Reconstruir tras el colapso
Por John Davis
John Davis, director ejecutivo de The Rewilding Institute, antiguo miembro de Earth First! (EF!) cuando esta organización ecologista aún no había sido completamente arruinada por izquierdistas y hippies,[1] y autor del siguiente texto, es uno de los pocos ecologistas supuestamente no antropocéntricos que siempre ha considerado que la tecnología moderna y el sistema tecnoindustrial son incompatibles con la preservación de la Naturaleza salvaje.[2] Y éste es su principal acierto en este texto, porque prácticamente en todo lo demás comete un montón de errores e ingenuidades típicos de la mayoría de los conservacionistas que pretenden preservar lo salvaje. De hecho, el principal interés que le vemos a este texto es servir como muestra de dichos errores para poder señalar los más importantes y comentarlos en detalle en esta presentación.
Vamos allá:
§ El autor dice que “A pesar de décadas de valientes esfuerzos por parte de los activistas a favor de la conservación, el medioambiente, la paz y la justicia social en todo el mundo, la crisis de extinción sigue ampliándose y haciéndose cada vez más profunda”, con lo que parece insinuar que todos estos esfuerzos son al menos compatibles y están unidos por el fin común de parar la “crisis de extinción”. Sin embargo, normalmente dichas luchas y sus fines son más bien mutuamente incompatibles. Y Davis debería saberlo bien, aunque sólo fuese debido a su experiencia en EF! señalada más arriba. Por desgracia, parece que en todos estos años no ha entendido ni aprendido que las luchas por la justicia social persiguen fines (y se basan en valores) que en el fondo son incompatibles con los de la lucha por la preservación de la Naturaleza salvaje. Una cosa es querer una sociedad humana más justa, pacífica y próspera y otra querer preservar la Naturaleza salvaje (o simplemente, parar la “crisis de extinción”), y dado que, si la sociedad moderna progresa la Naturaleza salvaje mengua, ambos fines son en realidad opuestos. Ni tampoco parece haber aprendido que, en la práctica, las luchas por la justicia social compiten por el tiempo, la atención, los recursos y la energía necesarios para llevar a cabo la lucha por la preservación de la Naturaleza (y/o la eliminación de la sociedad tecnoindustrial) y la desvirtúan. Y, por tanto, mezclarlas y presentarlas como si fuesen partes concretas de una misma lucha general es crear confusión, tanto entre quienes se dedican a ellas como entre el público en general, y condenar al fracaso a la lucha por la preservación de la Naturaleza.
Por desgracia, esta tendencia a mezclar lo social y lo ecológico (o, dicho de otro modo, el izquierdismo/progresismo y el ecologismo) está enormemente extendida y muy pocos, ni siquiera entre aquellos que dicen querer preservar la Naturaleza salvaje, parecen cuestionarla. El resultado es que la mayor parte del ecologismo actual está infestado de ideas izquierdistas, progresistas y humanistas procedentes de las luchas sociales por la justicia, la paz, la igualdad y la solidaridad y de personajes que, en el mejor de los casos, no saben ni lo que defienden (es decir, no son conscientes de la incompatibilidad fundamental entre los valores y fines básicos de ambas corrientes) y, en el peor, son meros progres oportunistas tratando de arrimar el ascua del ecologismo a la sardina del izquierdismo con objeto de conseguir atraer a más gente a su ideología.
Además, en relación con esto, Davis parece que tampoco ve grandes diferencias (menos aún incompatibilidades) entre las luchas por la conservación de la Naturaleza y las luchas por la mejora del medioambiente, ya que también las mete todas en el mismo saco. Eso que hoy en día se llama ecologismo está centrado en gran medida en mejorar el medioambiente humano, no tanto en conservar la Naturaleza salvaje. Esta tendencia a centrar el ecologismo en la mejora del medioambiente humano, o medioambientalismo, tiene mucho que ver con que el ecologismo (incluso demasiado a menudo el ecologismo presuntamente no antropocéntrico) en la actualidad esté en su mayoría ideológicamente vinculado al izquierdismo. De nuevo, lo social (en el caso concreto del medioambientalismo, la mejora del entorno humanizado) ha acabado prevaleciendo sobre lo ecológico (es decir, sobre la preservación de los ecosistemas naturales) en una corriente que en un principio (hasta la década de los 70 del siglo XX, al menos en algunos de los países más desarrollados) estaba centrada principalmente en la conservación de la Naturaleza.[3]
Por desgracia, esta confusión ideológica de Davis se hace patente a lo largo de todo el texto. Así, por ejemplo, Davis cita con aprobación a Michael Soulé (otro que tampoco se entera de la incompatibilidad real entre izquierdismo y ecologismo no antropocéntrico) cuando dice que es necesaria “una alianza duradera de lo que él denomina ‘movimientos de afirmación de la vida’, que identifica como humanitarismo, animalismo y naturalismo”. Aquí, aparte del peculiar vocabulario usado por Soulé en este caso (“humanitarismo” = luchas por la justicia social, “naturalismo” = ¿ecologismo no antropocéntrico?), a la confusión entre lo social y lo ecológico se añade la vinculación forzada y artificiosa del animalismo con el ecologismo no antropocéntrico. De nuevo se juntan dos tendencias completamente diferentes, e incluso incompatibles en el fondo, como si fuesen complementarias. El animalismo trata de evitar el sufrimiento y la muerte de los animales, el ecologismo de evitar la destrucción y degradación de los ecosistemas, dos fines completamente diferentes, incluso a menudo opuestos, basados en valores completamente diferentes e incluso, en el fondo, incompatibles: la sacralidad de la vida y del bienestar de los animales individuales frente al valor intrínseco de la autonomía de los procesos y sistemas ecológicos no artificiales.[4]
O, por ejemplo, cuando el autor dice: “Carl Pope […] ha hecho análisis mordaces de por qué los progresistas siguen perdiendo elecciones. Dave Foreman […] ha hecho un llamamiento […] para que los conservacionistas se mantengan firmes en sus principios de proteger la Naturaleza salvaje por sí misma”, parece no ser siquiera consciente de la contradicción inherente entre la idea básica que subyace a los análisis de Pope: que el conservacionismo está estrechamente unido al progresismo o al menos que es compatible con él y que se ve favorecido por él, y la idea expresada por Foreman (quien, por cierto, no era izquierdista/progresista precisamente): que los conservacionistas deberían centrarse en proteger la Naturaleza por sí misma, lo que conlleva dejar a un lado (es decir, considerar como secundarios o incluso irrelevantes; cuando no contrarios) otros valores y fines, incluidos los típicos valores y fines izquierdistas/progresistas.
