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La ciencia del sistema Tierra afirma que la Tierra es un sistema autorregulado, que mantiene un estado de equilibrio dinámico u homeostasis mediante procesos biogeoquímicos que generan bucles de retroalimentación. Uno de los primeros intentos de formular científicamente esta noción de la Tierra como un sistema autorregulado fue llevado a cabo por James Lovelock, el autor del artículo, y lo llamó Gaia. Es uno de los ejemplos más famosos de aplicación de la teoría de sistemas a la comprensión de la realidad. Y de hecho, en esto radica el interés de este artículo, en que presenta de forma muy esquemática un ejemplo de un modo de entender la realidad basado en las nociones de “sistema”, “dinámicas propias”, “autorregulación” y selección de (sub)sistemas por parte del entorno (darwinismo en sentido amplio). A pesar de la aparente simpleza del texto a primera vista, este artículo señala algunos aspectos que tienen más enjundia de lo que parece para aquellos que deseen aplicar esos conceptos básicos con objeto de tratar de lograr una comprensión general de la realidad.
Sin embargo, el ejemplo concreto, la teoría Gaia, es imperfecto y no deja de tener defectos. Aquí comentaremos sólo tres de los más llamativos (y que el autor, hasta la fecha, parece que se niega a reconocer):
· En un principio la teoría Gaia fue muy controvertida y, a pesar de lo que el autor pretende hacernos creer en este texto, no lo fue sólo por plantear un modelo innovador que chocaba con las teorías y modelos simplistas e inadecuados previos, sino por ciertos errores y torpezas cometidos por el propio Lovelock a la hora de presentar su teoría. Así, el autor dice que los críticos crearon dos “hipótesis de paja”, una “hipótesis fuerte de Gaia” que afirmaba que la Tierra estaba viva en un sentido biológico y una “hipótesis débil de Gaia” que defendía meramente que la Tierra era un sistema autorregulado. Lovelock dice que él nunca defendió la hipótesis fuerte, pero sencillamente miente. Por mucho que ahora pretenda salvar la cara diciendo que donde dijo “digo” dijo “Diego”, el caso es que, en más de una ocasión, en sus libros dijo explícitamente que la Tierra es un organismo vivo o que la Tierra está viva, sin más. Y además, para acabar de “arreglarlo”, dijo también que cuando decía que la Tierra es un ser vivo no era sólo una metáfora para expresar que el planeta es un sistema autorregulado (como, de hecho, también lo es cualquier ser vivo), sino que quería decir literalmente que la Tierra está viva. Eso sí, no sin añadir, a modo de justificación poco convincente de su torpeza y pereza intelectuales, que la noción de “vida” es nebulosa y necesita ser ampliada.[1]
No es de extrañar, pues que muchos otros científicos se le tirasen al cuello. Como tampoco es de extrañar que, sobre todo al principio, esta forma tan chapucera de presentar la hipótesis atrajese más a hippies, colgados y novoeranos irracionalistas en busca de iluminación espiritual y nuevos cultos que practicar que a científicos serios y que, por tanto, la idea de que la tierra es un sistema autorregulado se ganase la reputación de ser más una religión y mitología que una teoría científica razonable y digna de ser tenida en cuenta.
· Otro aspecto controvertido, y erróneo, de la teoría Gaia es su carácter teleológico o finalista. Uno de los postulados básicos de esta teoría es que la autorregulación planetaria se produce con objeto de mantener las condiciones óptimas para la vida en el planeta. Es decir, dicha autorregulación tiene el propósito de mantener la vida en la Tierra. Según Lovelock, no es simplemente una consecuencia no buscada derivada de las actividades de los seres vivos y sus interacciones con el entorno no vivo, las cuales acabaron produciendo de forma completamente ciega e inconsciente bucles de retroalimentación negativa que desembocaron en un estado de homeostasis global que, a su vez, permitió y favoreció la perpetuación de la propia vida sobre la Tierra. Según él, dicha perpetuación de la vida fue siempre, desde un principio, el fin de dicho proceso.[2] Esta forma finalista de ver los procesos sistémicos no conscientes es propia de quienes no acaban de entenderlos. Necesitan proyectar la forma de actuar, supuestamente siempre intencionada, de los seres humanos individuales sobre el resto de procesos y sistemas de la realidad, para sentir que los comprenden. Lovelock, en su confusión al respecto, ha llegado ha decir cosas como: “[Gaia] parece tener el objetivo inconsciente de regular el clima y la química de forma que resulten adecuados para la vida”.[3] Cómo se puede tener un objetivo y a la vez ser inconsciente, o en otras palabras, explicar las cosas de forma mecanicista (basada en procesos y mecanismos que funcionan de forma automática e inconsciente) y a la vez voluntarista (basada en intenciones, propósitos y fines buscados de antemano), es un misterio que Lovelock jamás supo explicar. Quizá porque no hay forma de explicar lo que es intrínsecamente absurdo y contradictorio.
