¿Por qué la Naturaleza salvaje?
Por Sigurd Olson
En algunos hombres, la necesidad de un paisaje indómito, condiciones primitivas y un contacto íntimo con la tierra es un cáncer profundamente arraigado que corroe para siempre la ilusión de contentarse con las cosas tal como son. Durante meses o años, este anhelo oculto puede pasar desapercibido y luego, sin previo aviso, estallar en una pasión desbordante que no admite negación. Tal vez sea el paso de una bandada de gansos salvajes en primavera, quizá el sonido del agua al correr o el olor de la tierra al deshelarse lo que provoca la transformación. Sea lo que sea, la necesidad es más de lo que se puede soportar con entereza y, por el bien de sus familias y amigos y de sus propias almas inquietas particulares, se dirigen hacia las últimas fronteras y escapan.
Los he visto llegar a los “puntos de partida” del Norte, a estos hombres de los que hablo. He visto el hambre en sus ojos, la atormentadora hambre de acción, distancia y soledad[2], y la oportunidad de vivir como quieran. Conozco a estos hombres y sus ansias; sé también que en el mundo de hoy sólo hay dos tipos de experiencias que pueden tranquilizar sus mentes: el camino de la naturaleza salvaje[3] o el camino de la guerra.
Como guía en las primitivas regiones lacustres de la cuenca hidrográfica de la bahía de Hudson, he convivido con hombres de toda condición, he aprendido a conocerlos más íntimamente que sus amigos más íntimos en casa, sus sueños, sus esperanzas, sus aspiraciones. Los he visto venir desde las ciudades allá en el sur, preocupados y con el corazón enfermo, y los he visto transformarse, bajo el estímulo de la vida en la naturaleza salvaje[4], en hombres felices, despreocupados y alegres, para los que el éxito en la captura de una trucha o el descenso de un rápido significaban mucho más que las subidas y las caídas de las acciones y los bonos. Pregúntenles a estos hombres qué es lo que han encontrado y les resultará difícil decirlo. Lo que sí saben es que oculto en esas tierras, más allá del acero y el tráfico de las ciudades, hay algo real, algo tan definido como la vida misma, que por una razón u otra es una respuesta y un desafío a la civilización.
Al principio, acepté el cambio que se había producido con una actitud pragmática, pero con el paso de los años empecé a maravillarme de la infalibilidad de la fórmula de lo salvaje[5]. Llegué a ver que había una forma de vida tan necesaria y tan arraigada en algunos hombres como el amor al hogar y a la familia, un aspecto cultural vital de la vida que aportaba felicidad y satisfacción duradera.
La idea de disfrutar de la naturaleza[6] no es nueva. En nuestra literatura encontramos abundantes referencias a ella, pero rara vez del tipo de experiencia viril y masculina que los hombres necesitan hoy en día. Desde el principio de los tiempos, los poetas han cantado al poder curativo de la soledad y a la comunión con la naturaleza, pero para ellos la naturaleza[7] significaba el gozo de la contemplación. Típico de este tono de interpretación es Thoreau con su “tónico de lo salvaje”[8], pero para los hombres que he llegado a conocer la de Thoreau era una forma de entender la naturaleza que ni siquiera llega a expresar lo que ellos sienten. Para él, lo salvaje significaba los pastizales de Concord y Walden Pond, y la alegría que sentía, aunque inequívocamente genuina, no se acercaba al deseo feroz e insaciable de mis hombres hoy. Para ellos, estar al aire libre no es suficiente, como tampoco lo son los placeres de la meditación. Necesitan las sensaciones reales de lucha y de logro, donde las posibilidades son reales y donde saben que ya no están jugando algo ficticio. Estos hombres necesitan algo más que pícnics, arroyos de aguas cristalinas o campos llenos de narcisos para sofocar su descontento. Hace falta algo más que mera soledad[9] y contemplación para darles paz.