O cuando el autor repasa los errores que, según él, ha cometido el conservacionismo/ecologismo y comete a su vez otro grave error, al considerar que la “homogeneidad” dentro de un movimiento es algo siempre malo y sugerir que la “diversificación” o pluralidad es algo siempre deseable. Así propone: “escuchar, hablar y trabajar con personas de otras profesiones y condiciones sociales: nativos americanos, afroamericanos, latinoamericanos, asiáticos americanos, cazadores, defensores del bienestar animal, agricultores, sindicatos… cualquier grupo que esté a favor de un mundo justo para todos”. Pero cabe preguntarse: primero, ¿qué tiene que ver el fin conservacionista de preservar lo salvaje con querer “un mundo justo para todos”[5]? En el fondo, esto vuelve a ser más de lo mismo: mezclar el conservacionismo y el ecologismo no antropocéntrico con el izquierdismo, el progresismo y el humanismo. Segundo, ¿por qué es tan mala la homogeneidad y tan buena la pluralidad dentro de un movimiento? ¿Acaso no es necesario que los miembros de un movimiento compartan al menos los principios básicos originales de dicho movimiento y por tanto, tengan una serie de ideas y valores en común, es decir, cierta homogeneidad, para poder actuar eficazmente y mantener el movimiento centrado en sus metas originales sin desviaciones ni perversiones? ¿A dónde lleva dicha exaltación de la pluralidad, es decir, el tratar de juntarse con gentes variopintas que sean ideológicamente tan diferentes de los miembros originales del movimiento que apenas compartan con ellos algún principio de los que se supone eran fundamentales en el movimiento original? La respuesta es: a la debacle del movimiento, a diluir y corromper sus principios y fines, a acabar persiguiendo metas que ya nada tienen que ver con las del movimiento original y que fueron el motivo por el que éste se creó. Es decir, a la degeneración y desvirtuación del movimiento. En el caso que nos ocupa, proponer que el conservacionismo y el ecologismo no antropocéntrico se junten con otros movimientos y gentes cuyos valores y fines centrados en lo social, son en realidad diferentes o incluso incompatibles con la preservación de la Naturaleza salvaje, lleva a transformar el conservacionismo y el ecologismo no antropocéntrico en meros apéndices o facetas del izquierdismo, dejando de lado cada vez más la conservación de lo salvaje para sustituirla por la justicia social. Nada bueno se puede esperar de todo esto; al menos no para el conservacionismo y lo salvaje. Y lo que tiene delito, hay que reiterarlo, es que Davis vivió en sus propias carnes un proceso de degradación de este tipo, es decir causado por un exceso de pluralidad, en EF!, ¡y parece que no escarmentó en absoluto!
Sea como sea, lo que está claro es que los que han perdido son los conservacionistas y ecologistas no antropocéntricos, pero no los izquierdistas, los progresistas y los humanistas que en realidad actualmente dominan prácticamente de forma absoluta muchos aspectos de las sociedades más desarrolladas (la cultura inmaterial o superestructura de la sociedad moderna; las instituciones educativas, los medios de comunicación, la industria del entretenimiento, las administraciones y los gobiernos de muchos países; las organizaciones internacionales; etc.) y han avanzado mucho en las últimas décadas a la hora de lograr sus objetivos presuntamente justos y humanitarios e inculcar o al menos acostumbrar al grueso de la población a muchas de sus ideas y valores (véanse, por ejemplo, el auge de la corrección política y el autoritarismo “woke”; la asunción generalizada de ideas feministas, antirracistas, etc. por parte de la mayoría de la población y de las instituciones; la creciente normalización del veganismo, la homosexualidad o la transexualidad; etc. y compárense con las actitudes convencionales respecto a estos temas hace dos, tres o cuatro décadas). Tanto es así que hoy en día hasta los supuestos rivales de los izquierdistas (los “derechistas” y “conservadores”) comparten la mayoría de sus valores y fines básicos con ellos, y lo que diferencia a unos y otros se reduce cada vez más a aspectos secundarios, irrelevantes y superficiales.
