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El autor del siguiente texto es un ecologista con una fuerte influencia izquierdista, con todo lo que ello supone: mezclar los problemas ecológicos y la defensa de la Naturaleza con los problemas sociales y la defensa de la justicia social; reducir el sistema social (o sociedad) tecnoindustrial a su subsistema socioeconómico; etc. En consecuencia en el texto aparecen algunos términos y tópicos izquierdistas (“capitalismo”, “imperialismo”, “democracia directa”, etc.).

Otro defecto del texto sería la confusión que el autor, y con él muchos otros ecologistas, parecen tener entre defender “la vida” y defender lo salvaje. Lo que está en peligro de desaparecer a causa del desarrollo tecnológico industrial es el carácter salvaje de la biosfera y sus componentes (además de gran parte de su biodiversidad), pero no la vida en sí.

Tampoco anda muy acertado Alex Budd a la hora de poner ejemplos de cosas a las que habría que renunciar: videojuegos, calefacción, “reality shows”. Ya sólo estos ejemplos triviales nos hacen sospechar que, en el fondo y a pesar de sus críticas al sistema industrial, él no desea eliminar completamente la tecnología moderna y seguramente (como muchos otros ecologistas) se autoengaña creyendo que es posible algún tipo de punto intermedio de equilibrio entre la aceptación total y acrítica de la sociedad tecnoindustrial y su total rechazo. Sin embargo, como él mismo debería saber e inferir a partir de sus propias reflexiones y conocimientos acerca del asunto, dicho punto de equilibrio no es posible. Si realmente se desea salvar la Naturaleza salvaje habrá que eliminar completamente la sociedad tecnoindustrial, cualquier otra cosa será insuficiente. Y por tanto, quienes deseen realmente salvar lo salvaje habrán de estar dispuestos a renunciar, llegado el caso, a bastantes más cosas que a los videojuegos, la tele o la calefacción central.

El autor hace en el texto la siguiente afirmación: “Aquellos sistemas que están destruyendo el planeta […] deben ser estratégicamente desmantelados y sustituidos por culturas independientes, basadas en la democracia directa y que estén completamente integradas en sus territorios básicos y sus ecosistemas locales”. Desgraciadamente, incluso entre la mayoría de quienes critican más o menos acertadamente la sociedad tecnoindustrial y ven claramente el daño ecológico que ésta supone, es habitual caer en este error: proponer la implantación de alternativas, utopías, sociedades “mejores”, etc. que sustituyan a la sociedad presente en lugar de simplemente proponer su eliminación, su destrucción. Plantear modelos sociales alternativos que sustituyan al sistema tecnoindustrial es un error, por al menos dos motivos. Primero, sería imposible llevar a la práctica dichos modelos sin que se desviasen, y mucho, del plan inicial. Los proyectos de sociedades utópicas nunca salen como sus planificadores esperaban y hubiesen deseado. Al final, el remedio (nuevo modelo de sociedad creado) suele acabar siendo igual o peor que la enfermedad (sociedad preexistente). Y segundo, dichos proyectos de nuevas sociedades suelen plantear unos fines, es decir, unos modelos sociales, que ya de por sí, incluso si se lograse conseguirlos de forma exacta y sin desviaciones ni perversiones respecto a los modelos ideales originales, no serían precisamente estupendos (salvo quizá para quienes los planean y promueven; y a veces ni eso). A menudo, dichas utopías o modelos sociales ideales son totalmente incompatibles con la naturaleza humana, en particular, y con la Naturaleza salvaje en general. En el caso que nos ocupa, dudamos que cuando el autor dice “completamente integradas en sus territorios y ecosistemas locales”, sepa a qué se está refiriendo en realidad. ¿Qué significa exactamente que una cultura está “completamente integrada” en los ecosistemas que habita? ¿Qué simplemente es “sostenible” o que además respeta efectivamente el carácter salvaje de la Naturaleza? ¿Es realmente posible que una cultura humana se integre completamente en los ecosistemas salvajes? Y, en tal caso, ¿cuál sería el grado de desarrollo tecnológico y demográfico máximo que debería tener para poder hacerlo? ¿Está pensando el autor sólo en pequeñas comunidades de cazadores-recolectores nómadas o (también) en grandes poblaciones “verdes” basadas en la agricultura y la urbanización (y quizá incluso en rasgos y tecnologías aún más modernos)?

Aun así, el texto nos parece que tiene un valor destacable como muestra de una de las pocas críticas serias existentes de las energías renovables. En este aspecto, el autor da en el clavo cuando señala los defectos y falsedades de las energías “limpias”.