Burroughs[10], otro amante de la vida al aire libre, hablaba a menudo de la naturaleza salvaje[11], pero no la conocía en absoluto. Cuando lamentó haber tenido que abandonar su vieja Slabsides[12] en las orillas del Hudson por las tierras salvajes[13] de Alaska y del Oeste, supimos que había poco de ese impulso primitivo en su naturaleza. Las aves, los fenómenos comunes del paso de las estaciones y el trabajo en su viñedo satisfacían abundantemente su necesidad de realidad y contacto físico con la tierra. Para él, lo salvaje[14] tenía poco encanto. Cuando exploramos nuestra literatura en busca de hombres que hayan sentido profundamente la naturaleza salvaje[15], encontramos muy pocos, tal vez porque en el pasado había suficientes tierras salvajes[16] y los hombres aún no habían aprendido a vivir tan completamente apartados de su influencia. Invariablemente, los hombres escribían sobre la lucha con la naturaleza y del efecto dominante de ésta como una fuerza poderosa e inconquistable, y en todas partes encontramos pruebas del papel que desempeñó en moldear las vidas de aquellos a quienes tocaba. El miedo era la nota dominante en el pasado, el miedo al monstruo amenazador de lo desconocido, y poco del disfrute de la aventura y la libertad se hace alguna vez evidente. Si no fuese por algunas almas audaces como Joseph Conrad y Jack London, poco sabríamos del sentimiento que algunos hombres tenían respecto de los lugares más recónditos de la tierra.
Con la rápida eliminación de las fronteras[17], debida a la mayor facilidad de transporte y a los enormes programas de desarrollo, cada vez es más difícil tener la oportunidad de ver y conocer las auténticas regiones salvajes[18]. A medida que estas regiones se van volviendo escasas por primera vez en la historia, vamos dejando de verlas como algo que deba ser temido y subyugado, no como un estorbo para el avance de la civilización, sino como un valor claramente cultural que contribuye a la satisfacción espiritual. La mayor parte de la antigua naturaleza salvaje[19] ha desaparecido, pero durante los siglos en que nos fuimos abriendo paso a través de ella fuimos absorbiendo inconscientemente su influencia. Ahora, como invasores conquistadores, sentimos la necesidad de esos mismos elementos que hace poco luchábamos por erradicar. Lo salvaje[20] ha dejado su huella en nosotros y ahora que hemos logrado rodearnos de una complejidad de hábitos cotidianos de vida nuevos y a menudo antinaturales, añoramos el viejo estímulo que sólo lo desconocido podía darnos.
¿Por qué lo salvaje[21]? No hay dos hombres que den la misma explicación. Sin embargo, a la mayoría de los hombres les ocurre algo definitivo cuando se adentran en los senderos de nuestras últimas fronteras, y aunque reaccionan de diversas maneras, hay una cierta uniformidad perceptible para quien a menudo los ha visto romper con la civilización. Sea lo que sea, casi de la noche a la mañana dejan de ser los prosaicos conformistas que solían ser, que vestían, pensaban y actúan como todos los demás, para convertirse en aventureros dispuestos a morir con las botas puestas, exploradores que se adentran en lo desconocido, una vez más miembros de una banda pionera.
Es sorprendente lo rápido que un hombre se despoja de los hábitos de la civilización y lo pronto que se siente en casa en la naturaleza[22]. Antes de que pasen muchos días, siente que la vida que había estado viviendo no era más que una interrupción en una larga existencia salvaje[23] y que ahora está de nuevo volviendo a vivir la vida real. Y cuando pensamos en el tiempo comparativamente corto que llevamos viviendo y trabajando como lo hacemos ahora, cuando recordamos que muchos de nosotros apenas llevamos una generación viviendo apartados de la tierra y que hace unos pocos miles de años nuestros antepasados vagaban y cazaban por las espesuras de Europa, no es extraño que el olor del humo de leña y la atracción por lo primitivo todavía nos acompañen. La memoria racial es algo tenaz, y para algunos siempre resulta fácil deslizarse hacia las profundidades del pasado. Lo que sentimos más profundamente son aquellas cosas que, como raza, hemos estado haciendo durante más tiempo, y el hambre que de tierras salvajes y de vida errante sienten los hombres es una prueba natural de la necesidad de repetir un plan de existencia que durante incontables siglos fue una práctica común. Todavía está en nuestra sangre y deberán pasar muchos siglos más antes de que perdamos gran parte de su arraigada influencia.
