Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo. 

El siguiente texto es un escrito “difícil” de evaluar, no tanto por el estilo en que está escrito, pues es fácil de leer, sino más bien por su contenido, en cierto modo lúcido y acertado y, a la vez, en cierto modo ni tan lúcido ni tan acertado.

El texto es básicamente una crítica que alguien que ama la Naturaleza salvaje hace a otros que también dicen amarla y querer protegerla (la mayoría de los conservacionistas) pero que, o bien no son conscientes de que lo salvaje, la autonomía de la Naturaleza, es en realidad algo muy diferente de lo que ellos están tratando de proteger en la práctica: la mera biodiversidad, un paisaje o ecosistema gestionado para que siga pareciendo más o menos natural, una fauna “salvaje” controlada, etc. Y es una crítica en muchos aspectos contundente y radical, que señala algunas de las contradicciones y problemas intrínsecos e incluso, hasta cierto punto, irresolubles de la conservación de la Naturaleza.

El autor obviamente tiene unas intuiciones muy bien encaminadas que apuntan directamente al meollo de ciertos problemas relativos a la protección y preservación de la Naturaleza. Lamentablemente, su capacidad para expresar de forma clara, lógica y coherente dichas intuiciones no siempre está a la altura de las circunstancias.

Pero veamos y comentemos un poco más en detalle sus errores y aciertos.

Entre los aciertos, cabe señalar:

· La identificación de la autonomía de la Naturaleza con el carácter salvaje.

· El no caer en el típico error de identificar la biodiversidad con el carácter salvaje. El autor, al contrario que la mayoría de los conservacionistas, reconoce que la biodiversidad no es necesariamente sinónimo de carácter salvaje o autonomía en los ecosistemas.

· En relación con lo anterior, el no confundir defender y preservar la cualidad de ser salvaje con meramente defender y preservar las cosas que hasta hace poco han sido salvajes. Tratar de conservar especies, paisajes, ecosistemas interfiriendo en sus dinámicas y procesos propios, sin respetar, preservar o favorecer a la vez su autonomía e independencia de la gestión humana, no es en realidad conservar o restaurar la Naturaleza salvaje, sino lo contrario: eliminar e impedir el carácter salvaje de la Naturaleza, domarla.

· En relación con lo anterior, el rechazo de la gestión de la Naturaleza, entendida como la interferencia en los procesos autónomos de los ecosistemas y la sustitución de éstos por la manipulación por parte de los seres humanos, aun cuando a menudo se presente esta manipulación como un medio necesario para preservar la Naturaleza. La gestión activa implica control y tiende a generar dependencia permanente, aparte de efectos no deseados e indeseables, que arruinan la autonomía de la Naturaleza. Es por tanto, incompatible con el carácter salvaje de los ecosistemas.

· El reconocimiento de la imposibilidad de predecir y, por tanto, controlar (gestionar) completa, eficaz e inocuamente sistemas y procesos complejos. La gestión no sólo es indeseable desde un punto de vista basado en la preservación de lo salvaje, también es en gran medida inviable e ineficaz.

Y entre los errores:

· El autor exagera y comete el error de bulto de considerar que declarar protegida un área es siempre lo mismo que crear un entorno artificial. Sin embargo, independientemente de cuáles sean los casos en la realidad, considerar una zona como protegida no necesariamente debería implicar en todos los casos crear en ella nada que ya no estuviese allí, al menos en teoría, y tampoco tendría por qué implicar necesariamente ningún tipo de gestión activa o interferencia en su carácter salvaje. La interpretación exagerada del autor supondría en la práctica un rechazo total de la protección. Para el autor, las áreas protegidas ya no son salvajes por el mero hecho de ser protegidas. No se entiende bien de qué manera la protección o incluso ciertas formas de investigación científica (el uso de collares radiotransmisores, por ejemplo) eliminan necesariamente siempre la autonomía de la Naturaleza y el autor tampoco lo explica de forma clara y concisa. Desde luego, no es lo mismo, en lo que a los efectos sobre el carácter salvaje de la Naturaleza se refiere, simplemente declarar  protegida una zona y vigilarla para evitar que se realicen actividades que la dañen (furtivismo, por ejemplo) que realizar una gestión activa de la misma (supresión de incendios naturales, control del tamaño de las poblaciones de especies, alimentación artificial de la fauna, etc.). Lo primero no necesariamente interfiere en la autonomía de la Naturaleza, lo segundo sí, alterando sus dinámicas propias y creando dependencias de la gestión humana.

