Protejamos lo que queda de naturaleza salvaje

Por James E. M. Watson, James R. Allan y colegas. 

Nota: aquí meramente nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo. 

Como suele ser habitual en esta sección, el interés del siguiente artículo radica casi exclusivamente en que es útil como fuente de datos acerca del impacto causado tanto por los seres humanos en general como por la civilización tecnoindustrial en particular sobre la Naturaleza salvaje. A la hora de poner en cuestión la sociedad tecnoindustrial es importante basarse en hechos, es decir, en datos empíricos fiables. Para ello, los estudios científicos son muy útiles y deben ser tenidos en cuenta.

Sin embargo, este tipo de estudios prácticamente nunca es exclusivamente científico e ideológicamente neutro, ya que sus autores son seres humanos inmersos en un entorno social y cultural determinado y esto casi invariablemente tiende a influir en su labor y a crear sesgos. Y, de nuevo, como suele ser habitual en esta sección, el presente texto no es una excepción a lo anterior.

Los dos sesgos y defectos ideológicos más destacables del artículo serían:

·         El hecho de plantear como única solución posible la acción política coordinada en el marco de las grandes organizaciones internacionales. Las propuestas de crear organismos internacionales (alianzas, organizaciones o gobiernos mundiales) que regulen y gestionen a nivel global ciertas actividades humanas problemáticas son un tópico típico en la literatura científica del último siglo y, en la mayoría de los científicos que lo proponen como estrategia, denota su ingenuidad, simpleza e ignorancia acerca de prácticamente todos aquellos asuntos que se salgan de su reducido campo de estudio científico (otras disciplinas científicas, política, funcionamiento del sistema tecnoindustrial, moral, naturaleza humana, historia, etc.). Plantear como solución la reforma del marco político internacional es indicativo de la asunción acrítica (y probablemente en gran medida inconsciente) por parte de estos científicos de una serie de valores y esquemas ideológicos convencionales. En el fondo, se asume la continuidad y perpetuación de la civilización tecnoindustrial como un hecho “natural”, inamovible e incuestionable, ajustando todas las sugerencias estratégicas a este hecho: la solución a los problemas globales debe buscarse dentro del marco del sistema tecnoindustrial, respetándolo y considerándolo como parte ineludible de la solución en lugar de como la causa de dichos problemas, que es lo que en realidad es.

Además, a estas alturas debería habernos quedado claro ya que lo de la acción coordinada internacional de grandes organizaciones frente a los problemas y amenazas globales no suele funcionar. No entraremos aquí a analizar en detalle los porqués de su habitual ineficacia. Pero es que, funcione o no, ya sólo el hecho de proponer que sean grandes organizaciones internacionales las que gestionen las crisis globales debería ser algo que nos hiciese recelar. Las grandes organizaciones, especialmente aquellas de carácter global, suelen representar lo contrario a la libertad y la autonomía de los individuos, de los pequeños grupos y de la Naturaleza y el arrogante sueño humanista y progresista de lograr un “gobierno mundial” que controle la totalidad del planeta (por el bien de la humanidad y/o del propio planeta) es la conclusión lógica final a la que lleva apuntando la historia mundial desde hace ya miles de años, una conclusión lógica que no augura nada bueno para la autonomía de lo salvaje.

A nivel más práctico si cabe, ¿cómo conseguirán dichas grandes organizaciones controlar y gestionar un sistema y unos procesos tan complejos e intrínsecamente impredecibles/incontrolables como los que constituyen la política, la economía y la ecología mundiales (y la interacción entre ellas)? ¿No podría llegar a suceder (como de hecho suele suceder) que al final el remedio sea peor aún que la enfermedad, que lo que acabe sucediendo es que, tratando de gestionar los problemas a escala global, se incrementen aún más los impactos, las perturbaciones y el sometimiento que la Naturaleza salvaje ya padece? Porque los sistemas y procesos complejos son en gran medida inherentemente impredecibles y con ello incontrolables, pero la imposibilidad de controlarlos de forma precisa y eficaz no implica la imposibilidad de perturbarlos y destruirlos. De hecho, cuando se enreda en ellos tratando de controlarlos, el resultado suele ser un desastre, con serias alteraciones en dichos sistemas y procesos, el agravamiento de los problemas existentes, la aparición de problemas nuevos y un aumento del desorden general.

Y, aun dejando a un lado la imposibilidad de predecir y controlar eficazmente sistemas dinámicos complejos, el control de dichos sistemas por parte de organismos internacionales conllevaría inevitablemente la necesidad de una tecnología muy avanzada (tanto o más que la existente en la actualidad) y con ella de un sistema tecnoindustrial, que son precisamente los causantes o agravantes de los problemas ecológicos que se pretenden resolver. Sería simplemente como echar gasolina al fuego para tratar de apagarlo. Un absurdo.

La verdadera solución no pasa por aumentar el control y la gestión a nivel internacional, sino precisamente por poner en cuestión la existencia y necesidad del sistema tecnoindustrial y del desarrollo tecnológico y social que nos han llevado a esta situación.

·       En estrecha relación con lo anterior, estaría la inclusión “con calzador” en el artículo de las nociones de justicia social (en forma de indigenismo en este caso) y desarrollo sostenible. Éste es un ejemplo de la plaga progresista que asola la inmensa mayoría del pensamiento y la acción en relación a los asuntos ecológicos en la actualidad.