La vida civilizada en las grandes ciudades, con todos sus dispositivos para el confort y la comodidad, es una violación demasiado repentina de ese hábito racial que cambia lentamente, de modo que nos encontramos con que lo que en el pasado daba placer a los hombres -las tareas simples y primitivas y los fenómenos ordinarios de la vida en espacios abiertos- hoy producen la misma satisfacción. Los hombres han descubierto por fin que el exceso de comodidad y facilidad tiene un precio: la lasitud, la inercia y el sentimiento de frustración que acompañan a la irrealidad. Ciertamente, la adaptación ha sido difícil para muchos, y son éstos quienes necesitan romper a menudo sus ataduras y alejarse.
No todos sienten esa necesidad y hay muchos perfectamente satisfechos con la vida tal como les ha tocado vivirla. Serán siempre amantes de los pícnics y paseantes, y para ellos existen las autopistas, los caminos de grava y los clubes de campo. Prefieren las vistas panorámicas de la naturaleza desde un refugio con un amplio y fresco porche. Los otros, los que no pueden descansar, son de otro tipo. Para ellos son preferibles el sudor y el trabajo, el hambre y la sed, y esa feroz satisfacción que sólo se alcanza con la dificultad.
Aunque la vida en la naturaleza significa escapar de los desconcertantes problemas de la vida cotidiana y liberarse de la tiranía de los cables, los timbres, los horarios y las responsabilidades apremiantes, al principio puede suponer sin duda un choque y pueden pasar días e incluso semanas antes de que los hombres lleguen a ser finalmente conscientes de que la tensión ha desaparecido. Cuando se dan cuenta de ello, experimentan una paz mental y una relajación que poco antes les habrían parecido imposibles. Con este cambio drástico de atmósfera se produce un cambio igualmente drástico en las reacciones individuales, al sentir que la necesidad de guardar las apariencias y ser reservados ha desaparecido.
He visto a educadores serios y a cirujanos, congresistas y almirantes de aspecto solemne atarse pañuelos llamativos alrededor de la cabeza, andar sin camisa bronceándose con el sol del norte y llevar cuchillos bowie al cinto. Los he visto disfrutar manchándose de barro en los porteos y luchar contra el oleaje rompiente en lagos tormentosos con la despreocupación de muchachos en su primera aventura. Les he oído reír como hacía años que no lo hacían y cantar viejas canciones en medio de un vendaval. Con esa nueva libertad que han hallado, muchas cosas que tenían medio olvidadas cobran importancia: los atardeceres, el colorido de las nubes y las hojas, los reflejos en el agua. Puedo decir sinceramente que he oído más risas en una semana ahí afuera que en un mes cualquiera en una ciudad. Los hombres ríen y cantan con la misma naturalidad con la que respiran cuando desaparece la tensión.
