La gran negación

Por Sandy Irvine

Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo "click" en el título del artículo.

PRESENTACIÓN DE “LA GRAN NEGACIÓN

El tamaño de la población humana y su crecimiento son factores que influyen de forma muy importante en la destrucción y sometimiento de la Naturaleza salvaje. La mayor parte del siguiente texto rebate gran parte de los argumentos que se esgrimen habitualmente para restar importancia a la superpoblación o incluso justificarla. Y lo hace desde un punto de vista en gran medida materialista y ecocéntrico. Ésta es la razón por la que consideramos que este artículo merece la pena ser publicado.

Sin embargo, el texto tiene también algunos defectos, localizados en los dos últimos puntos (“El prejuicio procrecimiento” y “La cultura de la negación”), que cabe comentar:

El autor considera que, en el fondo, los argumentos procrecimiento de la población humana (o contrarios a la estabilización y reducción de la misma) se basan en el individualismo. Esto es un grave error de enfoque que lleva al autor a poner en cuestión incluso el concepto de libertad individual. Por desgracia, éste es un error muy extendido; en la sociedad tecnoindustrial abundan las críticas al “individualismo” supuestamente imperante en dicha sociedad. Sin embargo, la sociedad tecnoindustrial moderna es precisamente una de las sociedades más colectivistas (o sea, menos individualistas; o incluso más antiindividualistas) de la historia y la creencia generalizada en que es “individualista” actúa como una pantalla de humo ideológica que la protege. Las críticas al supuesto individualismo moderno se basan en observaciones realmente superficiales y simplistas de los derechos y libertades individuales que supuestamente tienen los ciudadanos modernos. Pero dichos derechos y libertades se reducen, en general, a aspectos o bien inocuos, o bien, incluso, beneficiosos para el sistema tecnoindustrial (como, por ejemplo, las diversas formas modernas de expresión artística o estética y de entretenimiento). Básicamente las libertades individuales se reducen a elegir entre distintas opciones triviales y/o totalmente enmarcadas e integradas en la sociedad moderna. Lo realmente importante, aquellos comportamientos que, de ser practicados libremente y de forma masiva, pondrían en peligro la cohesión y supervivencia de la sociedad tecnoindustrial, suelen estar fuertemente reglamentados y limitados. Y, por supuesto, la sociedad moderna ha desarrollado una ideología y una moral que refuerzan lo anterior ratificando los comportamientos que la benefician y demonizando (tachándolos de “individualistas”, por ejemplo) los que la perjudican, independientemente de que realmente sean malos o no. Los seres humanos no estamos hechos para vivir en grandes grupos sociales ni para preocuparnos por, o identificarnos con, ellos de forma natural. Para lograr que lo hagamos, la sociedad ha de crear todo un aparato legal e ideológico. Y la crítica del supuesto individualismo moderno forma parte de dicho aparato. A pesar de lo que parece creer el autor, el supuesto “derecho a hacer lo que a uno le venga en gana” no es precisamente algo que se dé en la sociedad moderna en la mayoría de las ocasiones (al menos no en las que realmente importan).

Por otro lado, el motivo por el que en esta sociedad mucha gente no reconoce las restricciones ecológicas no es el presunto individualismo moderno. Las condiciones naturales no amenazan la verdadera libertad individual, sino que, precisamente, la hacen posible. Lo que más bien amenazan es la falsa noción de libertad imperante, que es una noción humanista e idealista de la libertad: la libertad entendida como la ausencia de total de límites (incluidos los límites naturales) y/o como la trasgresión de los mismos. Mientras se siga pensando que la Naturaleza es un estorbo para la libertad, en lugar de ser el marco necesario e inevitable para su existencia, se seguirán pasando por alto los límites físicos y creyendo en vano que se puede superarlos sin sufrir consecuencias negativas.

Por último, el hecho de que las consecuencias de las acciones individuales de los seres humanos afecten negativamente a otros seres (humanos o no) y a los ecosistemas no justifica el colectivismo (antiindividualismo). Poner lo colectivo o común por delante de lo individual o particular no va a impedir buena parte de dichas consecuencias (en el dudoso supuesto de que deban ser siempre impedidas) sino que va a añadir aún mayores problemas (derivados de la reducción de la verdadera libertad, es decir, de la expresión autónoma de la naturaleza humana), como la historia ha demostrado una y otra vez. El enfoque necesario para analizar y afrontar el asunto es otro: es el sistema social el que genera los problemas, no los individuos. En el caso que nos ocupa, lo que genera los problemas asociados a la superpoblación, es el inmenso número de personas y de nacimientos no la tendencia natural de los individuos a reproducirse. A pesar de lo que el autor plantea, el hecho de que un individuo o unos pocos individuos decidan dejar de hacer algo que afecta negativamente a la Naturaleza (en este caso reproducirse) no tiene efectos apreciables a nivel global. Estadísticamente hablando, uno o unos pocos entre millones o miles de millones viene a ser lo mismo que ninguno. El efecto de los comportamientos individuales sólo resulta apreciable cuando son llevados a cabo por un gran número de gente. El autor menciona la “tragedia de los comunes” dando a entender que consiste en que “la gente, normalmente, no tiene en cuenta los efectos que sus propias decisiones y acciones individuales tienen en el bienestar común”. Sin embargo, la tragedia de los comunes se refiere a aquellos casos en que un recurso común de acceso libre es explotado individualmente, no a la reproducción de los individuos. Lo que el autor menciona es más bien la causa última de problemas como el de la “tragedia de los comunes”. Dicha causa es la misma tanto en la explotación de recursos de acceso libre como en la reproducción: la frecuente tendencia humana a la anteposición de los intereses propios frente a los comunes. Sin embargo, ésta es parte de la naturaleza humana y, como ya se ha señalado, tratar de modificar su expresión con regulaciones y moralidad sólo acarreará más problemas. Cuando la población es escasa y dispersa y los recursos son muy abundantes, no existen problemas del tipo de la tragedia de los comunes y no hace falta regular los comportamientos que los acarrearían en otras situaciones. Esta es la situación ideal, y la meta que se debe plantear y la estrategia a seguir han de ir en concordancia con ella.

Por tanto, lo que se debe cuestionar y atacar son las sociedades humanas de gran tamaño, en general, y la sociedad tecnoindustrial, en particular, no los comportamientos individuales. Algo que, por desgracia, la mayoría de los críticos de la superpoblación, como por ejemplo el autor, no llegan a comprender.