¿Por qué somos tantos?
Por Warren Hern
El siguiente texto lo publicamos porque el enfoque básico del autor, Warren Hern, acerca del problema de la superpoblación nos parece bastante atinado. En resumen, el autor compara, acertadamente, el proceso de desarrollo de las sociedades humanas con el proceso de desarrollo de los tumores malignos. Lo cual no es nada halagüeño para la Naturaleza en la Tierra.
No obstante, hay detalles concretos que queremos criticar. Los más importantes serían:
- Para empezar, el autor, probablemente, entre otras causas, debido a su experiencia personal como médico en un poblado de los indios shipibo en la Amazonia peruana, tiende a idealizar a los pueblos precivilizados.[1] En concreto, en el tema del artículo, tiende a creer que algunas (y sólo algunas) de esas sociedades controlaban voluntariamente su fertilidad mediante métodos de control de la natalidad primitivos, con lo que eran capaces de mantener indefinidamente el tamaño de sus poblaciones por debajo de la capacidad de carga de los ecosistemas correspondiente a su nivel de desarrollo tecnológico. Así, el autor dice: “Esto no quiere decir que los seres humanos no tengan la capacidad de regular su crecimiento demográfico. Por el contrario, los esfuerzos de los seres humanos por controlar su fertilidad son generalizados, legendarios y ampliamente documentados […] Los seres humanos han regulado su fertilidad desde los inicios de la humanidad e incluso en poblaciones preindustriales contemporáneas”. Esto es algo que nos resulta extremadamente inverosímil por diversos motivos. Los más importantes serían:
§ Primero, porque hacer esfuerzos por controlar la fertilidad no necesariamente significa lograr controlar eficazmente el crecimiento demográfico. Esto es simplemente un non sequitur. No todo lo que se intenta se consigue.
§ Segundo, los datos que el propio autor aporta en el artículo demuestran que los seres humanos, en general, no han logrado controlar el crecimiento de sus poblaciones para mantenerlas estables ni para no superar la capacidad de carga del entorno. Más bien han hecho lo contrario: aumentar la población siempre que el entorno y la mortalidad lo han permitido. Es decir, siempre que la natalidad ha superado a la mortalidad -a menudo debido a avances tecnológicos que o bien aumentaban la esperanza de vida directamente, o bien aumentaban la capacidad de carga del entorno; o ambas cosas-. Y luego, cuando la población aumentaba, incrementar de nuevo, a ser posible, la esperanza de vida o la capacidad de carga del entorno por medio del desarrollo de nuevas tecnologías.[2] O bien ocupar zonas menos pobladas y colonizables (es decir, con una capacidad de carga aún lo suficientemente grande como para mantener esa población inmigrante), si las había disponibles.
§ Tercero, aun en el caso de que fuese cierto que algunas sociedades primitivas eran capaces de frenar o detener el crecimiento de su población reduciendo voluntariamente su fertilidad/natalidad, eso sólo las hubiese puesto en desventaja evolutiva frente a otras sociedades circundantes que no se anduviesen con tantos miramientos y se reprodujesen despreocupadamente. El resultado habría sido que las sociedades que siguiesen esa estrategia de controlar voluntariamente el crecimiento de su población mediante la reducción deliberada de su fertilidad acabarían sucumbiendo en la competencia con otras sociedades cercanas que no la siguiesen y cuya demografía creciese.
§ Cuarto, a juzgar por cómo tienden a comportarse los seres humanos por naturaleza en lo referente a los asuntos relativos a la reproducción (en pocas palabras: en la mayoría de los seres humanos, los impulsos reproductor y sexual son mucho más fuertes que la voluntad y autocontrol necesarios para renunciar a tener hijos), creemos que, en los poco abundantes casos de sociedades primitivas que hubiesen sido capaces de mantener estable o (incluso reducir) su población, ello habría sido más debido a un aumento (buscado o no) de la mortalidad (guerras, hambrunas, enfermedades, catástrofes naturales, infanticidio, aborto, etc.) que a una reducción voluntaria de la natalidad mediante métodos anticonceptivos primitivos.
Sea como fuere, el propio autor reconoce en el texto que esos casos de sociedades primitivas que supuestamente autorregulaban su natalidad eficientemente habrían sido de todos modos minoritarios y que, en general, la población humana global ni lo ha conseguido ni lo ha intentado siquiera, por lo que ha aumentado casi continuamente (de manera exponencial o incluso superexponencial).