Es más, incluso dentro de la propia “gestión” de la Naturaleza, el autor tampoco parece tener en cuenta las importantes diferencias entre actuaciones puntuales dirigidas a favorecer la recuperación de los ecosistemas no artificiales y de su autonomía, como por ejemplo, reintroducir una especie autóctona que haya sido extirpada recientemente, y el hecho de mantener artificialmente mediante una gestión permanente ciertas especies, comunidades o ecosistemas.

Parece como si el autor, en cierto modo, no fuese capaz de diferenciar entre su percepción subjetiva y emocional de la Naturaleza salvaje y el hecho objetivo de la existencia del carácter salvaje en la Naturaleza. Ambas cosas pueden ir unidas y guardar relación, pero no son lo mismo. Ciertas cosas, como por ejemplo los radiotransmisores colocados a la fauna o las regulaciones encaminadas a la protección legal de especies y ecosistemas, pueden estropear en efecto la experiencia subjetiva de lo salvaje (y esto es ciertamente algo serio y que ha de tenerse en cuenta), pero no siempre implican necesariamente una mengua objetiva del carácter salvaje de la Naturaleza. Un oso con un radiotransmisor no es menos salvaje que otro que no lo lleva, aunque sea menos “agradable” verlo con un collar.

Además, las alternativas que el autor propone frente a la protección y la gestión de la Naturaleza, “establecer grandes áreas en las que limitemos todas las formas de influencia humana”, por un lado, y predicar una ética conservacionista basada en el carácter salvaje y rediseñar o reformar la civilización en base a ella, por el otro, o bien son básicamente lo mismo que ya existe, al menos en teoría, en las áreas salvajes protegidas (por ejemplo, en las “wilderness areas” de la Wilderness Act estadounidense), que él critica, o bien son propuestas imposibles e ineficaces. Cambiar las ideas imperantes en la sociedad respecto a la Naturaleza (en caso de que realmente fuese posible, se intentase y se lograse) no cambiaría significativamente los efectos dañinos de la sociedad sobre la Naturaleza y sobre el carácter salvaje de ésta, porque dichos efectos son ante todo el resultado de factores, procesos y condiciones materiales que son inherentes a la sociedad tecnoindustrial y en gran medida independientes de los factores no materiales (ética, valores, ideologías, etc.). Una sociedad que consta de millones de individuos y usa tecnología avanzada necesita inevitablemente ocupar y transformar amplias extensiones de terreno y provoca inevitablemente impactos en los ecosistemas salvajes. Mientras siga existiendo, causará siempre daño a lo salvaje. Da igual cuál sea la ideología imperante en ella. Y el autor a este respecto, cae en el mismo error que la mayoría de los conservacionistas a quienes critica: cree que la tecnología y la sociedad modernas y la Naturaleza salvaje podrían ser compatibles; que las primeras podrían reformarse ideológicamente para respetar el carácter autónomo de la segunda. Probablemente por eso evita mencionar siquiera la otra alternativa existente: eliminar físicamente la sociedad tecnoindustrial.

· Si bien Turner por lo general, en el texto, considera que el carácter salvaje de la Naturaleza consiste en su autonomía, a veces introduce otras nociones del carácter salvaje junto a ésta, mezclándolas todas. Y no está claro que dichas otras nociones sean real ni necesariamente lo mismo que la autonomía de lo no artificial, o ni siquiera siempre compatibles con ella. Eso si es que realmente significan algo. Por ejemplo, a veces considera que el carácter salvaje es la “vitalidad” de la Naturaleza, sea esto lo que sea.

· Fiel a su postura filosófica idealista, Turner considera el deseo de control como el motivo fundamental por el cual la civilización elimina el carácter salvaje de la Naturaleza. De hecho reduce la civilización moderna a una mera “ideología del control proyectada sobre la totalidad del mundo”, dejando de lado completamente los aspectos físicos o materiales de la sociedad tecnoindustrial. Sin embargo, el deseo de control o cualquier otro aspecto ideológico de la sociedad moderna no es más que una consecuencia del desarrollo material de dicha sociedad, no su causa. En algunos casos, dicha consecuencia puede ejercer la función de mecanismo de retroalimentación positiva, reforzando la dirección del desarrollo social y tecnológico y, por tanto, agravando sus efectos sobre la Naturaleza, pero no es la causa fundamental de los mismos. De hecho, en la mayor parte de las dinámicas del mantenimiento y desarrollo social actual, el deseo de control o cualquier otro propósito consciente y voluntario están ausentes, aunque el resultado de las mismas sea en efecto una mayor manipulación, dependencia y control sobre lo no artificial. El mantenimiento y desarrollo del sistema social tecnoindustrial es ya en gran medida un proceso autónomo y no teleológico, que desarrolla y sigue sus propias dinámicas independiente de toda intención o voluntad y, por tanto, de toda ideología.

