El mundo hasta ayer

(Libro de Jared Diamond, reseñado por B.R.)

Nota: para poder leer la reseña en formato pdf basta con hacer "click" en el título del libro.

En septiembre del año pasado [2013] se publicó en castellano El mundo hasta ayer1, un libro en el que Jared Diamond responde a la pregunta “¿qué podemos aprender de las sociedades tradicionales?”.

Hace ocho años, la lectura de su libro Armas, gérmenes y acero2 me ayudó a comprender mejor el desarrollo y funcionamiento de las sociedades humanas complejas. Para mí es el mejor resumen de la historia de las sociedades humanas desde un enfoque materialista y, además, el modo en que está escrito es ameno y claro. Por ello, desde entonces, he recomendado a muchas personas su lectura. De modo que, cuando conocí la publicación de su nuevo libro, empecé a leerlo con interés.

En El mundo hasta ayer, Diamond compara lo que él llama “sociedades tradicionales”3 (“ST” en adelante) con la sociedad tecnoindustrial4 (“STI”) a través de diferentes aspectos de las culturas humanas como la posesión del territorio (págs. 55-79), el comercio (págs. 79-100), la resolución de conflictos (págs. 101-206), la crianza de los hijos (págs. 207-246), el trato a los ancianos (págs. 247-282), la asunción y gestión del peligro (págs. 283-376), la religión (págs. 377-428), el multilingüismo (págs. 429-473) y la salud (págs. 474-526). A través de dichas comparaciones, el libro pretende extraer lecciones sobre qué características de las ST deberíamos, según el autor, adoptar en la sociedad tecnoindustrial.

Tras más de 500 páginas de comparaciones sociológicas y datos antropológicos, las conclusiones a las que llega Diamond son sorprendentemente superficiales. Su respuesta a “¿qué podemos aprender de las sociedades tradicionales?” incluye, entre otras cosas similares, llevar un estilo de vida y una alimentación más saludables, haciendo deporte y reduciendo el consumo de sal y azúcar; criar a nuestros hijos en un entorno bilingüe o multilingüe, evitándoles los castigos físicos, durmiendo con ellos cuando son bebés y destetándolos tarde; estar alerta y tomar medidas para reducir los peligros mientras conducimos, bajamos las escaleras o nos duchamos; eliminar la jubilación obligatoria, fomentar que las personas mayores lleven una vida más activa; etc.

A pesar de ello, El mundo hasta ayer puede proporcionar información y reflexiones de interés5, aunque habría muchas cosas que discutir y matizar6.

Sin embargo, me centraré en lo que creo que son los aspectos más generales e importantes.

En la base del análisis de Diamond hay dos cuestiones fundamentales:

1. Que las “tendencias generales” que explican la diversidad cultural vienen determinadas por “el número y la densidad de población, los medios para obtener la comida y el entorno” (pág. 37). Es decir que, aunque existan aspectos de la cultura no determinados por las bases materiales, las características básicas y generales dependen de la población, la economía, la tecnología y la ecología. Diamond menciona varias veces el ejemplo de la centralización política: “las grandes poblaciones [por encima de 10.000 habitantes] no pueden funcionar sin líderes que tomen las decisiones, sin ejecutivas que las pongan en práctica y sin burócratas que administren las resoluciones y leyes. Por desgracia para los lectores que sean anarquistas y sueñen con vivir sin un gobierno de Estado, estos son los motivos por los que sus sueños son poco realistas: tendrán que encontrar una pequeña banda o tribu que los acepte, donde nadie sea un desconocido, y donde reyes, presidentes y burócratas sean innecesarios” (pág. 26).

2. Que existe una naturaleza humana y que genéticamente seguimos siendo casi por completo cazadores-recolectores. Para Diamond, “en ciertos aspectos, los seres modernos somos inadaptados; nuestro cuerpo y nuestras prácticas actualmente afrontan condiciones distintas de aquellas con las que evolucionaron y a las cuáles se adaptaron” (pág. 24). Por ejemplo, al tratar el desarrollo de las enfermedades no transmisibles (hipertensión, diabetes, etc.), escribe: “nuestras enfermedades no transmisibles propias de la civilización surgen a raíz de un desequilibrio entre la constitución genética de nuestro cuerpo –que sigue estando en gran medida adaptado a nuestra dieta y nuestro estilo de vida paleolíticos- y nuestra dieta y nuestro estilo de vida actuales” (pág. 479).

Teniendo ambas cuestiones presentes me surgen dos preguntas importantes: ¿es posible que una sociedad pueda adoptar consciente y voluntariamente aspectos de otras sociedades al margen de las condiciones materiales en las que se desarrolla?; y, por otro lado, teniendo presente la historia evolutiva de la especie humana, que ha estado viviendo como mínimo 60.000 años siendo cazadora-recolectora antes de adoptar la agricultura ¿sólo podemos aprender de las sociedades cazadoras-recolectoras las conclusiones que extrae Diamond?