§ Davis afirma que “Nada que no sea una revolución mundial podría salvar el mundo hoy, que la humanidad decida milagrosamente que, tras más de 10.000 años de ganarnos la vida destrozando la Naturaleza salvaje, ahora debemos basar nuestro sustento en restaurar y preservar la Naturaleza salvaje y crear unas comunidades humanas compatibles con ella” y que “Si los seres humanos pueden encontrar la sabiduría y la humildad para retirarse de grandes áreas del planeta, la Naturaleza salvaje se recuperará vigorosamente”. Para el caso lo mismo daría si hubiese dicho simplemente que nada podría salvar el mundo natural hoy, porque ese cambio milagroso, “revolucionario” y voluntario en la actitud y en el comportamiento del conjunto de la humanidad respecto a la Naturaleza no se va a producir de ningún modo. Y hace falta ser muy panoli o estar muy desesperado para creer lo contrario. La gente como Davis prefieren huir hacia delante hundiéndose cada vez más profundamente en sus errores y soñando despiertos con falsas esperanzas cada vez más delirantes con tal de no tener que afrontar el hecho de que por el camino que en su día eligieron (la protección legal e institucional de áreas naturales y la “educación ambiental” de la población) ni están llegando, ni van a llegar, a ninguna parte. Reconoce en el texto que él y sus compañeros conservacionistas han perdido la guerra y que, independientemente de sus ímprobos esfuerzos por conservar la Naturaleza, la sociedad tecnoindustrial va a seguir adelante arrasando con todo aquello salvaje que se cruce en su camino hasta que colapse (si es que lo hace). Pero en lugar de, en consecuencia, replantearse la estrategia conservacionista y pensar en buscar otras vías para parar definitivamente la destrucción y sometimiento de la Naturaleza salvaje por parte de la sociedad industrial (que las hay, aunque sean realmente jodidas de poner en práctica), se empecina irracionalmente en proponer más de aquello que, según él mismo reconoce, ha demostrado haber fracasado: más protección legal de zonas naturales y más educación del público; y en soñar despierto con milagrosas “revoluciones” ecoespirituales que, en el fondo, sabe de sobra que no se producirán. Pero el miedo a abandonar la vía elegida y, sobre todo, el miedo a considerar siquiera otras posibilidades de actuación menos socialmente aceptables, le llevan a seguir irracionalmente por ella, aun sabiendo que no funciona.
§ A las ensoñaciones anteriores hay que añadir la disparatada convicción (probablemente también forzada por la misma desesperación) de que los conservacionistas van a poder “restaurar el mundo después de que la economía industrial del crecimiento global se acabe desmoronando”. Así, por ejemplo, el autor afirma que:
- “Los supervivientes del colapso industrial tendrán que evaluar honestamente si sus tecnologías, medios de vida, modos de gobierno y medios de satisfacer sus necesidades básicas vitales son realmente compatibles con toda la gama de la vida en la Tierra. Deberán abandonarse aquellas formas de actuar que no estén claramente a la altura de esa ética de la tierra”.
- “De hecho, en un mundo postindustrial, el objetivo debería ser recuperar la naturaleza”
- “[D]ebemos: (1) reflexionar y actuar más para garantizar la protección de las zonas naturales y sus criaturas pase lo que pase, sea el infierno o el diluvio, el Armagedón o el Apocalipsis; y (2) plantar cuidadosamente las semillas de la recuperación, difundiendo buenas ideas que puedan ayudar a los supervivientes del colapso industrial a reconstruir en armonía con la Naturaleza”.
- “[Debemos] difundir las buenas ideas que permitirán a las comunidades humanas reconstruirse de forma más sensata tras el colapso”.
- Hace falta “una cuidadosa planificación a largo plazo [es decir, para después del colapso]”.
- “Este pensamiento y planificación a largo plazo [es decir, para después del colapso] es cada vez más importante en el perturbador mundo actual”.
Basta un mínimo de sobriedad, reflexión y sensatez para darse cuenta de que después del colapso del sistema tecnoindustrial, aun si éste llega a producirse antes de que dicho sistema acabe con todo lo salvaje en la Tierra y/o con los seres humanos tal y como los conocemos,[6] no va a poder ponerse en práctica ningún plan a gran escala diseñado de antemano, por diversas razones. La primera es que los supervivientes no necesariamente van a ser sólo o mayoritariamente conservacionistas con ideas y valores similares a los de Davis, sino gente de todo tipo y, mayormente, por mera probabilidad, gente corriente a la que la conservación, la restauración de la Naturaleza y la creación de una nueva sociedad ideal ya se la traen floja ahora, mucho más entonces. La prioridad de la inmensa mayoría de la gente superviviente que se halle en esa situación postcolapso será sobrevivir como sea, y una vez conseguida y asegurada esta meta prioritaria, si es que la consiguen, prosperar ellos y sus allegados. La prioridad no va a ser tratar de poner en práctica planes para construir ecoutopías basados en ideologías conservacionistas previas al colapso. La segunda, es que para proteger la Naturaleza salvaje que quede tras el colapso y permitir que se recupere sin interferencias humanas (por no hablar de ayudarla a recuperarse mediante la aplicación de técnicas de restauración ecológica) y, además, hacerlo a escala global, harían falta unos medios y recursos que ya no estarían disponibles tras dicho colapso. Aun en el improbable caso de que hubiese alguna comunidad local compuesta por gente superviviente con ideas conservacionistas que tratase de proteger, permitir recuperarse y/o restaurar los ecosistemas naturales de su zona, ésta, como ya se ha dicho, sería la excepción. La mayoría del resto de comunidades e individuos de los alrededores de dicha comunidad conservacionista y del mundo en general no sólo no se preocuparán de proteger y restaurar la Naturaleza, sino que tratarán de explotarla en la medida que los escasos medios disponibles se lo permitan, y “nuestros amigos” conservacionistas, en franca minoría y con pocos recursos, no podrán hacer gran cosa por impedirlo; ni siquiera a escala local, mucho menos a escala global. Y tercero, la evolución de los sistemas sociales es un proceso complejo en gran medida impredecible e incontrolable. Los supervivientes del colapso, por muy conservacionistas que sean, nunca podrán lograr que después del colapso las cosas salgan como ellos planeen y mucho menos si las planearon, ellos mismos u otros, antes del colapso (nadie hoy en día puede hacerse una idea mínimamente clara y precisa de cómo serían las cosas después del colapso y menos planificar con antelación y detalle qué se debería hacer entonces; y aún menos podría lograr hacerlo realidad en caso de sobrevivir). De nuevo, Davis se está refugiando terapéuticamente de una realidad angustiosa y deprimente (el hecho de que los conservacionistas han fracasado) imaginando y planificando quimeras, que evidentemente le resultan agradables pero son inviables.