Esta incongruencia básica (junto con, probablemente, los otros dos errores comentados en esta presentación) es el motivo principal de que muchos científicos que sí que aceptan que la Tierra es un sistema autorregulado constituido por el conjunto de seres vivos y no vivos y sus interacciones, eviten ser asociados con la teoría Gaia y prefieran usar la expresión “ciencia del sistema Tierra”, en lugar de “teoría Gaia”, para referirse a la noción de un planeta autorregulado.
· Por último, y muy relacionada con lo anterior, otra de las fuentes de polémica en torno a la teoría Gaia provino de su aparente incompatibilidad con el darwinismo. La supuesta solución del autor en este artículo es decir que la unidad de selección no es el individuo (ni cualquier otro subsistema de un nivel intermedio) sino el planeta: “lo que evolucionaba no eran los organismos, ni siquiera la biosfera, sino todo el sistema, los organismos y su entorno material juntos. La unidad de evolución es el sistema Tierra”. A cualquiera que entienda realmente tanto el darwinismo como la teoría de sistemas, esta respuesta del autor le sonará a poco convincente. Sencillamente, la selección darwinista se produce simultáneamente a diferentes niveles y en cada uno de ellos la unidad de selección es distinta.
Por otro lado, la explicación que da Lovelock de cómo es posible que la selección darwinista produzca una autorregulación planetaria, se basa en que “La selección natural tendió a favorecer a los organismos que hacían su entorno más cómodo para la vida [ya que] dejaban un mundo mejor para su progenie [mientras que] los que empeoraban su entorno estropeaban las posibilidades de supervivencia de la suya”. Sin embargo, esta incongruente explicación (poco antes había afirmado que la selección sólo se produce a nivel planetario, no individual) en muchos casos no se ve ratificada por la evidencia. A menudo, en la evolución de sistemas dinámicos, lo que importa es la autoperpetuación de sus subsistemas en el corto plazo y no tanto las consecuencias que se deriven para ellos (y menos aún para su entorno, el propio sistema) a largo plazo. Ciertamente, si un subsistema modifica su entorno de forma que ello resulte perjudicial para su propia perpetuación, ello generará una presión selectiva negativa; y viceversa, si un subsistema modifica su entorno de forma que ello favorezca su propia perpetuación, ello generará una presión selectiva positiva. Pero, para que estas presiones ambientales generadas por el propio subsistema lleguen a producirse y a actuar sobre su evolución (y la de niveles superiores), primero el subsistema en cuestión tiene que sobrevivir a lo inmediato y al corto plazo: a la competencia, la depredación, el parasitismo, etc. por parte de otros (sub)sistemas; al acceso diferencial a la materia, energía y espacio necesarios para su mantenimiento y crecimiento; al mero azar (accidentes, por ejemplo); etc. Y sobrevivir a lo inmediato conlleva a menudo comprometer (y siempre desestimar) en gran medida la perpetuación a largo plazo. Ciertamente, si hoy en día sigue habiendo vida sobre la Tierra es porque los antepasados de las especies actuales no comprometieron totalmente su supervivencia a largo plazo arruinando completamente su entorno. Pero este resultado no fue buscado por ellos mediante la previsión a largo plazo ni fue debido a que los seres vivos cooperen con el propósito de mantener Gaia en un estado estable y óptimo para la vida. Fue más bien el resultado de una feliz secuencia de sucesos aleatorios no buscados. Y, por supuesto, también desaparecieron muchas especies porque acabaron modificando su entorno de forma perjudicial para sí mismas (y a veces para muchas otras). El reto es explicar el fenómeno emergente real de la autorregulación sistémica a niveles superiores al individuo sin caer a su vez en negar el hecho de que la evolución se produce en gran medida mediante la competencia entre unidades de selección y la búsqueda “egoísta”, o al menos indiferente hacia el resto del planeta, de la autoperpetuación a corto plazo por parte de las mismas, con una total despreocupación por las consecuencias a largo plazo. Y desde luego, este hecho (la coexistencia de autorregulación y selección darwinista; de competencia entre subsistemas y, simultáneamente, integración de dichos subsistemas en sistemas mayores; etc.) no se explica o comprende mejor ignorando parte de los fenómenos (competencia y selección a niveles inferiores al planetario, etc.) o tratando de redefinirlos y deformarlos (entender el darwinismo única o principalmente como la selección mediante la mejora/empeoramiento del entorno a largo plazo, por ejemplo) para hacerlos encajar con las presuposiciones ideológicas o las carencias del autor.
