Cómo empeoramos las cosas

Por Nicholas P. Money

Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo "click" en el título del artículo.

Presentación de “Cómo empeoramos las cosas

El siguiente texto, como muchos otros de los publicados en esta página, tiene tanto aspectos valiosos como defectos.

Entre los primeros, que son los que nos llevan a publicarlo, estarían:

- Que sirve como fuente de datos y referencias científicas acerca de la situación ecológica del planeta (véanse las notas).

- Que critica la superpoblación, uno de esos hechos que muchos prefieren pasar por alto.

- Que critica la arrogancia antropocéntrica y el egoísmo colectivo de nuestra especie.

- Que critica la sobrevalorada hipótesis de la “biofilia” (del, en ciertos casos, sobrevalorado autor E. O. Wilson).

En lo que respecta a todos estos aspectos, el texto ofrece puntos de vista poco convencionales que invitan a la reflexión.

Entre los segundos (los defectos), estarían:

- Dar a entender que el cambio climático es la principal amenaza a que nos enfrentamos en la actualidad como especie a nivel planetario. En realidad es importante y grave, pero no es el peligro más serio hoy en día.

- Cometer el típico error de la mayoría de los ecologistas: mezclar los problemas sociales y humanos con los problemas ecológicos, por ejemplo, planteando como paliativos al cambio climático la cooperación internacional para acabar con el hambre, dar cobijo a la gente sin hogar y desviar los gastos militares hacia iniciativas de paz o basar nuestros actos en la compasión para con los demás seres, humanos o no. Puede que a veces lo ecológico y lo social tengan cierta relación, pero ni son lo mismo, ni se solucionan de igual modo, ni las soluciones a lo uno y lo otro -cuando las hay- son siempre compatibles.

- Afirmar que “ninguna otra especie tiene [suficiente] capacidad consciente [como para manipular el entorno y ajustarlo a sus necesidades]”, algo que no es cierto. No somos la única especie que manipula su entorno y lo ajusta a sus necesidades (a menudo la diferencia es sólo de grado), ni somos capaces de hacerlo tan conscientemente como nos gusta creer.

- Considerar que en la sociedad tecnoindustrial actual existe un “deseo capitalista de control personal” (el individualismo capitalista, tan cacareado y denostado por los progres) cuando en realidad vivimos en uno de los sistemas sociales más colectivistas de la historia, en el que los individuos y pequeños grupos viven casi completamente sometidos y dedicados al “bien común”, es decir, al mantenimiento y desarrollo del sistema social.

- Meter con calzador la vivisección en el texto. No es que no sea cierto lo que el autor dice al respecto, simplemente es que no viene al caso y es intrascendente a nivel ecológico.

- Considerar que la causa de los problemas actuales es la “ciencia baconiana”. La llamada “ciencia baconiana”, ciencia aplicada, ingeniería o tecnociencia es la forma predominante de entender la ciencia en la actualidad. Según esta forma utilitaria de entender el método científico, el propósito de éste y su razón de ser es exclusiva o principalmente la aplicación del mismo a la resolución de problemas prácticos, es decir al desarrollo tecnológico. Según esto, la ciencia es y ha de ser una herramienta práctica para transformar y controlar la Naturaleza y el mundo en general. Ésta es ciertamente una forma muy extendida, equivocada y dañina de entender la ciencia, que en la práctica hace que a nivel popular ésta sea generalmente identificada con la tecnología. Sin embargo, ninguna idea, por equivocada y dañina que sea, es la causa fundamental de los problemas ecológicos actuales. La causa son siempre las condiciones materiales previas; las ideas como mucho refuerzan (mediante bucles de retroalimentación positiva) las dinámicas sociales que causan o agravan dichos problemas y que son generadas por dichas condiciones materiales.

- Realizar pronósticos detallados de qué sucederá en el futuro. Como ya hemos dicho en otras ocasiones, los sistemas y procesos complejos (como el cambio climático en este caso) son en gran medida intrínsecamente impredecibles.

- Dar excesiva importancia a la evitación del sufrimiento. Ni el sufrimiento es siempre tan malo, ni el principal mal a evitar es el sufrimiento.

- La pedorrez literaria del autor, citando obras literarias clásicas a diestro y siniestro sin que esto aporte nada útil a la comprensión del texto.