Y lo mismo podemos decir cuando Davis dice que “Esta fe puede hacer que sigamos adelante, trabajando incansablemente para salvar cada trocito de Naturaleza salvaje que podamos. Los lugares salvajes que salvemos hoy serán mañana la semilla de la recuperación” ¿En qué se basa Davis para estar tan seguro de que esas “semillas” sobrevivirán hasta “mañana”, cuando estamos viendo ya hoy cómo, por ejemplo, los pírricos avances de la conservación en el pasado se desvanecen con un mero cambio en la dirección en que soplan los vientos de la política y la economía (por ejemplo, lo que los gobiernos anteriores aprueban los siguientes lo derogan)? Si los logros del conservacionismo no pueden sobrevivir siquiera ahora a estos cambios sociales relativamente pequeños e intrascendentes, ¿cómo espera Davis que vayan a sobrevivir al colapso de todo el sistema social?
O cuando dice que “Arne Naess dijo con clarividencia que era pesimista para el siglo XXI y optimista para el XXII, y ésta es una opinión que deberíamos tener más en cuenta”. Nosotros añadiríamos, para mantener los pies en el suelo y compensar tanto optimismo insulso a largo plazo: “si es que para entonces aún queda algo salvaje sobre la Tierra y aún queda algún ser humano al que eso le importe y pueda hacer algo al respecto”.
§ Davis afirma que “Si los movimientos conservacionista y ecologista tenemos parte de la culpa de no haber conseguido frenar la civilización industrial, esa culpa debería recaer en gran medida en nuestra incapacidad para afrontar con valentía el problema fundamental de que haya demasiada gente que consume demasiados recursos”, y de nuevo yerra. La principal razón por la que los movimientos conservacionista y ecologista no han conseguido frenar la civilización industrial es porque, como movimientos, jamás lo han intentado siquiera. Existen, por supuesto, ejemplos de individuos dentro de estos movimientos, o cercanos a ellos, que en el fondo sí han sentido y expresado un desagrado intuitivo por la sociedad tecnoindustrial y la tecnología moderna y han mostrado de una inclinación natural a sospechar y sugerir que el desarrollo social y tecnológico y la preservación de la Naturaleza salvaje son incompatibles. De hecho, Davis es uno de estos pocos individuos. Sin embargo, en muy raras ocasiones estos individuos se han molestado en desarrollar y formular estos sentimientos intuitivos de una forma racional, sistemática y congruente, y actuar en consecuencia. En la mayoría de los casos, en lugar de eso, se han dejado arrastrar por la imperiosa urgencia que sentían de hacer algo para proteger la Naturaleza y se han integrado en los movimientos conservacionista y ecologista, participando en ellos (o incluso, llegando a formar parte de sus cúpulas dirigentes); se han dejado atrapar por la vorágine y la urgencia del activismo conservacionista y ecologista y han adoptado los métodos, las formas de actuar, los fines inmediatos, etc. de dichos movimientos; y se han adaptado ideológicamente a esos entornos pausando su propia capacidad de pensamiento crítico e independiente y olvidándose de sus sentimientos intuitivos originales y de que éstos en el fondo a menudo chocaban de frente con la actividad que ellos desarrollan en esos movimientos y con las asunciones, ideas, valores y fines con que dichos movimientos justifican su actividad. Y, de nuevo, lamentablemente, Davis es uno de estos individuos. El resultado es que, en el caso de Davis, a pesar de que él siempre ha sentido que la tecnología moderna y el sistema tecnoindustrial que ésta genera son incompatibles con la existencia y perpetuación de lo salvaje sobre la Tierra, ha terminado adoptando un discurso contradictorio con ese sentimiento y expresándose de forma ilógica y confusa, como un auténtico mendrugo.
En el caso de la cita que nos ocupa, Davis se olvida completamente de dos cosas:
- La primera es que, como ya se ha dicho, los movimientos conservacionista y ecologista nunca han tenido como fin declarado frenar la civilización industrial. Su fin declarado ha sido siempre tratar inútilmente de compatibilizar ambas cosas, la civilización industrial y la Naturaleza. Aquí, Davis, parece no ser consciente de la diferencia existente entre sus ideas personales y los fines del movimiento en que milita, de modo que proyecta las primeras sobre los segundos.
- La segunda cosa que olvida Davis es que lo que está manteniendo a flote a la civilización industrial es principalmente la tecnología moderna, no tanto la superpoblación o el consumismo. Éstos últimos en la actualidad son más bien dos efectos de dicha civilización, que por supuesto la retroalimentan positivamente pero no son el factor principal que hace que ésta exista y se mantenga. Ciertamente, la sociedad tecnoindustrial actual necesita de un número mínimo (aunque seguramente no demasiado alto; y cada vez menor) de personas que produzcan, consuman y la mantengan en funcionamiento, pero, salvo que la población o el consumo se redujesen por debajo de dicho umbral, la sociedad tecnoindustrial podría seguir existiendo con mucha menos gente consumiendo mucho menos que en la actualidad. Reducir la población o el consumo superfluos, aunque en el mejor de los casos quizá redujese en parte el impacto ecológico de la sociedad tecnoindustrial, en principio, no acabaría necesariamente con ella ni, por tanto, con la inmensa mayor parte de dicho impacto. Reducir el nivel de desarrollo tecnológico a niveles preindustriales (es decir, eliminar la tecnología moderna) sí. Davis parece olvidar que en la ecuación I=PAT que tanto les gusta citar a ecologistas como él, y que supuestamente representa la interacción entre las causas del impacto ecológico (I), además de una P (“población”) y una A (“consumo”[7]) hay una T que significa precisamente “tecnología” y que él pasa completamente por alto en su cita.
