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Este libro (Olañeta, 1996) relativamente extenso bien podría haber sido 3 libros diferentes, uno con una crítica holística de la tecnología, otro sobre el legado cultural de las naciones indias y las sociedades indígenas de todo el mundo y otro sobre las luchas indigenistas que se han producido en los últimos tiempos. Si forman un solo libro, se debe principalmente a la orientación política que le quiso dar su autor. Jerry Mander terminó de escribir este libro en 1991 y le podríamos considerar un ecologista altermundista con las preocupaciones de aquella época. Es decir, las de un ecoizquierdista anticapitalista cuya alternativa de sociedad no era la de la Unión Soviética (que aún existía por aquel entonces) sino la de las sociedades indígenas (o, mejor dicho, las del retrato idealizado y políticamente correcto que algunos antropólogos difundieron de ellas).

La primera y segunda parte del libro (“Cuestiones que tendrían que haberse planteado sobre la tecnología” y “La inevitable dirección de la megatecnología” respectivamente) son probablemente las más interesantes a pesar de estar aderezadas aquí y allá con las preocupaciones izquierdistas del autor. En castellano existen muy pocos libros en los que se planteen críticas globales a la tecnología y proporcionen herramientas para su análisis crítico. Este es uno de ellos y hay que reconocerle ese mérito. No obstante, adolece de algunos defectos importantes a considerar, no sólo los valores izquierdistas que propugna el autor, sino algunos tópicos bastante frecuentes en el izquierdismo ecologista. Por ejemplo, Jerry Mander da a entender en algunas partes que una sociedad puede, con la información necesaria, tomar decisiones adecuadas sobre cada tecnología que se invente y construir un sistema tecnológico relativamente complejo mediante un proceso consciente y racional. Sabemos que esto es imposible debido a que la evolución de la tecnología compleja deriva en multitud de retroalimentaciones y consecuencias imprevistas que escapan a la capacidad de elección de cualquier sociedad. Se trata de un proceso evolutivo autónomo y que inevitablemente daña la naturaleza salvaje. En cierto modo, es entendible que Mander cometiera este error. Él conocía de primera mano algunos casos en los que la introducción de una tecnología concreta, la televisión, estaba siendo motivo de discusión entre algunas comunidades esquimales de Norteamérica. La introducción de la televisión había producido un cambio cultural brusco y que amenazaba el modo de vida tradicional esquimal. Esto había hecho que en las comunidades vecinas donde no tenían televisión advirtieran el peligro para sus culturas y se plantearan el rechazo de la televisión. Pero el caso de una tecnología concreta en una sociedad con un nivel tecnológico de pequeña escala difícilmente puede ser aplicado a la evolución tecnológica global de la sociedad tecnoindustrial moderna.

Mander también cae en la obsesión anticapitalista de que las nuevas tecnologías como los ordenadores favorecen el poder de las empresas y las megacorporaciones. Siendo cierto, el problema no es el capitalismo sino que la tecnología compleja tiene que ser implementada por grandes organizaciones cuya lógica de funcionamiento poco o nada tiene que ver con la de un grupo humano de pequeño tamaño. El problema de ello no es que las empresas se dediquen a la búsqueda del lucro o que caigan en la avaricia sino que las personas, los pequeños grupos y la naturaleza salvaje pierden su autonomía en favor de organizaciones cada vez mayores y con más poder. En otro tipo de sistemas económicos ocurriría lo mismo en esencia, simplemente el capitalismo hasta ahora ha sido el que mejor se ha compenetrado con el sistema tecnológico.

La tercera y cuarta parte (“La supresión de la alternativa indígena” y “Guerra mundial contra los indios” respectivamente) vienen a explicar el título y el subtítulo del libro. Mander defiende que la gran mayoría de las sociedades indígenas han cuidado de la tierra en la que vivían gracias a una cosmovisión que la consideraba sagrada. Es una afirmación muy discutible, no porque las sociedades no tuvieran realmente esas creencias sino porque el papel que les otorga en la relación que esas sociedades tenían con los ecosistemas en los que vivían parece una gran sobreestimación. Cuando leemos que Marshal Sahlins y Pierre Clastres son algunos de los antropólogos en los que Mander basa su conocimiento sobre muchas de las sociedades indígenas que menciona en el libro, las dudas sobre las afirmaciones que realiza en estas partes crecen exponencialmente. No voy a decir que todo lo descrito por Mander sobre las sociedades indígenas sea falso, pero ciertamente hay descripciones falsas y eso me hace dudar sobre la veracidad de las demás. Una cosa importante de la parte final del libro es que estimula una sana desconfianza de las negociaciones con la sociedad tecnoindustrial y, en general, de los acuerdos y legislaciones de una sociedad civilizada. Ninguno de ellos sirve para proteger la libertad y la autonomía de lo salvaje y, si después de leer el repaso que Mander da a las relaciones de las sociedades civilizadas con las sociedades indígenas de los últimos 2 siglos alguien confiara todavía en la posibilidad de reformar el sistema para prevenir los graves daños causados por la tecnología moderna, habríamos de calificarlo como crédulo de primera, probablemente un tecnófilo de cuidado.

En definitiva, ¿es el libro de Mander uno que merezca recomendarse? Con las debidas cautelas y advertencias, probablemente sí. La crítica que hace de la tecnología es muy relevante y tanto su experiencia personal (a lo largo de su vida ha visto introducirse la mayoría de las tecnologías con las que muchos ya hemos crecido desde pequeños, conoce el antes y el después) como la de las comunidades indígenas ilustran una realidad cada vez más innegable sobre la importancia de la tecnología. Es una pena que estos análisis estén mezclados con indigenismo y otras formas de izquierdismo, así como con informaciones antropológicas falsas e idealizaciones de las sociedades indígenas.