Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo. 

 

Quizá al lector español le resulte extraño que alguien hable de espacios naturales protegidos sin vestigios de desarrollo socioeconómico (“primitivos”, en palabras del autor del texto), que proponga que, dentro de ciertos espacios naturales, no se debería rescatar a alguien que estuviese en apuros o que considere que es un fastidio para él y para otros encontrar marcas artificiales de sendas cuando se está andando por zonas naturales, por poner algunos ejemplos de actitudes mostradas en el texto que son poco habituales en España.

 

Sin embargo, creemos que puede ser importante dar a conocer la existencia de ideas como las que Foreman plantea en este texto y por qué podrían no ser tan descabelladas como a muchos a este lado del charco les podrían parecer.

 

Para poner al lector en contexto, debe tenerse en cuenta que el autor del texto es estadounidense y que en ese país en particular y en Norteamérica en general, al contrario de lo que sucede en la mayor parte de Europa occidental, por un lado, existen aún grandes áreas naturales poco humanizadas, es decir, salvajes (“wilderness”, sería el vocablo utilizado en inglés para referirse a ellas) y, por otro, existe una larga tradición cultural de reconocer la existencia de lo salvaje, valorar el contacto directo con la Naturaleza y preservar espacios naturales poco o nada humanizados.

 

El texto es un ejemplo de las, a menudo, abismales diferencias que en materia de conservación pueden existir entre Norteamérica y Europa occidental. Y un ejemplo de que la defensa de la Naturaleza puede basarse en valores muy diferentes a los habitualmente mostrados por los conservacionistas y defensores de la “Naturaleza” en este último continente.

 

Entre otras cosas, esto permite tener referencias para comparar y valorar más adecuadamente las actitudes hacia la Naturaleza y las formas de actuar al respecto en los diferentes países y culturas. Por ejemplo, en España (y buena parte de Europa) la declaración de ciertos espacios naturales como “áreas salvajes” en las cuales el desarrollo y la actividad económica estén estrictamente prohibidos es algo muy poco común, mientras que en otros países como EE.UU., Canadá, Australia u otros, es ampliamente aceptada como algo normal y necesario. Por otro lado, y casi paradójicamente, se producen situaciones como el hecho de que en España el uso del fuego o la acampada estén mucho más estrictamente regulados por ley (de hecho, están prácticamente prohibidos fuera de unas condiciones excepcionales y muy particulares) en los espacios “naturales” existentes (que no suelen ser siquiera muy salvajes, precisamente) de lo que lo están en esos otros países que, curiosamente, en muchos otros aspectos protegen mucho más estrictamente sus zonas naturales. Esto tiene que ver con el hecho de que en dichos países, cuando se habla de conservar la Naturaleza en realidad se habla de dos cosas diferentes (aunque relacionadas): proteger los espacios naturales en sí y proteger la experiencia subjetiva de la Naturaleza que la gente obtiene al visitar dichos espacios y practicar ciertas actividades de recreo en ellos. Allí se intenta proteger ambas cosas a la vez, de modo que se permiten muchas actividades relativas a la experiencia subjetiva de lo salvaje, incluso en zonas salvajes que de otro modo están estrictamente protegidas. En España (y en buena parte de Europa) sin embargo, en muchos casos ni siquiera se pretende realmente proteger la Naturaleza, sino más bien el medioambiente bajo la etiqueta de “naturaleza”, y la experiencia directa y no organizada por terceros del contacto con la Naturaleza suele carecer de valor.

 

Y así, mientras que en lugares como España los conservacionistas normalmente están igual de interesados (o más) en fomentar el desarrollo económico y social que en la preservación de la Naturaleza, de modo que suelen considerar tolerable (o incluso deseable) para la adecuada conservación de los espacios naturales la intervención y presencia continua de los seres humanos en los ecosistemas, y normalmente aquí el carácter salvaje o autonomía de los ecosistemas es algo muy poco reconocido y valorado a nivel cultural, en esos otros países, la necesidad de que una zona esté poco o nada humanizada (por ejemplo sin carreteras ni asentamientos humanos permanentes) para estar bien conservada tiene un fuerte reconocimiento tanto dentro como fuera del conservacionismo. El hecho de que esto sea visto así al menos por ciertos sectores dentro del conservacionismo de esos países, junto a la existencia de una cierta presencia, reconocimiento y valoración de lo salvaje en su cultura, hace posible que allí algunos puedan proponer una conservación aún más ambiciosa, como hace Foreman en este texto, sin que a casi nadie le parezca algo raro, estén de acuerdo o no con dichas propuestas.

 

Además de esto, merece la pena puntualizar que:

 

·         Foreman en este texto plantea sus propuestas basándose principalmente en proteger la experiencia subjetiva de lo salvaje. Es decir, en proteger espacios salvajes para poder disfrutar en ellos de la experiencia del contacto directo con la Naturaleza mediante la práctica de ciertas actividades recreativas “primitivas” (caminar, acampar, cazar, pescar, recolectar, explorar, hacer fuego, construir un refugio temporal, etc.) y de la sensación de libertad y autosuficiencia que conllevan cuando son llevadas a cabo de forma autónoma, sin la intervención o regulación por parte de terceros. Pero éstos son sólo algunos de los motivos existentes para la preservación de lo salvaje. De hecho, Foreman, en otros textos considera que los principales motivos para proteger la Naturaleza no son antropocéntricos, ya que la Naturaleza salvaje tiene valor por sí misma.

 

Es más, a menudo los motivos antropocéntricos para la preservación de lo salvaje mencionados, si bien pueden ser complementarios de los motivos no antropocéntricos, e incluso necesarios para que las personas lleguen a percibir y tener en cuenta estos últimos (no se puede valorar lo que no se conoce, y la mejor manera de conocer algo es experimentarlo, tener contacto con ello directamente), también pueden y suelen entrar en conflicto con ellos (las actividades de recreo en la Naturaleza pueden causar graves daños a los ecosistemas si se practican de forma descuidada, masiva o usando ciertas tecnologías). Y de hecho, como ya se ha mencionado, existen grandes diferencias entre países a la hora de tenerlos en cuenta y aplicarlos. En España, por ejemplo, al contrario de lo que sucede en otros países, la mayoría de dichas actividades recreativas “primitivas”, o bien están demasiado reguladas, arruinando así en gran medida la experiencia autónoma de lo salvaje, o bien simplemente están prohibidas.

 

·         Si bien en Naturaleza Indómita compartimos el respeto y admiración de Foreman por la Naturaleza salvaje, lo que él propone en el texto (es decir, el establecimiento de zonas salvajes legalmente protegidas y con un grado de protección bastante estricto) no es nuestra propuesta. No es que no veamos importante y respetable proteger legalmente lo poco que queda de Naturaleza, sino que lo que no vemos es que dicha protección legal vaya a ser realmente efectiva a largo plazo mientras la sociedad tecnoindustrial siga existiendo, y menos aún expandiéndose. Y por tanto, no vemos que se deba esperar tanto de ella como Foreman parecía esperar. En realidad, si existe una forma de evitar la destrucción y el sometimiento de lo salvaje y favorecer su recuperación, ésta pasa necesariamente por la desaparición de la sociedad tecnoindustrial.