§ El despiste, el delirio, la confusión mental y la presión ideológica por parte de su entorno que sufre el autor son tales que, en lo referente a la tecnología, y a pesar de ser genuinamente suspicaz hacia ella, termina repitiendo las típicas pseudocríticas que suelen plantear autores izquierdistas y ecologistas que en realidad no quieren acabar totalmente con la tecnología moderna, a saber: que la tecnología moderna concentra el poder en pocas y codiciosas manos y que incrementa el poder de las corporaciones trasnacionales. Este tipo de “ataques” a la tecnología moderna en realidad no la atacan en absoluto porque son contingentes, es decir, no van dirigidos contra la tecnología moderna en sí, sino contra la concentración de poder en pocas manos, contra la codicia y contra las multinacionales. ¿Y si de algún modo se lograse que la tecnología moderna fuese gestionada de forma más horizontal, descentralizada, participativa y democrática (que es lo que estos pseudocriticos suelen proponer, no su desaparición)? ¿Dejaría entonces de ser destructiva para la Naturaleza? ¿Cómo dejaría entonces esa tecnología de necesitar destruir y someter a lo salvaje para extraer las ingentes cantidades de recursos y energía que inevitablemente necesita consumir para existir y funcionar? ¿Cómo dejaría de producir las enormes cantidades de residuos que inevitablemente genera su fabricación y su funcionamiento? ¿Qué tienen que ver la “codicia” o la falta de democracia con estos hechos físicos inherentes a la tecnología moderna? ¿En qué afecta a estos rasgos físicos intrínsecos de la tecnología moderna el hecho de que sea gestionada por unos pocos y “malos” o lo sea por miles o millones de “buenos”? La tecnología moderna no es neutra, la mayor parte de su impacto no depende de quiénes la gestionen y usen, cómo la gestionen y usen, ni para qué la gestionen y usen. Y aunque Davis sabe que la tecnología moderna no es neutra, y de hecho lo dice explícitamente en el texto, está tan ideológicamente atrapado por la telaraña políticamente correcta de su entorno ecoprogre que no puede evitar contradecirse haciéndose eco de estas pseudocríticas.
Es más, es posible que la democratización y la descentralización de la gestión de la tecnología moderna incluso empeorasen el impacto de ésta al incrementarla, complicarla y/o hacerla menos eficiente en muchos casos.
§ Cuando el autor dice que “Sin duda, cambiar los automóviles que gastan grandes cantidades de gasolina por coches híbridos, reciclar, utilizar electrodomésticos de bajo consumo, aislar mejor las casas, etc., son pasos relativamente indoloros que nos llevan en la dirección correcta”, se equivoca de nuevo. No sólo contradice con ello otra vez sus intuiciones sobre la incompatibilidad de la tecnología moderna y la preservación de la Naturaleza, sino que además adopta acrítica e irreflexivamente, de nuevo, el discurso típico de su entorno y movimiento, en este caso el discurso a favor de las tecnologías “verdes”. En realidad, ninguno de esos (u otros) pasos “verdes” nos lleva “en la dirección correcta” (o sea, en la dirección de eliminar la civilización industrial y de preservar la Naturaleza salvaje) sino todo lo contrario, ya que, en el mejor de los casos, no son más que humo, intentos inútiles e inviables de lograr lo imposible: compatibilizar tecnología moderna y preservación de la Naturaleza; y, en el peor, intentos de sostener y perfeccionar el sistema tecnoindustrial, aumentando su eficiencia a la hora de utilizar los recursos y la energía y reducir así ciertos efectos medioambientales contraproducentes para su propia perpetuación. Cuando no meros timos usados por vivillos y sinvergüenzas que tratan de obtener beneficios económicos vendiendo ese humo “verde” a los demás.
§ Davis dice también que “Una sociedad en paz con el mundo natural debería ser pequeña en número de personas e índices de consumo y funcionaría con la energía de los músculos y del sol, no con motores y combustibles fósiles. Sin embargo, ¿quién de nosotros está dispuesto a renunciar a los coches, los aviones, los ordenadores, los electrodomésticos y la calefacción central? […] Incluso entre los conservacionistas y ecologistas de toda la vida, son pocos los que exigen cambios tan drásticos; aún menos los que los llevan a cabo personalmente.[…] En resumen, no veo que los propios movimientos conservacionistas y ecologistas aboguen por el tipo de cambios que serían necesarios para que la civilización fuese compatible con la Naturaleza salvaje, mucho menos por que introduzcamos esos cambios en nuestro propio estilo de vida, y mucho menos aún por que convenzamos a los demás de que hagan los cambios necesarios”. Es muy cierto que la inmensa mayoría de los conservacionistas y ecologistas no tienen precisamente como ideal una sociedad pequeña en número de personas e índices de consumo y que funcionase exclusivamente con la energía de los músculos y del sol, no con motores y combustibles fósiles, sino una sociedad tecnoindustrial más o menos pintada de verde. (Aquí el Davis contrario a la tecnología moderna acierta de pleno, lástima que en otras partes del texto esto se le olvide, como ya hemos visto). El problema es el resto de lo que el autor plantea: fomentar que los conservacionistas cambien su estilo de vida personal (renunciar a los coches, los aviones, los ordenadores, los electrodomésticos y la calefacción central, etc.). Esta estrategia basada en el cambio del estilo de vida personal, a pesar de ser sacada a la palestra una y otra vez en las discusiones, tanto por la mayoría de quienes cuestionan la tecnología moderna como por sus rivales, es completamente inútil e incluso contraproducente para combatir el sistema tecnoindustrial y preservar lo salvaje, aunque sólo sea por motivos meramente estadísticos: lo que una minoría reducida (los conservacionistas en este caso) haga o deje de hacer en su vida personal no tiene influencia apreciable en el curso del desarrollo del sistema tecnoindustrial en su conjunto; ni en su impacto, por supuesto. El efecto de que unos pocos cientos o miles de personas dejen de usar los coches, los aviones, los ordenadores, los electrodomésticos, la calefacción central, etc. en el impacto ecológico total de la sociedad tecnoindustrial es imperceptible. Lo que hagan esos pocos individuos “concienciados” frente a lo que hacen el resto de miles de millones de personas es inapreciable.