Para responder a la primera pregunta utilizaré algunos de los ejemplos de Diamond. Según él, deberíamos adoptar una dieta más saludable: “fruta y verdura fresca, carne con poca grasa, pescado, frutos secos y cereales” (pág. 539). Ahora bien, ¿es posible producir y distribuir esos productos para alimentar a 7.000 millones de personas? La respuesta, como probablemente Diamond sepa, es no. La población de la sociedad tecnoindustrial es tan exageradamente alta que no es posible producir tal cantidad de alimentos de calidad, a lo que se suma que la necesidad de distribuir tales alimentos a través de miles de kilómetros no facilita precisamente la frescura de los mismos. En otra parte del libro Diamond aborda la cuestión de la educación (págs. 239-243), comparando la “educación formal de las sociedades estatales modernas” con horarios, asignaturas e instructores, con la educación basada en el juego y surgida naturalmente de la vida social de las ST, donde los niños “aprenden acompañando a sus padres y otros adultos y oyendo historias que cuentan los mayores y otros niños alrededor de la hoguera”. Un niño podrá aprender a cocinar, a cazar, a cultivar o a fabricar herramientas jugando y viendo cómo los adultos lo hacen, pero la complejidad de la sociedad actual precisa que la gente tenga unos conocimientos que no se adquieren precisamente alrededor de una hoguera, pensemos, por ejemplo, en todos los conocimientos necesarios para diseñar, producir, mantener y hacer funcionar una planta de producción de energía térmica. De modo que una sociedad puede adoptar consciente y voluntariamente ciertos aspectos de otra sociedad (es el caso, por ejemplo, de la generalización en la STI de los tatuajes como adorno corporal o del consumo de quinoa) pero en aquellos aspectos determinados por los factores materiales e imprescindibles para el mantenimiento y el desarrollo físicos de una sociedad, el rango de variación probablemente sea mucho menor de lo que Diamond plantea.

En cuanto a la segunda pregunta, pienso que Diamond no se atreve a extraer otras conclusiones más profundas porque chocarían de lleno con sus valores y con los de su entorno social. Según él “podemos estar agradecidos de haber desechado numerosas prácticas tradicionales, por ejemplo, el infanticidio, abandonar o asesinar a los ancianos, enfrentarse a un riesgo periódico de hambruna, estar más expuesto a peligros medioambientales y enfermedades infecciosas que a menudo provocaban la muerte de los hijos, y vivir con un temor constante a ser atacados” (págs. 24-25). Ahora bien, ¿a qué precio? Quizás las conclusiones de Diamond hubieran sido muy distintas de haber elegido otros temas para tratar en su libro como, por ejemplo, la autonomía personal, la enfermedad mental o el impacto sobre el entorno. Es lógico que si lo que se valora positivamente son las “comodidades modernas como los bienes materiales que hacen que la vida sea más fácil y más confortable; oportunidades de educación formal y de trabajo; buena salud, medicamentos eficaces, médicos y hospitales; seguridad personal, menos violencia y menos peligro por parte de otras personas y del entorno; seguridad alimentaria; una vida mucho más larga; y una frecuencia mucho menor de experimentar la muerte de tus propios hijos” (pág. 531) se tienda a extraer de las ST sólo cuestiones como la cantidad de sal de sus dietas o sus mecanismos de resolución de conflictos (siempre y cuando no sean violentos, es decir cuando incluyan el diálogo y las negociaciones, pero no las guerras y la venganza), sin embargo, si lo que se valora es la Naturaleza salvaje y la libertad, entonces las ST cazadoras-recolectoras nómadas se mostrarán como la forma de sociedad humana menos dañina para la Naturaleza salvaje y que más se ajusta a nuestras necesidades físicas y psicológicas.

Notas

1. Título original: The World Until Yesterday. En castellano ha sido publicado por Random House Mondadori en 2013.

2. Véase la reseña del mismo a cargo de G.S. en esta misma página web.

3. Dentro de las “sociedades tradicionales” Diamond engloba a culturas humanas enormemente diversas económica y políticamente: cazadores-recolectores nómadas (!kung, inuit, ache, agta...), cazadores-recolectores complejos y sedentarios (ainu, calusa...), horticultores (dani, machiguenga, yanomami...), pastores (kirguís, nuer...). El propio Diamond reconoce que es una generalización pero probablemente debería haber hilado más fino y no referirse por igual a decenas de sociedades a las que, en ocasiones, lo único que las une es la ausencia de Estado.

4. Diamond no utiliza el término “sociedad tecnoindustrial” sino que se refiere a las sociedades modernas como WEIRD. Una palabra que en inglés significa “raro” y que es el acrónimo de occiental (Western), culta (Educated), industrializada (Industrialized), rica (Rich) y democrática (Democratic).

5. Es el caso del capítulo dedicado a las religiones y a sus funciones sociales, donde aborda los límites del análisis racional y la explicación científica, la búsqueda de significado o la cohesión y el compromiso de las personas en una comunidad.

6. Por ejemplo, en lo relacionado con la esperanza de vida y la longevidad de las ST o en los motivos que llevan a las ST o a algunos de sus miembros a adoptar el modo de vida moderno.