· Por desgracia, Turner, quizá tratando de encontrar referencias intelectuales para poder formular y presentar públicamente sus, en general, acertadas intuiciones, echa mano de ciertas corrientes teóricas más que cuestionables. El texto está profundamente influido por el postmodernismo y otras corrientes en cierto modo afines a éste (teorías de Foucault acerca del control social, teoría del caos, teoría del cambio de paradigma, rechazo del pensamiento abstracto, etc.), tan de moda en la época en que fue publicado. Lamentablemente, el autor, no parece ser consciente de que dichas corrientes, en gran medida irracionalistas y relativistas, han sido mucho más a menudo usadas para atacar la noción de lo salvaje y la defensa de la Naturaleza (como puede verse, por ejemplo, en muchos de los otros textos publicados en esta sección) que para lo contrario. De ahí, por ejemplo, el estúpido e incongruente rechazo por parte del autor, de cualquier noción abstracta de lo salvaje, lo que él llama “the abstract wild” (“lo salvaje abstracto”), a pesar de que él mismo usa y predica constantemente nociones de este tipo (¡como si definir el carácter salvaje como la autonomía de la Naturaleza no fuese en sí algo abstracto!). El autor llega incluso a decir: “no quiero saber acerca de los osos grises en general, ni puedo preocuparme de ningún modo práctico de los grizzlis en general. Yo quiero saber y preocuparme del oso gris que vive en el cañón que hay más arriba de donde vivo yo. Y tengo más confianza en mí mismo, en mis amigos y en ese grizzli que en gestores sentados en universidades situadas a mil millas de distancia que nunca han visto este lugar ni este oso gris y quieren que todo ello quede incluido en un modelo matemático”. ¿Cuál es la relación entre la saludable y racional desconfianza en los expertos y sus métodos tecnocientíficos y el rechazo de cualquier noción abstracta o general acerca de la Naturaleza? Ninguna. Y, yendo más a lo práctico, ¿quién se preocupará por defender aquellas especies y ecosistemas salvajes y su autonomía cuando no preocupen a sus vecinos humanos inmediatos? El desaforado subjetivismo ombliguista del autor a veces arruina su argumentación.

Es más, Turner parece no ser consciente de que tras gran parte de las relativamente recientes teorías e investigaciones científicas acerca de la complejidad subyace el mismo objetivo clásico de lograr controlar y manipular eficazmente la Naturaleza. Si a los matemáticos, a los físicos y a algunos ecólogos vanguardistas que hablan del caos les atrae el estudio de los sistemas y procesos complejos no suele ser para demostrar lo absurdo de tratar de predecirlos y controlarlos y rechazar su manipulación, sino precisamente porque en el fondo muchos de ellos esperan conseguir llegar a poder controlarlos (más) mediante una mejor comprensión de su complejidad. La idea de que el conocimiento científico ha de servir principalmente para aplicarlo a la manipulación y el control de la realidad sigue estando presente incluso, irónicamente, en muchos de aquellos científicos que han descubierto que las dinámicas que rigen el desenvolvimiento de la realidad son en gran medida impredecibles (y por tanto incontrolables).

También, en parte, es posible que el autor a veces simplemente esté cayendo en otro típico vicio de los filósofos como él: citar referencias para aparentar y conseguir así fraudulentamente que se le reconozca su presunta autoridad intelectual en la materia tratada. Como cuando, por ejemplo, dice que el frente de un incendio es un fractal[a]. ¿Era necesario mencionar los fractales en este texto para argumentar que los procesos naturales son en gran medida impredecibles y por tanto incontrolables? No, el autor sólo lo menciona para mostrar que conoce la teoría del caos, en la cual ciertamente el concepto de fractal tiene gran importancia.

· Por último, a pesar de su rechazo de los expertos y sus métodos científicos aplicados al control de los ecosistemas, el autor nos propone como alternativa una nueva ética de la conservación basada en una noción de lo salvaje fruto de los esfuerzos interdisciplinarios de (eco)feministas, filósofos (postmodernos), matemáticos (del caos, se supone), físicos (de la complejidad, es de suponer), etc. Sin embargo, ¿por qué habríamos de fiarnos más de estos nuevos “expertos” que de los anteriores (ecólogos, ingenieros forestales, biólogos de la conservación, etc.)? ¿Qué tienen que ver el feminismo o las teorías matemáticas abstractas con la noción de lo salvaje y la defensa de la Naturaleza?

Eso sin entrar a hablar de lo poco recomendable que es dejar la definición y defensa de lo salvaje en manos de gente más preocupada por la justicia social y otros valores y fines progres y humanistas o por la resolución de “acertijos” matemáticos y filosóficos que por mantener y recuperar la autonomía de la Naturaleza.