Sobre las tecnologías digitales
Por Eileen Crist
El siguiente texto de Eileen Crist tiene el interés de criticar la tecnología moderna desde un punto de vista que tiene en cuenta que ésta no puede dejar de destruir y someter la Naturaleza para extraer de ella los materiales y la energía que necesita. Esto, es algo bastante poco común en aquellos autores que, como Crist, centran su labor en cuestiones ecológicas, ya que la mayoría de ellos no critican en absoluto la tecnología moderna y el sistema tecnoindustrial asociado a ella.
No obstante, cabe hacer tres objeciones serias al texto:
§ Por desgracia, aunque en este texto en concreto no se nota mucho y la menciona explícitamente sólo de pasada, la autora es fan de la llamada Teoría Crítica, una forma de marxismo heterodoxo e idealista que ha tenido gran influencia en algunas de las formas más recientes de izquierdismo.
§ Probablemente en relación con lo anterior, la autora afirma que los culpables de la amenaza que constituye la superinteligencia artificial (IA) para los seres humanos y la Naturaleza son “personas codiciosas y sin escrúpulos”, pero en realidad el desarrollo tecnológico y la amenaza que éste constituye no tienen tanto que ver con la codicia, la falta de escrúpulos o cualquier otra actitud, idea o valor de ciertos individuos o grupos, como con dinámicas y factores materiales y objetivos e impersonales que actúan ciega y sistémicamente a gran escala y largo plazo. Aquí, a pesar de todo (es decir, de su lucidez al reconocer el vínculo existente entre la perpetuación de la tecnología moderna y la necesidad inevitable de consumir materia y energía extraída de la Naturaleza), la autora derrapa y cae en el idealismo y el voluntarismo (e incluso en insinuar una “lucha de clases”: existen unos culpables o “malos” despiadados y el resto son sólo sus pobres “víctimas”).
§ La autora asegura que las máquinas y la IA jamás tendrán consciencia. Sin embargo, esta postura es bastante aventurada, ya que no hay nada que demuestre objetivamente que no pueda llegar a ser posible que las máquinas desarrollen alguna forma de consciencia en algún momento del futuro. El propio hecho de que resulte prácticamente imposible definir la consciencia hace que tampoco pueda negarse que las máquinas puedan llegar a tenerla. Y si la consciencia (se defina como se defina) es una propiedad emergente que surge en sistemas de procesamiento de información, y en ciertas condiciones a partir de cierto grado de complejidad, entonces no podemos confiar en que no vaya a acabar surgiendo también en algunas máquinas y dispositivos tecnológicos digitales a medida que éstos se vayan desarrollando y complicando cada vez más. Tampoco podemos asegurar rotundamente que vaya a suceder, es verdad, pero negarlo es igualmente arriesgado. Tras esta negación a priori y sin pruebas de la posibilidad de que las máquinas desarrollen una consciencia, suele estar el terror ante la amenaza que conlleva esta posibilidad. Este terror impide a quienes lo sienten asumir y enfrentar dicha amenaza con objetividad y racionalidad y les hace refugiarse complacientemente en su negación irracional echando mano de una noción mística y nebulosa de la consciencia, no muy diferente de la del “alma” o el “espíritu” de las religiones tradicionales. Negar sin pruebas la posibilidad de un peligro probable no es la mejor forma de evitarlo o de prepararse para afrontarlo en caso de que llegue.