La Naturaleza salvaje: una necesidad humana
Por Sigurd Olson
Durante millones de años el hombre compartió los equilibrios y relaciones ecológicos con otras criaturas en un entorno común. Por tanto aún forma parte fisiológica y espiritualmente de un pasado primigenio, aún se halla adaptado a la naturaleza y nunca esta lo suficientemente feliz o contento cuando se ve apartado de su influencia. El hombre se volvió humano a causa del desarrollo de su cerebro, a su capacidad para adaptarse a nuevas situaciones y al lento crecimiento de la consciencia y la percepción. A pesar de su sofisticación y genio inventivo, aún no entiende o aprecia la importancia de la belleza natural y de preservar algunas zonas donde el paisaje antiguo siga estando imperturbado.
En el fondo de su subconsciente, una parte de sus memorias raciales es una sensación perdurable de unidad con la vida que no puede negar. Dentro de él hay un hambre y un anhelo por lo salvaje[2] y la naturaleza, que no es capaz de entender bien. Necesita sentir la tierra bajo sus pies, usar sus músculos del modo para el que deben usarse, conocer la calidez y la luz de los fuegos de leña en refugios primitivos al amparo de las tormentas. Necesita sentir los antiguos ritmos, el cambio cíclico de las estaciones, ver los milagros del crecimiento y sentir aquellos aspectos que son cruciales para la subsistencia. Sigue siendo, a pesar de sí mismo, una criatura de los bosques y las praderas abiertas, de los ríos, los lagos y las costas marinas. Necesita mirar a las puestas de sol y a los amaneceres y a las salidas de la luna llena. Aunque esté conquistando el espacio y produciendo vida, las viejas necesidades y añoranzas siguen siendo parte de él y, en su civilización tecnológica urbanizada, sigue oyendo la canción de la naturaleza salvaje.[3]
El bosque apartado[4] con todas sus fluctuaciones, sus múltiples facetas y sus sorprendentes interdependencias, forma parte de él. El bosque es más que los árboles, el suelo y el agua, mucho más que aquello que jamás pueda ser visto. Es un lugar donde puede sentir el mundo tal como solía ser, un refugio para el espíritu en el que puede encontrarse a sí mismo en un entorno que está degradándose y en el que se están perdiendo los antiguos valores –los valores que hicieron que él sea lo que es.
En nuestra rápidamente creciente civilización, con sus nuevas ciudades y comunidades y sus cada vez más abundantes usos industriales contaminando el aire, el suelo y el agua y trayendo la fealdad a los lugares bellos, los problemas del hombre son muy reales. Las enormes concentraciones de gente en megalópolis inhumanas, trasladadas desde un entorno natural hacia un entorno cada vez más artificial, hacen que la preservación de áreas salvajes o inmaculadas[5] tenga un valor incalculable.
Estos lugares deberían ser preservados del desarrollo o la explotación por la simple razón de que son necesarios para que el hombre moderno encuentre solaz y equilibrio. Ningún árbol debería cortarse ahí, no se debería permitir que ninguna máquina deje cicatrices en su superficie, ni se debería permitir ningún tipo de contaminación, ni que cualquier criatura o vegetación salvaje sea eliminada en ellos. Perturbad lo más mínimo dichos lugares y perderán su valor. El espíritu del hombre se marchita en presencia del desequilibrio, porque sólo en la naturaleza puede obtener una perspectiva.
Se ha dicho que la belleza está en el ojo de quien mira y que es su propia excusa para existir. El hombre necesita belleza tanto como necesita alimento. Está constantemente buscándola. Los artistas pasan sus vidas creándola, pero para la inmensa mayoría la belleza se halla en la simplicidad de las cosas naturales. La fealdad es repulsiva para el hombre, pero la belleza le mantiene. El bosque apartado es vital para la felicidad del hombre, pero solamente si éste es consciente de las fuerzas invisibles que actúan dentro de ese bosque, el hombre podrá apreciar verdaderamente el valor de aquél.
[1] Traducción a cargo de Último Reducto de “Wilderness: A Human Need”, reproducido en Unmanaged Landscapes: Voices for Untamed Nature, Bill Willers (ed.), Washington, DC: Island Press, 1999, págs. 173-174, a partir del original publicado en The Hidden Forest, Viking Press, 1969. N. del t.
[2] “Wildness” en el original. Se refiere al carácter salvaje, aunque puede ser traducido de diferentes modos según el caso. N. del t.
[3] “Wilderness” en el original. Se refiere a las zonas poco o nada humanizadas. Se puede traducir de diversas formas según el contexto. N. del t.
[4] “Hidden forest” en el original. N. del t.
[5] “Wild and unblemished areas” en el original. N. del t.