Pero es que la cosa no se queda sólo en una mera ridiculez estadística que no aportaría nada a la mejora de la situación ecológica global, porque esa vía será además terriblemente dañina para quienes se vean seducidos a seguirla ya que les causará enormes dificultades y problemas a nivel personal. Vivir hoy en día sin usar ciertas tecnologías modernas es complicarse la vida enormemente sin necesidad ni sentido. Eso cuando no es sencillamente imposible. Si se quisiese debilitar y desmoralizar a los miembros de los movimientos conservacionista y ecologista sería una gran idea tratar de convencerles de que se esfuercen por cambiar su estilo de vida personal abandonando el uso de tecnologías modernas.
Y aún hay más, la obsesión por llevar a cabo cambios en el estilo de vida personal y justificarlos como parte de la estrategia necesaria para combatir el sistema tecnoindustrial y preservar la Naturaleza salvaje tiene en realidad mucho más que ver con aplacar ciertos tipos de malestar psicológico en quienes los promueven (sentimientos de culpabilidad, por ejemplo) que con la eficacia práctica real y material a la hora de combatir dicho sistema y preservar lo salvaje. Del mismo modo que hay gente que da limosna para sentirse más piadosos, pero eso no ayuda en absoluto a acabar con la pobreza, hay gente que trata de no usar el coche para sentirse mejor consigo misma, aunque eso no ayuda en absoluto a reducir el impacto ecológico global del sistema tecnoindustrial.
La única manera en que ciertos cambios en el estilo de vida de las personas podrían llegar a tener una influencia considerable en el curso del desarrollo de la sociedad, y por tanto en su impacto ecológico, sería, en todo caso, lograr que dichos cambios sean llevados a cabo por una gran parte de la población, no sólo por pequeñas minorías “concienciadas”. Y eso sólo hay dos formas de lograrlo: (1) con un aparato propagandístico y/o represivo gigantesco y enormemente poderoso o (2) cambiando las circunstancias materiales de dicha población de modo que le sea imposible no asumir dichos cambios. (1) implica un poder y unos recursos de los que los conservacionistas o ecologistas por sí solos carecen, por lo que para conseguir acceder a ese enorme aparato propagandístico y/o represivo deberían conseguir la ayuda de sus dueños: los gobiernos, Estados y las élites poderosas que gestionan el sistema tecnoindustrial. Y es poco probable que éstas élites e instituciones vayan a ayudar a promover ningún cambio en los modos de vida de la población que implique reducir o eliminar el uso y la dependencia respecto de la tecnología moderna por parte de la misma. Más bien lo contrario. Además, la mera existencia de ese enorme aparto propagandístico y/o represivo necesario para conseguir generalizar y mantener dichos cambios en la población conllevaría inevitablemente, no ya perpetuar indefinidamente las tecnologías e infraestructuras modernas de propaganda y/o coerción a escala global (telecomunicaciones, informática e Internet, industria del entretenimiento, publicación y difusión de material impreso, sistemas educativos, sistemas de vigilancia y procesamiento de datos, industria armamentística, etc.), sino, por extensión, de prácticamente la totalidad de la tecnología moderna y del sistema tecnoindustrial (los medios de propaganda y/o represión necesitan a su vez de otras muchas tecnologías e infraestructuras modernas para ser creados, usados y mantenidos: desde infraestructuras de generación y distribución de energía, hasta industrias metalúrgicas, químicas, mineras, etc. para obtener y transformar los materiales con los que fabricar los componentes de los dispositivos tecnológicos necesarios para que funcionen dichos medios de propaganda y/o represión). Es decir, usar dichos medios de propaganda y/o represión para tratar de implantar cambios en el estilo de vida personal de la población con objeto de reducir su uso de tecnologías modernas y, con ello, su impacto ecológico implicaría, irónicamente, tener que asumir la perpetuación del sistema tecnoindustrial y con él de su impacto ecológico. Y, en el caso de (2), los cambios en el estilo de vida sólo se podrían lograr de forma real y definitiva si los conservacionistas y ecologistas, en lugar de dedicarse principalmente a la protección legal de la Naturaleza y la “educación ambiental” de la población, tomasen como fin prioritario combatir físicamente el sistema tecnoindustrial y la tecnología moderna (sin ellos, ya no se podrían usar los coches, los aviones, los ordenadores, los electrodomésticos, la calefacción central, etc. y la gente se vería obligada por narices, o sea por las circunstancias materiales, a cambiar sus estilos de vida), que es lo que Davis evita siquiera plantearse.
