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El valor que le vemos al siguiente texto es que es una refutación sencilla y en tono ameno a los típicos ataques humanistas y postmodernos en contra del concepto de la Naturaleza salvaje. (Existe otro texto de Foreman, “El mito del paisaje precolombino humanizado”, en que se desarrollan de forma más elaborada muchos de los argumentos aquí presentados).

Como de costumbre, sin embargo, hay que señalar ciertos problemas o defectos que le vemos al texto.

Para empezar, el autor hace ciertos guiños y concesiones, al menos de boquilla, a la defensa de la justicia social. Si bien esto puede tener aparentemente una justificación estratégica (ganarse para la causa conservacionista a quienes dan importancia a las luchas sociales por la igualdad y la solidaridad; o, al menos, no espantarlos), en realidad, en el fondo y a largo plazo es un error (la justicia social es un asunto, como mínimo, totalmente independiente de la defensa de la Naturaleza salvaje, cuando no incompatible con ella; y de hecho, ésta es precisamente la razón por la que los humanistas, postmodernos o no, suelen atacar o tratar de desvirtuar la segunda). Aparte de ser un engaño en este caso: Foreman en realidad nunca ha mostrado mucho interés por la justicia social, sino más bien lo contrario, siempre ha defendido no mezclar la conservación con las luchas izquierdistas y él mismo se declara incluso conservador y “de derechas”.

Además, es típico de Foreman confundir la Naturaleza salvaje protegida con la Naturaleza salvaje y el carácter salvaje en sí. Para él, a menudo, parece que lo único salvaje es lo protegido. Sin embargo, la parte protegida de la Naturaleza salvaje es sólo eso, una parte de la misma.

Y ya hemos comentado en otras ocasiones que la protección legal de la Naturaleza (a la que Foreman da una importancia absoluta) no será ni suficiente ni eficaz a largo plazo para salvar la Naturaleza salvaje del acoso que sufre y seguirá sufriendo por parte de la sociedad tecnoindustrial. La única forma de salvar realmente y de forma definitiva lo salvaje es eliminar la sociedad tecnoindustrial.

En relación con todo esto, el autor comete la grave torpeza intelectual de decir que el carácter salvaje es meramente un “concepto humano”, dando a entender que lo único real son los lugares y seres salvajes concretos y que cualquier idea o noción abstracta acerca de los mismos carece de base real. Pero, si la noción del carácter salvaje es meramente una invención humana, si no se refiere a un rasgo que exista en la realidad, ¿cómo sabemos que son realmente salvajes los seres y sistemas que Foreman pretende proteger? El carácter salvaje no es una invención humana, sino un rasgo objetivo de ciertos procesos, sistemas y seres físicos (aquellos que existen y funcionan por sí mismos, que no son artificiales y actúan autónomamente, siguiendo sus propias dinámicas). Foreman es un apasionado defensor de la Naturaleza salvaje con muchos años de experiencia a sus espaldas, y esto le honra y le hace digno de ser tomado como referencia en muchas ocasiones, pero a veces intelectualmente deja mucho que desear. Echar por tierra toda abstracción, toda idea, toda noción, todo concepto como meras invenciones humanas, es una torpeza (aparte de que la crítica abstracta de la “abstracción” es, irónicamente, un rasgo típico de muchos posmodernos).

En cuanto a que proteger legalmente, es decir, dejar voluntariamente sin explotar o destruir ciertas zonas salvajes es un acto de humildad, a pesar de ser cierto, supone también un problema: desvía la atención respecto de las causas últimas de la destrucción y sometimiento de la Naturaleza salvaje, que son materiales (población, tecnología, expansión geográfica, etc.), hacia “causas” que en el mejor de los casos son secundarias cuando no meros efectos de dicha destrucción y sometimiento (valores, actitudes, ideas, voluntades). La falta de humildad frente a la Naturaleza no fue la causa primera de la dominación de lo salvaje (es más bien el efecto de la misma; un efecto que a su vez refuerza dominación, por supuesto, pero que no fue su origen), y por tanto, la humildad, por necesaria que sea, tampoco va a ser suficiente para salvar lo que queda de salvaje en la Tierra.