, ni le interesa saberlo), nunca podríamos realmente enmendar muchos de ellos; ni siquiera aproximarnos a ello.
§ Que nuestra especie es en efecto una plaga para la Naturaleza salvaje de la Tierra. Una plaga es una especie que, en ciertas circunstancias excepcionales, se reproduce sin control y amenaza con dañar o destruir a otras especies y su hábitat. Es decir, su crecimiento poblacional ha escapado a las restricciones naturales que en circunstancias normales actúan manteniendo su población dentro de ciertos límites compatibles con la perpetuación del resto del ecosistema del que forman parte. La disponibilidad de nutrientes y espacio, la competencia con otros seres vivos de la misma o distinta especie, la depredación, el parasitismo, las enfermedades, ciertos mecanismos biológicos internos que regulan la fertilidad en algunas especies, etc. serían algunas de dichas restricciones. Y la historia de la humanidad no es sino la historia de cómo nuestra especie ha ido saltándose dichas restricciones mediante la creación de tecnologías y sistemas sociales cada vez más desarrollados y complejos. Y con ello, de cómo ha ido invadiendo, sometiendo, perturbando y destruyendo cada vez más superficie y nichos de los ecosistemas salvajes de la Tierra. El resultado ha sido una población humana cada vez mayor y unas culturas materiales cada vez más extensas y complejas que han ido paulatinamente usurpando el espacio, la energía y la materia originalmente utilizados por otras especies, eliminándolas o sometiéndolas y destruyendo sus hábitats. Somos una plaga que, una tras otra, ha ido saltándose todas las barreras naturales al crecimiento demográfico durante muchos miles de años y que amenaza con seguir haciéndolo hasta acabar con todo lo salvaje sobre la faz del planeta (o más allá).
O, si se prefiere y quizá de forma aún más atinada, somos un cáncer. Un cáncer es un conjunto de células que, en un momento dado, dejan de seguir las pautas normales de funcionamiento del resto de células del cuerpo de un organismo vivo y comienzan a dividirse y expandirse sin control. Un tumor cancerígeno crece a costa del resto del organismo, invadiendo los tejidos sanos, acaparando los nutrientes y produciendo sustancias nocivas. Las células cancerígenas, al principio, formaban parte del cuerpo, como todas las demás, pero en un momento dado, dejaron de ser parte de él para empezar a actuar “por libre”, como un organismo ajeno a dicho cuerpo y contrario a él. Los paralelismos entre el desarrollo del cáncer y su relación con el organismo que lo alberga y el desarrollo histórico de nuestra especie y su relación con la Naturaleza en la Tierra son evidentes. Y ya sabemos cómo acaba el cáncer si nada lo frena: en la muerte del organismo (y del propio cáncer con él), a menudo tras una larga agonía en la que el cáncer va poco a poco adueñándose del organismo y sometiéndolo a sus exigencias.
Por último, hay que señalar que aunque el texto data de 1991, en líneas generales los datos ofrecidos en él siguen vigentes o incluso se ha quedado ya muy cortos. Algunos optimistas dirán que algunas de las especies mencionadas en el texto han experimentado un aumento de población en el intervalo que va desde la publicación del libro al presente (por ejemplo, algunas especies de ballenas) y que se han realizado avances tecnológicos que, según ellos, han aumentado la sostenibilidad de las sociedades humanas y mejorado la calidad de su medio ambiente. Sin embargo, si se tienen en cuenta una visión general del conjunto de especies (biodiversidad total), el hecho de que otras especies se hayan extinguido por causas antrópicas en ese mismo intervalo y el estado actual de conservación de los ecosistemas salvajes, resulta patente que la situación ecológica global, en lo que se refiere a la preservación del carácter salvaje de la Naturaleza, ha empeorado y sigue empeorando.
[1] Por mucho que algunos hablen alegremente de delirios como la desextinción o cosas similares, cuya adecuada discusión nos apartaría del objeto de esta presentación.