Con la huida llega la perspectiva. Lejos de las ciudades y de todo lo que implican, absortos en su vuelta a los viejos hábitos de la vida en la naturaleza[24], los hombres empiezan a preguntarse si la velocidad y la presión que han dejado atrás no son un poco absurdas. Aquí, donde lo único importante es el alimento, el refugio, el descanso y los nuevos horizontes, empiezan a cuestionarse la importancia de sus antiguos objetivos. Ahora pasan largos días sin nada que agobie sus mentes salvo los sencillos problemas de la vida en la naturaleza[25], y por fin tienen tiempo para pensar. Entonces llega la transformación y, de repente, vuelven a la tierra. Las cosas se mueven lenta y majestuosamente en la naturaleza[26] y la misma llegada de la luna llena adquiere una importancia capital. Comienzan a mostrarse innumerables fenómenos naturales, cosas olvidadas durante mucho tiempo y que sólo hace falta la experiencia rejuvenecedora del contacto real para recuperarlas. Con esto, algo de la vieja filosofía primitiva se introduce en su pensamiento y, en su nueva calma, se olvidan de preocuparse. Sus propios asuntos parecen triviales. ¿Perspectiva? A veces pienso que los hombres van a las tierras salvajes[27] sólo por eso. Encontrarla significa equilibrio, el punto de vista a largo plazo que tan a menudo se pierde en las ciudades.
Ernest Holt, que fue guardia del difunto coronel Fawcett en su primera expedición al Amazonas, me contó que en las profundidades de la selva experimentaba una iluminación espiritual y una sensación de unidad con la vida que no podía encontrar en ningún otro lugar. Creo que se trata de una sensación nacida de la perspectiva que la mayoría de los hombres conocen en cualquier lugar salvaje[28]. Cuando surge, los hombres se hacen conscientes de una unidad con las fuerzas primigenias de la creación y de toda la vida que aniquila rápidamente el sentimiento de futilidad, frustración e irrealidad. Cuando los hombres se dan cuenta de que dependen sólo de sí mismos, de que para encontrar cobijo y alimento y, lo que es más, para poder volver a la civilización, necesitarán confiar enteramente en su propio ingenio, todo lo que hacen adquiere una importancia tremenda. Allá en casa, los errores se cometen y se excusan o se remedian fácilmente, pero aquí los errores pueden causar problemas serios o catástrofes. Saber esto marca una diferencia total en la actitud de un hombre hacia las actividades comunes de la vida diaria. Tareas sencillas como la preparación de la comida, la captura de un pez o almacenar provisiones se convierten en cosas cargadas de importancia. La vida adquiere pronto un ángulo nuevo y fascinante y los días que a los no iniciados pueden parecerles monótonos o banales se llenan de la aventura de vivir por el mero hecho de seguir vivos. Aquí no hay apariencias, sino realidad en el sentido más estricto de la palabra. Los hombres que han compartido hogueras de campamento, que han conocido el pellizco del hambre y lo que significa cortar un último cigarrillo por la mitad a doscientas millas de la ciudad más cercana, disfrutan de una camaradería que otros jamás llegan a conocer. Solamente en la guerra o en las expediciones en la naturaleza salvaje puede encontrarse este tipo de vínculo y creo que, en la vida civilizada, los hombres echan de menos esto tanto como el propio contacto con lo salvaje[29]. Conozco a un cirujano muy ocupado que una vez dejó el quirófano de su hospital y viajó, sin pensárselo dos veces, mil millas a través del frío glacial del pleno invierno para salvar la vida de su guía, enfermo de neumonía. Ninguna otra cosa que no fuese la llamada de un camarada necesitado podría haberle hecho plantearse abandonar su consulta para emprender un viaje tan largo y peligroso. Yo estaba de pie junto a la cama de aquel hombre de los bosques mientras él balbuceaba incoherencias sobre los rápidos y lagos y campamentos en plena naturaleza[30] que ambos habían conocido, y entonces supe que existía un vínculo entre hombres que sólo podía forjarse en las regiones salvajes[31], algo profundo y bueno, algo basado en la lealtad a los cielos abiertos y a las grandes distancias y a una forma de vida que los hombres necesitan.
No estoy diciendo que los hombres de los que hablo deban permitir que la idea de la naturaleza salvaje[32] se apodere de toda su energía o entusiasmo. Creo, sin embargo, que si por un corto tiempo cada año fuese posible para ellos alejarse, no necesariamente a las grandes extensiones salvajes[33] del Ártico o de los lagos canadienses, sino a alguna parte salvaje del país que aún no se haya visto totalmente incluida en algún programa de explotación y desarrollo, volverían fortalecidos y rejuvenecidos cuando regresasen a casa para reunirse de nuevo con sus amigos y familiares.