Todo esto sin entrar a analizar si los cambios en el modo de vida de las personas que plantean los ecologistas son realmente siempre algo digno de ser tenido en consideración, porque a menudo, las propuestas concretas de cambios “verdes y sostenibles” en el modo de vida personal planteadas por muchos ecoprogres carecen completamente de fundamento en lo que a utilidad práctica para lograr reducir significativamente el impacto ecológico se refiere, aunque los adopte la totalidad de la humanidad. De hecho, a menudo, son más útiles para sostener la civilización industrial (y con ella su impacto en lo salvaje), mediante la “mejora” del medioambiente humanizado, que para conservar la Naturaleza salvaje.[8]
§ Davis cae también en el idealismo típico de los conservacionistas cuando sugiere que la destrucción y subyugación de la Naturaleza salvaje es debida a “nuestra insensata búsqueda de la supremacía”. La destrucción y sometimiento de la Naturaleza por parte de las sociedades humanas a lo largo de la historia de nuestra especie es principalmente producto de factores y de procesos físicos, objetivos y sin consciencia ni voluntad de ningún tipo. Es consecuencia de dinámicas autónomas que surgen en los sistemas sociales y no tiene apenas que ver con las ideas o actitudes de los miembros de dichos sistemas sociales. Lo que en realidad destruye la Naturaleza es la necesidad de extraer de los ecosistemas recursos y energía para poder mantener unas sociedades humanas que tienden a crecer y expandirse siempre que nada físico se lo impida. Las ideas y actitudes, como la de la “supremacía humana” (antropocentrismo), son sólo justificaciones a posteriori de dichas dinámicas materiales tendentes al crecimiento y de sus efectos. Y, como mucho, refuerzan dichas dinámicas, pero ni las causan ni son suficientes para mantenerlas. Aunque claro, es más fácil (y agradable) tratar de combatir e inculcar ideas que tratar de buscar cómo combatir físicamente sistemas y dinámicas materiales.
§ Davis dice que “La verdad es que la idea de que, cuando desaparezcan los grandes felinos, los cánidos, los osos, las ballenas, las aves, los reptiles y demás, los microbios seguirán prosperando no es muy halagüeña. [… Sin embargo,] la durabilidad de dos de los tres dominios de la vida en la Tierra, las arqueas y las bacterias, debería servirnos de consuelo por la pérdida de nuestros parientes más cercanos”. Aquí la actitud de Davis es aún más patética si cabe. Como dijo aquél, podría ser peor… podría llover. Al final va a ser verdad que el que no se consuela es porque no quiere. En lugar de enfrentarse a los hechos y asumir e utilizar como motor para la acción la natural rabia e indignación que éstos deberían generar en cualquiera que valore lo salvaje, prefiere eludir dichos sentimientos buscando consolaciones artificiosas, no sea que le lleven a plantearse hacer las cosas de otro modo (como debería haberlas hecho desde el principio). De nuevo, esto es algo habitual en otros muchos conservacionistas/ecologistas.
§ Davis llega a estar tan confuso como para hablar, en el mismo texto, de que los conservacionistas no han sido capaces de frenar la civilización industrial y de que no pueden “sacar a la civilización del borde del abismo” sin siquiera despeinarse. ¿En qué quedamos? ¿Hay que eliminar la civilización actual o hay que salvarla? Si, según él mismo reconoce, la civilización industrial es incompatible con la preservación de la Naturaleza salvaje, ¿para qué demonios quiere Davis salvar dicha civilización? Ésta es una confusión también demasiado habitual entre muchos de quienes pretenden ser críticos con la sociedad tecnoindustrial y enfrentarse a su colapso y denota, como mínimo, una grave incapacidad de usar mínimamente la lógica. Sopas y sorber…
§ Del mismo modo, resulta chocante que alguien como Davis, que sabe que el sistema tecnoindustrial es incompatible con la preservación de lo salvaje, proponga “la condonación de la deuda o el apoyo tecnológico adecuado” como medidas para favorecer la conservación de la Naturaleza en los países subdesarrollados (o podríamos añadir para el caso, las ayudas al desarrollo sostenible y “verde” en las áreas rurales de países desarrollados). O sea, propone ayudarles a desarrollarse económica y tecnológicamente, es decir, a industrializarse. O lo que viene a ser lo mismo, quiere apagar el fuego echándole gasolina. La deleznable idea, tan extendida entre los conservacionistas y ecologistas, de que es una buena estrategia ayudar a la gente a desarrollar sus comunidades para que así no tengan que destruir su entorno natural local, o incluso darles esa ayuda a condición de que se involucren y colaboren en la conservación de las zonas naturales protegidas locales, es completamente miope. El desarrollo siempre conlleva un aumento global del impacto sobre la Naturaleza, aunque a veces éste aparentemente disminuya a nivel local. Más desarrollo tecnológico, económico y social conlleva siempre impepinablemente más consumo de recursos y energía, más residuos, más urbanización y, a menudo, más población (y en el caso de las ayudas vinculadas a la conservación suele conllevar también más turismo, con todo lo que ello implica, que es más de todo lo anterior). Los materiales, espacio y energía necesarios para impulsar y mantener ese desarrollo deberán salir de alguna parte (y los residuos generados por ellos deberán ir a alguna parte también), si no es del (al) entorno natural local que se pretende proteger, tendrá que ser del (al) entorno natural de otras partes del mundo. Lo que se gana por un lado con esta estrategia de conservación, se pierde con creces por otro, pero como los logros son muy ostensibles y concentrados en un lugar y las pérdidas están muy diseminadas por todo el mundo y son más difíciles de identificar y evaluar exactamente, parece que prácticamente nadie ve siquiera el problema que esta estrategia supone.