- Por desgracia, la excesiva fe del autor en que algunas sociedades primitivas sí controlaban voluntariamente el crecimiento de sus poblaciones mediante el control de la natalidad es causa y/o efecto de que el autor proponga el control de la natalidad como solución a la superpoblación actual, lo cual, a pesar de la mayor eficacia de los métodos anticonceptivos modernos, sigue siendo completamente ineficaz a la hora de revertir la enorme población humana global a niveles ecológicamente aceptables (que serían varios órdenes de magnitud inferiores a la población global actual) lo suficientemente rápido. Entre otras razones, porque los seres humanos, tomados en general, no somos precisamente buenos a la hora de restringir voluntaria y duraderamente nuestros comportamientos naturales.
- Siguiendo con los errores, Hern afirma que “Gran parte del crecimiento demográfico moderno no es el resultado de una mejor atención médica, sino de la alteración de los antiguos controles de la fertilidad y la natalidad que anteriormente mantenían el crecimiento demográfico en tasas más bajas”. Sin embargo, la mortalidad (y con ella la esperanza de vida) se ha visto claramente modificada con los avances en medicina del último siglo (y el propio autor lo reconoce, véase la nota de pie de página 2 de esta misma presentación) y ello, obviamente, es un factor importante en el aumento de la población en épocas recientes. La dinámica de la población depende de la relación entre dos fuerzas que empujan en sentidos contrarios: la natalidad (que empuja hacia el crecimiento demográfico) y la mortalidad (que empuja hacia la reducción de la población). Si algo reduce significativamente la mortalidad (e incluso aumenta a la vez la natalidad), como es el caso de la medicina moderna, es obvio que eso será un factor que empujará hacia el aumento de la población. Por supuesto que puede, en teoría al menos, haber otros factores que empujen en un sentido u otro con más intensidad, pero precisamente el que señala el autor (la alteración de los supuestos “antiguos controles de la fertilidad y la natalidad”) no es uno de ellos.
- El autor hace mucho hincapié en las ideologías pronatalistas como factor impulsor del crecimiento poblacional. Si bien muy probablemente sea cierto que algo influyan, el autor no parece tener en cuenta algo que está muy por encima de eso: la tendencia innata de la mayoría de los individuos de cualquier especie a dejar el mayor numero posible de copias de sus propios genes; es decir, a reproducirse. Aunque no hubiese ideologías pronatalistas la población, en general, seguiría tendiendo a crecer siempre que fuese materialmente posible. Las ideologías en todo caso refuerzan o debilitan ciertas tendencias del desarrollo de las sociedades humanas, pero ni las causan ni las revierten por sí solas.
- Esto nos lleva directamente a comentar, por enésima vez, el error más habitual entre autores conservacionistas como Hern: el idealismo. El autor, evidentemente, cree que las ideas, valores, actitudes e intenciones son la causa última de los problemas ecológicos en general y de la superpoblación en particular (“ideologías pronatalistas”) y que, por tanto, su solución también reside principalmente en cambiar de ideas, valores, actitudes e intenciones. Por ejemplo, cuando dice: “es posible que la especie humana reconozca a tiempo lo que está haciendo al planeta para revertir la tendencia y restaurar el ecosistema natural a las condiciones que prevalecían antes de la intervención humana”. Dejando aparte que darse cuenta de un problema no necesariamente implica (poder) resolverlo, la verdadera causa de la superpoblación reside en factores materiales de tipo ecológico (capacidad de carga para cada nivel de desarrollo tecnológico, depredación y competencia, enfermedades, etc.), biológico (tendencias naturales del comportamiento humano, es decir, naturaleza humana), físico (disponibilidad de recursos, energía y espacio), etc. Y por tanto, no deberíamos esperar que los cambios en las ideologías, la cultura inmaterial, la moral, las decisiones políticas, etc. vayan a tener mucho peso por sí solos a la hora de resolver dicho problema. Y menos aún cuando se basan en inverosímiles concienciaciones masivas y tomas colectivas de decisiones unánimes y libres generalizadas (si por algo nos caracterizamos los seres humanos es por no ponernos nunca de acuerdo todos en nada).
