En memoria de Anholt como yo jamás la conocí
Por Kate McFarland
“La vegetación actual es el resultado de la destrucción humana del ecosistema forestal original que cubría la mayor parte de Ørkenen y de la posterior sobreexplotación de los recursos orgánicos. [...] Este tipo de naturaleza tiene un valor de conservación extremadamente alto, tanto en el contexto danés como en el europeo”. - Christensen y Johnsen, “The lichen-rich coastal heath vegetation on the isle of Anholt, Denmark: conservation and management”.
“Me resulta inconcebible que pueda existir una relación ética con la tierra sin amor, respeto y admiración por ella, y sin una gran consideración por su valor. Por valor entiendo, por supuesto, algo mucho más amplio que el mero valor económico; me refiero al valor en sentido filosófico”. - Aldo Leopold, A Sand County Almanac.
En una remota isla del Kattegat, a tres horas en barco del puerto más cercano en tierra firme, estuve a punto de encontrar un lugar al que pertenecer. Lo que obtuve, al final, fue también un brusco despertar a la realidad de la fascinación europea por la conservación de los páramos, a pesar de que se reconozca abiertamente que este “tipo de hábitat” ha derivado de la deforestación y la sobreexplotación antrópicas de la tierra.
Imagino que los lectores europeos quizá no comprendan mi agitación y me temo que lectores de todas las nacionalidades considerarán exagerada mi disquisición sobre los derechos de un paisaje. Pero así es como yo veo la peculiar historia de amor de Dinamarca/Europa con los páramos; con algunas especulaciones protofilosóficas añadidas, inspiradas por la reflexión y la introspección posteriores.
Permítanme comenzar, sin embargo, describiendo los factores que subyacen a mi adicción inicial a Anholt, la isla más remota de Dinamarca, una isla a la que casi amé -no, una isla a la que amé, a pesar de mí misma.
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