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Debo reconocer que de adolescente la lectura de Walden de Henry David Thoreau fue quizás el primer acicate que tuve en la búsqueda de un entendimiento de la vida y la sociedad. Es cierto que ya desde niño en mi mente bullía un imaginario de indios, forajidos y vagabundos pero con el paso de los años las ideas anarcosindicalistas fueron ganando un terreno que la lectura de Walden pudo al menos reconquistar vagamente, volviendo a fijar mi atención en la libertad individual, la sencillez de vida y la naturaleza.

Con el paso del tiempo, y lecturas afines a las ideas de esta página de por medio, me fui dando cuenta del escaso recorrido de las ideas de Thoreau y su gran vocación humanista.

Sin embargo ese primer buen sabor de boca que me produjo la lectura de Walden hizo que siguiera sintiendo cierto aprecio por la figura de Thoreau. Esto fue lo que hace poco tiempo me llevó a fijarme en una edición de su discurso Caminar. El texto comienza nada más y nada menos que así:

“Quiero decir unas palabras en favor de la Naturaleza, de la libertad total y el estado salvaje, en contraposición a una libertad y una cultura simplemente civiles; considerar al hombre como habitante o parte constitutiva de la Naturaleza, más que como miembro de la sociedad. Desearía hacer una declaración radical, si se me permite el énfasis, porque ya hay suficientes campeones de la civilización; el clérigo, el consejo escolar y cada uno de vosotros os encargaréis de defenderla.”

Lo que se llama un comienzo con gancho, a mí al menos ya me tenía de nuevo bien enganchado. Esto parece que iba más allá de la simplicidad voluntaria de Walden, parecía que Thoreau y yo volvíamos a entendernos.

Sin embargo los escasos párrafos que parecen afines no son sino pura palabrería y contradicción con las ideas generales que el bueno de Henry David transmite a lo largo del discurso. La defensa de la naturaleza salvaje, a pesar del engañoso primer párrafo, no va más allá de una necesidad de ella como recursos materiales[2] y principalmente como tónico para el espíritu[3]. Detrás de la grandilocuencia de las palabras de Thoreau no se ve ninguna idea en cuanto a la sociedad humana que vaya más allá del típico discurso ruralista[4]. Sí que es de agradecer que no entremezcle la vida en la naturaleza con el mito del buen salvaje. Aunque no es de extrañar ya que a lo largo del libro se pueden leer apologías del progreso y la agricultura[5]. Ideas contradictorias con su supuesto ensalzamiento de lo salvaje que a uno le acaban por desesperar y le hacen llegar al fin a la conclusión de que Thoreau no era más que un charlatán y embaucador con las ideas poco claras y al parecer sin interés por ordenarlas.

Leyendo Caminar uno se acuerda de los ecologistas actuales defendiendo la naturaleza por un conjunto de patéticos motivos humanistas. Thoreau al menos hacía referencia a lo salvaje como un valor superior, aunque luego se contradijera. Esto me lleva a reflexionar sobre la aparición en Europa de la terminología “salvajista” en círculos ambientalistas (algo más común desde hace tiempo en Norteamérica), con conceptos como el de rewilding. Puede llegar a haber un mayor deseo de ver ecosistemas completos y autónomos, se puede crear una corriente dentro del ambientalismo que nos llame la atención por su defensa de lo salvaje. Quizás parte de esa corriente no sea al fin y al cabo un mal lugar donde ir a pescar, pero ya sabemos que la inmensa mayoría fluirá desde y hacia posiciones tan contradictorias como las de Thoreau. Caminar muestra claramente el peligro de perversión de la idea de lo salvaje para mayor gloria del espíritu y sociedad civilizada. Lo salvaje puede acabar siendo algo tan vacío de contenido como lo es actualmente la libertad. Atención pues a este tipo de discursos que pueden llegar a confundirnos en un primer momento, y que pueden llegar a desvirtuar nuestro mensaje.

Notas

1. Adaptación del texto original para esta página. Nota de los editores.

2. “Las naciones civilizadas -Grecia, Roma, Inglaterra- han sido sustentadas por los bosques primitivos, que antiguamente se pudrían donde se levantaban. Sobreviven mientras no se agote la tierra.” Caminar.

3. “Una ciudad se salva tanto por sus hombres dignos como por los bosques y los pantanos que la rodean. Un municipio con un bosque primitivo meciéndose a su lado, y otro pudriéndose al contrario está en condiciones de producir no sólo maíz y patatas, sino también poetas y filósofos para las épocas venideras.” Caminar.

4. “Las armas con las que hemos ganado nuestras más importantes victorias, y que deberían legarse de padre a hijo como reliquias familiares, no son la espada y la lanza, sino la guadaña, el cortador de turba, la pala y la azada para cieno, herrrumbrados con la sangre de muchos campos de dura batalla.” Caminar.

5. “Pienso que el granjero desplaza al indio precisamente porque protege la pradera y se hace así más fuerte, y en algunos aspectos más natural.” Caminar.