¿Por qué la naturaleza salvaje[34]? Pregúntenles a los hombres que la han conocido y que la han hecho parte de sus vidas. Puede ellos que no sean capaces de explicarlo, pero la propia pregunta encenderá una luz en sus ojos, unos ojos en los que se han reflejado las hogueras de un continente, unos ojos que han conocido la gloria de los amaneceres y los atardeceres y las noches bajo las estrellas. Para ellos, lo salvaje[35] es real y sí que saben esto: cuando la presión sea mayor de lo que puedan soportar, en algún lugar remoto, donde las carreteras y el acero y las ciudades sigan siendo desconocidos, encontrarán la liberación.
[1] Traducción a cargo de Último Reducto de “Why Wilderness?”, según aparece en John B. Callicott y Michael P. Nelson (eds.), The Great Wilderness New Debate (University of Georgia Press, 1998, págs. 97-102). Publicado originalmente en American Forest (Septiembre, 1938):395-430. N. del t.
[2] “Solitude” en el original. En inglés, al contrario que en español, existen palabras diferentes para referirse a la soledad, según cuál sea su connotación. Para expresar la soledad en general, entendida de modo neutro, ni malo ni bueno, o incluso la soledad deseada y valorada positivamente (es decir, la que deriva de querer y buscar estar solo), se usa “solitude”. Para expresar la soledad no deseada y valorada negativamente (es decir, la que es involuntaria y es percibida como algo malo) se usa “loneliness” o “lonesomeness”. La soledad deseada y valorada (solitude) es un valor a menudo mencionado y defendido en la literatura angloparlante acerca de la Naturaleza. N. del t.
[3] “Wilderness” en el original. Término inglés que se refiere a las zonas poco o nada humanizadas. Se puede traducir de diferentes modos según el contexto. N. del t.
[4] “Wilderness” en el original. N. del t.
[5] Idem. N. del t.
[6] Idem. N. del t.
[7] Idem. N. del t.
[8] “‘Tonic of wildness’” en el original. “Wildness” se refiere literalmente a la cualidad de ser salvaje. Al igual que “wilderness” se puede traducir de diversos modos según el contexto. N. del t.
[9] “Solitude” en el original. N. del t.
[10] Muy probablemente el autor se refiera a John Burroughs (1837–1921), naturalista, conservacionista y escritor estadounidense. N. del t.
[11] “Wilderness” en el original. N. del t.
[12] Nombre que Burroughs dio a su cabaña. N. del t.
[13] “The wilds” en el original. N. del t.
[14] “The wild” en el original. N. del t.
[15] “Wilderness” en el original. N. del t.
[16] Idem. N. del t.
[17] “Frontiers” en el original. En inglés, este término se refiere a veces a los límites geográficos entre las grandes zonas muy humanizadas o civilizadas y las poco humanizadas o salvajes. N. del t.
[18] “Wilderness” en el original. N. del t.
[19] Idem. N. del t.
[20] “The wild” en el original. N. del t.
[21] “Wilderness” en el original. N. del t.
[22] “The wilds” en el original. N. del t.
[23] “Wilderness existence” en el original. N. del t.
[24] “Wilderness living” en el original. N. del t.
[25] Idem. N. del t.
[26] “The wilds” en el original. N. del t.
[27] Idem. N. del t.
[28] “Wilderness” en el original. N. del t.
[29] “The wild” en el original. N. del t.
[30] “Wilderness” en el original. N. del t.
[31] “The wilds” en el original. N. del t.
[32] “Wilderness” en el original. N. del t.
[33] “Great wildeness”. N. del t.
[34] “Wilderness” en el original. N. del t.
[35] Idem. N. del t.