§ Como su propio autor reconoce, el texto era antiguo ya cuando lo publicó en 2020 (lo escribió en 2005) y leerlo hoy en día aporta una perspectiva que permite darse cuenta de hasta qué punto las ideas y valores que el autor da en el texto eran producto de la influencia de las modas y tendencias ideológicas que estaban en boga cuando lo escribió. Por ejemplo, cuando Davis menciona a James Kunstler y su libro The Long Emergency, deja claro que se dejó contagiar por la fiebre de las teorías acerca del pico del petróleo, tan en auge por aquella época. Sin embargo, hoy en día, esta moda ha desaparecido completamente del candelero y ya prácticamente nadie habla del pico del petróleo, entre otras cosas porque muchas de sus predicciones precisas no se han cumplido de momento (como, por ejemplo, el “inminente colapso de la economía del petróleo” al que algunos pusieron fechas concretas, algunas de las cuales fueron superadas hace ya más de una década). Esto debería hacernos estar alerta y pensar en qué parte del discurso de los supuestos críticos de la sociedad actual es fiable e independiente y qué parte es un mero producto de las modas ideológicas de cada momento o, peor aún, de agendas subyacentes astutamente diseñadas y difundidas por los propios gestores del sistema. Debido a este fenómeno de dejarse influir por las modas intelectuales y propagandísticas pseudocríticas y la corrección política del momento, los ecologistas han acabado a menudo trabajando para el enemigo y desprestigiándose sin siquiera darse cuenta.
§ A menudo las citas que un autor hace con aprobación en sus textos nos indican de qué pie cojea. Arne Naess, Michael Schellenberger y Ted Nordhause, Jerry Mander, Bill McKibben, etc. no son precisamente buenas referencias ideológicas (son autores progresistas, izquierdistas, tecnófilos y/o reformistas; es decir, cometen precisamente muchos de los errores que se mencionan en esta presentación). Con estos referentes no es de extrañar que Davis meta tanto la pata.
§ Por último, el autor afirma que “Hemos perdido porque no bastan unos pocos miles -ni siquiera unos pocos millones- de defensores idealistas de la Tierra para detener, y mucho menos invertir, los 10.000 años que la humanidad lleva marchando en contra de la Naturaleza salvaje”, pero de nuevo se equivoca en gran medida. En realidad, los idealistas sobran en cualquier intento de conseguir algo práctico. Sin embargo, bastarían unos pocos “defensores no idealistas de la Tierra” con las cosas bien claras, la actitud adecuada y bien organizados para detener el sistema tecnoindustrial y con él el daño que está causando a la Naturaleza salvaje. ¿Cuántos? Es difícil saberlo, pero quizá ni siquiera hagan falta unos miles de ellos.
[1] Para un análisis de la evolución de Earth First!, véase, B. R., “De cómo la Tierra dejó de ser lo primero” en Naturaleza Indómita: https://www.naturalezaindomita.com/textos/crtica-de-la-civilizacin-y-del-sistema-tecnoindustrial/de-cmo-la-tierra-dej-de-ser-lo-primero.
[2] Véase Davis, J., “Un modo minoritario de ver las cosas” en Naturaleza Indómita: https://www.naturalezaindomita.com/textos/crtica-de-la-civilizacin-y-del-sistema-tecnoindustrial/islas-de-civilizacin---un-modo-minoritario-de-ver-las-cosas.
[3] Véase Foreman, D. “El mito del movimiento ecologista” en Naturaleza Indómita (https://www.naturalezaindomita.com/textos/crtica-de-la-civilizacin-y-del-sistema-tecnoindustrial/el-mito-del-movimiento-ecologista).
[4] Como se hace evidente, por ejemplo, a la hora de valorar por parte de una y otra corriente cosas como la caza, la eliminación de especies exóticas o incluso la depredación.
[5] Dejemos de lado la cuestión de si los todos los “nativos americanos, afroamericanos, latinoamericanos, asiáticos americanos” y demás grupos de supuestas víctimas y minorías oprimidas quieren realmente “un mundo justo para todos”, como parece asumir Davis, o si al menos algunos de ellos sólo lo quieren para sí mismos, o para nadie. Aquí asumiremos dicha sandez progre victimista como un si fuese un hecho para no desviarnos demasiado del tema.
[6] Porque Davis y algunos de sus colegas conservacionistas están demasiado seguros de que el sistema tecnoindustrial acabará colapsando de forma espontánea en breve. Por desgracia ni siquiera esto es seguro. Es sólo una posibilidad entre varias. También es posible que dicho colapso no se produzca. Al menos a corto plazo.
[7] “Affluence” en la ecuación original. Hace referencia a la opulencia o riqueza de una sociedad, lo que en realidad se manifiesta en el consumo de recursos y energía.
[8] Por ejemplo, ¿qué impacto ecológico se evita y cuánto se genera fomentando que la gente renuncie a imprimir, guardar y leer en papel documentos electrónicos? Lo que se ahorra en tala de bosques y plantación de árboles exóticos, en tinta, en espacio de almacenamiento y en contaminación generada por parte de la industria papelera para producir el papel se contrarresta con creces con el enorme (aunque más difuso y difícil de ver y reconocer) impacto que conlleva la necesidad de usar dispositivos digitales, con las consiguientes producción y distribución de electricidad, fabricación de ordenadores, mantenimiento de Internet, etc. Este tipo de propuestas recuerdan a la pulga de la fábula “La pulga y el camello” que creía que hacía algo bueno y presumía de ello cuando, en realidad, lo que hacía no servía de nada en la práctica.