[1] Por ejemplo:
“ […] durante los últimos veinticinco años he llenado mi vida con el pensamiento de que la Tierra podría estar, en cierto sentido, viva” (Gaia, una ciencia para curar el planeta, Integral, 1992, pág. 12).
“ […] para comprender la fisiología de la Tierra, cómo funciona Gaia, se requiere [...] un enfoque de la Tierra […] como algo vivo” (Ibid., pág. 15).
“[…] mis amigos y colegas científicos suelen torcer el gesto, dando a entender que preferirían que no hablara de nuestro planeta como de una forma de vida. Comprendo su preocupación, pero no me retracto”. (La venganza de la Tierra: la teoría de Gaia y el futuro de la humanidad, Planeta, 2007, pág. 18).
“Se habrá dado cuenta de que utilizo la metáfora de ‘la Tierra viva’ al hablar de Gaia, pero no quiero decir con ello que considere que la Tierra está viva de un modo consciente, y ni siquiera viva en el sentido en que lo está un animal o una bacteria. Creo que ya es hora de que ampliemos la definición dogmática y limitada de la vida como algo que se reproduce y corrige los errores de reproducción por selección natural entre la progenie”. (Ibid., pág. 38).
“¿Es necesario ver Gaia, el único planeta vivo del sistema solar? […] es importante, y más que ninguna otra cosa, tenemos que verla como realmente es porque nuestra vida depende por completo de la Tierra viva”. (La Tierra se agota: el último aviso para salvar nuestro planeta, Planeta, 2011, págs. 14-15).
“El concepto de una Tierra viva no resulta fácil de comprender ni siquiera como metáfora […] Las pruebas de que la Tierra se comporta como un sistema vivo son de peso.” (Ibid., pág. 25).
“[…] los ecosistemas son los órganos de Gaia que le permiten mantener nuestro planeta habitable”. (Ibid., pág. 27).
"Amigos científicos me preguntan a menudo: ‘¿Por qué sigues hablando de la Tierra como algo vivo?’. Es una buena pregunta, y no existe para ella una respuesta racional; en efecto, para algunos de mis amigos mi idea de que todo el planeta está vivo no sólo es ‘científicamente incorrecta’, sino que es absurda. Como respuesta diré que la ciencia aún no ha formulado una definición completa de la vida”. (Ibid., pág. 206).
“A menos que aceptemos que la Tierra está viva […], puede que no sepamos qué hacer o adónde ir cuando el océano suba en un mundo seco y caluroso. Con este propósito el nombre Gaia es mucho más adecuado para una inmensa entidad viva que cualquier acrónimo sin gracia basado en términos científicos racionales”. (Ibid. pág. 209).
[2] Por poner sólo un ejemplo entre muchos: “Como afirma mi teoría, […] el objetivo de esa Tierra que se autorregula es mantener la habitabilidad” (La Venganza de la Tierra, página 51. Negrita en el original).
[3] La Venganza de la Tierra, página 37).