Sin embargo, hay un aspecto ambivalente que cabe destacar aparte: el compromiso del autor con una postura filosófica pesimista. Por un lado, la actitud pesimista del autor tiene su parte de verdad y de interés. El pesimismo, entendido meramente como considerar que la realidad y su probable evolución futura no van bien,[1] no es necesariamente incompatible con la objetividad y la verdad. De hecho, a menudo hoy en día es más bien lo contrario: ser realista, lúcido, tener en cuenta los hechos, implica, si se tienen ciertos valores, reconocer que muchas cosas van mal y que probablemente irán a peor. Con demasiada frecuencia, al menos hoy en día, el optimismo, entendido como tener la impresión de que las cosas van bien e irán a mejor, no es más que o bien ignorancia o bien una obcecada y cobarde negación de los hechos. Cuando la realidad es un desastre, cuando las cosas están mal, hay que reconocerlo, aunque ello implique ciertamente ser pesimista.[2] Y esto, en principio, no tiene nada de malo. De hecho es el primer paso para encontrar una solución, si la hay. Si no se reconoce que hay un problema, es decir algo que está mal, no se buscará la solución. Y si la solución no se busca, es muy poco probable que se encuentre.

Sin embargo, a menudo, la noción de pesimismo, no se limita a tener una impresión de que las cosas están mal y probablemente vayan a peor. A menudo esta impresión es causada por estados psicológicos subjetivos no precisamente saludables. De modo que generalmente se asocia el pesimismo a una actitud derrotista, depresiva, de rendición, de impotencia, de debilidad, de abatimiento, de desesperanza, de desaliento. Pero en realidad, el pesimismo, entendido meramente como tener una valoración negativa de la realidad, no necesariamente está reñido con la esperanza (en el sentido de creer que puede haber una solución o salida a los problemas), la actitud luchadora, el tesón, el deseo de enfrentarse a los problemas y resolverlos, etc. El pesimismo no necesariamente es negativo (al igual que el optimismo, en contra de la creencia popular, muy a menudo no es positivo en absoluto[3]). O dicho de otro modo y en pocas palabras: si bien a menudo un estado psicológico depresivo e insano genera una postura pesimista, el pesimismo no necesariamente implica siempre un estado psicológico depresivo y debilitado. Puede haber un pesimismo sano, del mismo modo que puede y suele haber un optimismo insano.

Por desgracia, da la impresión de que el pesimismo del autor no siempre se limita a reconocer los problemas y señalarlos. Más bien, a menudo a lo largo del texto, el autor parece ser pesimista no tanto y no sólo, por ser realista, sino porque su estado psicológico deja que desear: no se sabe bien si ve las cosas tan mal sólo porque están realmente mal o si las ve tan mal sobre todo porque él se siente mal (deprimido, abatido, desanimado, etc.).

[1] Independientemente de qué se entienda por “bien” y “mal”, de qué se considere “bueno” y qué “malo”.

[2] Hay que admitir que esto es una simplificación, ya que adoptar una postura optimista o pesimista frente a la realidad, no sólo depende de si se es realista o no, sino también de los valores (las nociones de qué es lo bueno o lo malo) que uno posea. Un mismo hecho, puede ser claramente aceptado como real por dos personas y sin embargo, ser valorado positivamente por una de ellas y negativamente por la otra, según los valores que cada una de ellas posea. Lo que para unos es una bendición para otros puede ser una maldición. Aquí, para abreviar, hemos asumido que los valores son los mismos tanto para los optimistas como para los pesimistas, lo cual, si bien a veces es en gran medida cierto, no siempre lo es.

[3] El optimismo muy a menudo va también asociado a estados de debilidad psicológica similares a los que suelen asociarse al pesimismo. Simplemente es una forma desesperada de reaccionar a al malestar psicológico que generan los hechos: huir de él o tratar de anularlo con fantasías y falsas esperanzas.

De hecho, el autor, después de pintar en el texto un panorama oscuro y desolador, acaba con un sospechoso resquicio de “esperanza” que huele demasiado a desesperación: “Y quién sabe, si nos comportamos mejor, puede que las cosas sigan adelante durante más tiempo del que pensábamos”. Del mismo modo, y con un propósito similar, podría habernos hablado de la segunda venida de Jesucristo o de una bondadosa invasión extraterrestre inminente.