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PRESENTACIÓN DE “EL CUENTO DE LA TIERRA GESTIONADA

En el siguiente texto, el autor, David Ehrenfeld, muestra una actitud escéptica frente al progreso tecnológico. A lo largo del artículo hace un repaso general a las soluciones tecnológicas que están promoviendo aquellos que creen que la sociedad moderna podría y debería gestionar completamente la Tierra, señalando muchos de sus puntos flojos. El autor muestra cómo el funcionamiento de muchos de los sistemas tecnológicos modernos es más que deficiente y cómo muchos de sus fallos son inevitables, ya que forman parte inherente del propio funcionamiento de dichos sistemas, haciéndolos inviables a largo plazo. Y precisamente en esto radica el valor de este artículo: muestra cómo gran parte de las promesas tecnófilas son mera propaganda, alardes y ensoñaciones que nunca llegarán siquiera a hacerse realidad o que, al menos, no lo harán exactamente del modo que sus promotores esperan y predican. Eso sí, mientras tanto, en el intento y hasta que se haga patente su fracaso lo estropearán todo aún más, generando graves efectos secundarios, a menudo imprevistos.

Sin embargo, a la hora de poner en cuestión el desarrollo tecnológico no basta con desvelar el carácter irrealista y nada factible de muchas de sus promesas, señalando aquellos aspectos de las mismas que son intrínsecamente inviables. Es preciso complementar dicha crítica de la inviabilidad con la crítica, más profunda, de los propósitos o fines declarados del desarrollo tecnológico. No basta con mostrar por qué no se lograrán muchas de las metas de los tecnófilos (o por qué los resultados no serán precisamente los esperados y prometidos), sino que también hay que señalar que dichas metas en realidad no son tan buenas ni deseables como los promotores del desarrollo tecnológico aseguran. No basta con cuestionar la factibilidad o viabilidad de las tecnologías modernas, hay que cuestionar también el valor que se le otorga a su utilidad, a los propósitos para los que se supone servirán. Y esto, Ehrenfeld, tiende a pasarlo por alto, centrándose sólo en señalar las limitaciones y fallos inherentes a las tecnologías modernas, pero sin cuestionar los fines para los que se pretende usar dichas tecnologías.

En estrecha relación con lo anterior el autor, a pesar de llevar ya muchos años analizando y criticando la sociedad tecnoindustrial, carece del valor y/o la inteligencia necesarios para extraer de sus propias observaciones la conclusión obvia, clara y tajante de que la sociedad industrial basada en la tecnología moderna no funciona y que mejor sería deshacernos de ella. Ehrenfeld, contra toda lógica, concede cierto valor y deja la puerta abierta a ciertas formas de tecnología moderna, incluso a aquellas formas que él mismo critica en el texto, y a la posibilidad de que esta sociedad siga adelante gracias a la innovación tecnológica, al ahorro de recursos y energía o no se sabe bien a qué. No es extraño, pues, que diga que le gustan los paisajes con parques eólicos.

Tampoco está muy claro que acierte en sus críticas y argumentaciones en todos los casos. A lo dudoso de algunos de los datos, fuentes y referencias que usa (por ejemplo, cuando cita a la ecofeminista Vandana Shiva diciendo que los cultivos tradicionales producen mayor cantidad de comida por unidad de superficie que los monocultivos industriales; ¿es esto cierto siempre, con cualquier cultivo y en todo lugar?) habría que añadir la omisión de ciertos datos y aspectos importantes en algunos casos (por ejemplo, olvida señalar que una de las deficiencias ineludibles de la producción eléctrica eólica y solar es que es impredecible, inconstante y poco fiable, dado que depende de las condiciones meteorológicas).

Por otro lado, el autor, como es costumbre también entre muchos otros autores conservacionistas y ecologistas, cae en el idealismo al plantear, citando a Wendell Berry, que la causa última de los problemas modernos es el deseo de poder y control (en realidad, éste deseo, cuando existe, es sólo una consecuencia de problemas y causas materiales previos) y, en consecuencia, propone como solución un cambio general en los valores y, más en concreto, predica la práctica de la humildad y la moderación para así lograr “un mundo mejor”. Parece mentira que alguien tan escéptico con la viabilidad de la tecnología moderna y con los límites de la predictibilidad y el control humanos sobre los fenómenos naturales sea tan ingenuo respecto a la factibilidad y eficacia de las estrategias basadas en predicar una toma de conciencia generalizada y un cambio voluntario de valores. Al igual que las falsas promesas tecnófilas, estos cambios ideológicos generalizados ni se van a producir ni, aunque se produjesen, funcionarían como quienes los promueven esperan que lo hagan. Los “mundos mejores” suelen acabar siendo los peores infiernos.

Por último, una puntualización concreta: la “reforestación” a que hace referencia Ehrenfeld en el texto, en el apartado dedicado a la geoingeniería, no siempre es tan buena idea como él asegura. Cuando dicha “reforestación” se basa en el monocultivo industrial de plantaciones de árboles de especies exóticas y/o genéticamente modificadas en lugar de en la recuperación de los bosques autóctonos (que es lo que sucede en la mayoría de los casos), es más bien otro problema ecológico que añadir a la lista, por mucho CO2 que secuestre.