Nota: aquí meramente aparece nuestra presentación del texto. El texto completo puede leerse en formato pdf haciendo clic en el título del artículo. 

 

Como ya hemos dicho en otras ocasiones, sucede con demasiada frecuencia que cuando los filósofos se meten a aclarar las cosas acaban liándolas aún más. En cierto modo esto es también lo que le pasa al autor del siguiente texto. No de forma tan exagerada como a otros autores, pero sí hasta cierto punto. ¿Por qué decimos esto? Pues, sencillamente, porque lo que dice el autor en el texto acerca del debate sobre la noción de la “Naturaleza salvaje”, a pesar de ser en gran medida acertado, se podría resumir en pocas frases sin tanta referencia a intrincadas teorías y términos filosófico-lingüísticos (tales como, “performativo”, “gramática de los términos”, “juego del lenguaje”, definición “reportiva”, etc.). Básicamente el autor lo que viene a decir, de una forma excesivamente enrevesada, es que los términos o expresiones tienen unos significados convencionales, es decir, que vienen dados por el uso habitual de los mismos que realizan los hablantes de un idioma en cada contexto determinado y que, por tanto, tratar de usar dichos términos o expresiones de forma descuidada o intentar definirlos en sentidos poco convencionales y sin tener en cuenta cada contexto, suele generar confusión, malentendidos y discusiones espurias e innecesarias (o incluso, como es el caso del debate sobre la idea de la Naturaleza salvaje, contraproducentes). En definitiva: llamar “peras” a lo que todo el mundo suele llamar “naranjas” no ayuda precisamente a aclarar las cosas, sino que las complica aún más. Luego es importante usar el lenguaje (y sobre todo el vocabulario) adecuadamente en cada contexto para evitar confusiones. Bien, pues para decir esto, que cualquiera con dos dedos de frente debería tener en cuenta a la hora de expresarse, el autor dedica todo un artículo lleno de razonamientos abstrusos y vericuetos filosóficos.

Eso sí, como hemos dicho, a pesar de todo, el autor da en el clavo en la mayoría de lo que dice acerca de dicho debate y de quienes lo promueven: una panda de filósofos medioambientales pedantes y posmodernos que, pensando que han descubierto la rueda, en la práctica están tirando piedras contra su propio tejado (es decir, contra lo que dicen querer defender y proteger: la Naturaleza). Es más, la forma de enfocar la crítica del debate sobre el concepto de la “Naturaleza salvaje”, basándose principalmente en analizar el uso del lenguaje y no tanto en entrar a discutir el contenido del mismo (es decir, las teorías y los hechos que se tratan de expresar con él), que es lo que suelen hacer otros autores (en esta página hemos publicado artículos de algunos de ellos) muestra otro frente más desde el que el rechazo relativista del concepto de la Naturaleza salvaje puede y debe ser atacado. Por desgracia, en ocasiones parece como si el autor, llevado por el celo filosófico-lingüístico analítico, acabase cayendo en un error similar al de aquellos a quienes critica (es decir, confundir el lenguaje con la realidad, el nombre dado a los supuestos hechos con los hechos en sí) pero por el lado contrario, por así decirlo, ya que en varias partes del texto parece estar dando a entender que para poner en cuestión la validez de ese debate no es necesario tener en cuenta la realidad objetiva a la que se refiere el lenguaje, sino que con centrarse en analizar el uso de dicho lenguaje y aplicarlo bien basta. O incluso que el lenguaje es lo único real o lo que genera la realidad. Esto de analizar el lenguaje es como tratar de desenredar una maraña de alambre de espino, si uno no tiene mucho cuidado, puede acabar fácilmente atrapado dentro del propio enredo.