La evolución es buena; la evolución autónoma es mejor
Por Kate McFarland
Advertencia: éste es, en esencia, un artículo de filosofía. Y muy largo. Como tal, no resultará atractivo para muchas (la mayoría) personas, ni siquiera para aquellas que puedan estar interesadas en los temas del rewilding, la protección de la Naturaleza salvaje o la biología de la conservación. No obstante, en teoría, el público al que va dirigido serían aquellos defensores del rewilding que encuentran intuitivamente atractivas afirmaciones como, por ejemplo, “La evolución es salvaje. Es salvaje en el sentido más profundo de la palabra y, por tanto, es el sello distintivo y el bien supremo de la Naturaleza salvaje” (El tío Dave Foreman, “Wild Things for Their Own Sake”).
Una de las principales tesis que defiendo es que, en realidad, parecemos tontos cuando hablamos como si los ecosistemas salvajes fuesen de algún modo necesarios para preservar la evolución per se. Sin embargo, esto no es un llamamiento a abandonar el discurso centrado en la evolución. Al contrario, creo firmemente que el compromiso normativo de respetar los procesos evolutivos con voluntad propia debe estar en el centro mismo de una ética del rewilding. Sin embargo, nuestro discurso debe ser más preciso. En concreto, sostengo que debemos ser más claros en lo que se refiere a que (como dice Foreman) “la evolución es buena en sí misma”, no sólo instrumentalmente, y –por encima de todo- que honrar este valor intrínseco exige manifestar respeto por la creatividad autónoma de la evolución. La naturaleza no es más que un escenario de la evolución, pero es el escenario de la evolución “con voluntad propia”.
Este ensayo representa un intento de diseccionar y reconstruir la idea intuitivamente atractiva (para algunos de nosotros) de que la evolución es, en cierto modo, un objeto apropiado de conservación. Subrayo la importancia de distinguir entre el proceso de la evolución y las aportaciones a este proceso como posibles objetos de conservación (§1), y, en última instancia, motivo la necesidad de centrarnos en el deber ético de respetar la autonomía de la evolución, en lugar de (por ejemplo) proteger la evolución per se (§5), y evalúo las implicaciones de cada una de estas dos perspectivas (§6). Por el camino, razono y defiendo la idea de que la evolución es (intrínsecamente) buena (§§2-3), a la vez que enfatizo el hecho de que no pueda darse por sentado que este supuesto normativo sea algo asumido ni siquiera entre los biólogos conservacionistas interesados en la evolución (§4).
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