Parece que muchas personas se sienten mal (¿culpables?) si no mencionan estos asuntos humanistas al hablar de ecología, como si el dogma de lo políticamente correcto les obligase a hablar de los asuntos humanos (sociales) siempre, venga o no al caso, y como si centrarse exclusivamente en los asuntos ecológicos fuese un tabú imperdonable. Pero el hecho es que en realidad la defensa de la justicia social no tiene nada que ver con la conservación del carácter salvaje de la Naturaleza y mezclar artificiosamente ambos asuntos no sólo es una falacia ideológicamente inducida sino también un grave error estratégico con serias consecuencias negativas para la preservación de lo salvaje.

Más en concreto, las insinuaciones hechas en el texto acerca del supuesto carácter inherentemente conservacionista de los pueblos indígenas y de la presunta relación directa existente entre respetar sus derechos a la propiedad de las tierras que tradicionalmente habitan y la conservación de dichos territorios, son simplemente falsas y vienen dictadas por la convención cultural y política progre imperante en los entornos sociales de los autores, no por la sensatez, la ciencia y los hechos empíricos. ¿Acaso no ha habido pueblos indígenas que causasen daños a los ecosistemas que tradicionalmente ocupaban? ¿Y de qué modo el hecho de que tengan la propiedad legal de sus territorios impide que ellos mismos los dañen? ¿Qué les impedirá, llegado el caso, vender o alquilar sus tierras para que sean explotadas industrialmente? De hecho, existen casos de esto último.[1] Simplemente, cuando en un texto sobre la preservación de la Naturaleza se identifican los derechos de propiedad de los indígenas con la conservación de los ecosistemas se está confundiendo el culo con las témporas.

Y otro tanto puede decirse de la manía de incluir la defensa de la paradójica noción de “desarrollo sostenible” en este tipo de textos. Obedece meramente a imperativos de tipo ideológico, social y cultural en lugar de a la lógica, los hechos, la ciencia o el mero sentido común. El desarrollo, social y tecnológico, es la causa última de los problemas ecológicos, no su solución y, por tanto, “sostenerlo” lo único que acarreará será la perpetuación y agravamiento de dichos problemas. Desarrollar las comunidades indígenas o marginadas en realidad no protegerá “los modos de vida [tradicionales y presuntamente conservacionistas] de los pueblos indígenas”, sino que los alterará grave e inevitablemente. Y menos aún reducirá el impacto ecológico, sino que más bien lo incrementará a escala global (y seguramente también incluso a escala local).

Además de estos dos defectos principales, cabe también llamar la atención acerca de otros dos errores mucho más concretos:

·         La superficie protegida en la actualidad por la Ley de Espacios Salvajes estadounidense de 1964 es mucho mayor que los 37.000 km2 mencionados por los autores en el texto (ésta era la superficie protegida originalmente). Según Wikipedia, en 2015 eran 443.175 km2.[2] A pesar de lo dicho más arriba acerca de la utilidad de este texto como fuente de datos, este error siembra dudas acerca de la exactitud y fiabilidad de la información barajada por los autores en este texto.

·     En el recuadro “¿Qué queda?”, se habla de las “cambiantes condiciones del Antropoceno”, dando con ello tácitamente por sentada la validez de la teoría del “Antropoceno” y, con ella, la premisa principal en que se basa dicho concepto: que en la actualidad el ser humano domina la totalidad de la Tierra y que ya no existe la Naturaleza salvaje en este planeta[3]. Sin embargo, el mapa que aparece en ese mismo recuadro en realidad es una refutación de dicha premisa: según el propio mapa, aún quedan sin alterar un 23% de las tierras emergidas y un 13% de los océanos. Los autores, al igual que otra mucha gente preocupada por lo salvaje en la actualidad, deberían pensárselo dos veces antes de asumir y dar pábulo descuidadamente al artero y peligroso concepto del Antropoceno.

[1] Por ejemplo, hace años algunos grupos kayapó en Brasil permitieron a algunas empresas madereras, hidroeléctricas y mineras explotar sus territorios a cambio de compensaciones económicas. Véase: “Kayapo courage”, National Geographic, Enero 2014: https://www.nationalgeographic.com/magazine/2014/01/kayapo-courage/. (Existe versión en español: “El valor de la tribu de los kayapó” National Geographic, 07 de marzo de 2014 (actualizado a 19 de octubre de 2019): https://www.nationalgeographic.com.es/mundo-ng/grandes-reportajes/el-valor-de-los-kapayo_7912/1). Véase también: William R. Long, “How Gold Led Tribe Astray : The Amazon’s Kayapo Indians traded the wealth of their land for cars, planes and money. Now Brazil has shut off the tap, leaving them with an undermined culture and devastated homeland”, en Los Angeles Times, 29 de agosto de 1995: https://www.latimes.com/archives/la-xpm-1995-08-29-mn-40021-story.html.

Otros ejemplos: esquimales que venden la carne de los animales que cazan en sus tierras: https://www.cbc.ca/news/canada/north/inuit-hunting-market-cultural-betrayal-or-necessity-1.2616577; y aborígenes australianos que arriendan sus tierras a petroleras: https://www.clc.org.au/articles/info/mining-and-development.

[2] Véase: https://en.wikipedia.org/wiki/Wilderness_Act.

[3] A partir de esta premisa, los promotores de la teoría del Antropoceno extraen como conclusión que ya no queda Naturaleza que preservar y que deberíamos aceptar e incluso aplaudir la dominación humana sobre el planeta. Véanse, por ejemplo: Ned Hettinger “Valorar el carácter natural en el Antropoceno” (https://www.naturalezaindomita.com/textos/naturaleza-salvaje-y-teora-ecocntrica/valorar-el-carcter-natural-en-el-antropoceno) , o Brandon Keim “la Tierra no es un jardín” (https://www.naturalezaindomita.com/textos/naturaleza-salvaje-y-teora-ecocntrica/la-tierra-no-es-un-jardn), en Naturaleza Indómita.