- El autor afirma que: “La hipótesis de que la especie humana es una neoplasia maligna global, un proceso ecopatológico, [que conlleva] el rápido crecimiento de la población humana, la destrucción generalizada por parte del ser humano de los entornos locales, regionales y continentales, así como del ecosistema global, la rápida urbanización, los cambios atmosféricos globales, la extinción antrópica de especies generalizada, la resistencia a la regulación de la población y muchas otras observaciones. Se trata de un fenómeno potencialmente reversible y, por lo tanto, de una hipótesis refutable. La especie humana es capaz de regular su fertilidad y su crecimiento demográfico, es capaz de restaurar los entornos y salvar a otras especies de la extinción, y es capaz de vivir en armonía con el resto del ecosistema”. Sin embargo, él mismo se contradice justo en el siguiente párrafo: “Esta hipótesis predice que, aunque la especie humana es capaz de llevar a cabo todas estas actividades no cancerosas e incluso las muestra ocasionalmente, seguirá comportándose en general como un cáncer para el planeta”. ¿Cómo así? ¿No será entonces que quizá nuestra especie no es tan capaz de llevarlas a cabo en la práctica como él afirma? En realidad, como hemos visto, la capacidad real de nuestra especie para cosas como éstas es bastante más reducida de lo que se suele creer. La demografía parece que no la hemos regulado completamente nunca, ni siquiera en el Paleolítico.[3] La restauración de ecosistemas salvajes o la recuperación de especies amenazadas se producen a mucho menor escala que la destrucción de hábitats naturales y la desaparición de especies en peligro de extinción.[4] Y suponemos que lo de ser capaces de “vivir en armonía con el resto del ecosistema” lo dice por las sociedades primitivas pero, como ya hemos señalado, las está idealizando.
Y habría también otros detalles menos importantes que comentar, pero no merece la pena alargar más esta presentación.
Por último, por si algún lector desea profundizar en la hipótesis planteada por Hern, indicamos a continuación los enlaces a las traducciones de otros dos textos posteriores del autor sobre el mismo tema, las cuales hemos decidido no publicar aquí, dado que repiten en gran medida las ideas de este texto:
§ “¿Es la cultura humana un cáncer debido al crecimiento descontrolado de la población y la destrucción ecológica?” (1993): https://drive.google.com/file/d/1-SHiTGehxBChA8kK6EP5HI7O5aZoV-Wf/view?usp=drive_link.
§ “Malignidad urbana: similitud entre las dimensiones fractales de la morfología urbana y de las neoplasias malignas” (2008): https://drive.google.com/file/d/1khUtc1yJB6zIwAga5nRyQxjzvkqBRtzO/view?usp=drive_link.
[1] Por ejemplo, cuando dice: “Les iba bien hasta que entraron en contacto con los exploradores europeos”. Aquí Hern parece olvidar que antes de llegar los europeos muchos de esos pueblos ya conocían y practicaban asiduamente cosas como las guerras, las desigualdades sociales extremas o la esclavitud. Y no creemos que, por ejemplo, quienes morían o eran gravemente heridos en ataques enemigos o eran capturados como cautivos y hechos esclavos o sacrificados a los dioses estuviesen de acuerdo con el autor en que las cosas les iban bien. Y también parece olvidar que en algunos casos algunos de esos pueblos precoloniales crearon grandes civilizaciones, superpobladas, que ocasionaron un fuerte impacto en los ecosistemas circundantes (por no entrar a discutir casos más controvertidos como la teoría de la matanza excesiva pleistocénica de P. Martin, a quien el autor paradójicamente toma como referencia). No hay nada que desmienta la sospecha de que, para cuando llegaron los europeos, muchos de esos pueblos ya habían crecido demasiado e igualmente amenazaban con haber destruido o subyugado su entorno natural por sí solos de no haber sido colonizados por los europeos (de hecho, el autor, de nuevo paradójicamente, cita como referencia la obra de W. M. Denevan y, por ende, inadvertidamente asume sus exageradas e ideológicamente sesgadas teorías acerca de una América precolombina sumamente humanizada).
[2] El propio autor dice: “adaptaciones culturales como la agricultura, las armas para la caza y la defensa contra otros animales [y el uso y fabricación de herramientas de piedra y el dominio del fuego, añadiríamos nosotros] y la atención médica moderna han dado lugar a tiempos de supervivencia cada vez más largos para los seres humanos”.
[3] Véanse, por ejemplo, las gráficas de la figura 3 del artículo. Incluso entonces la población humana crecía en general, aunque lo hiciese aún muy lentamente.
[4] Eso cuando dichas restauración y recuperación son posibles, porque no olvidemos que ciertos aspectos del impacto humano en el entorno no son realmente reversibles: un bosque primario que desaparece lo hace seguramente para siempre, una especie que se extingue ya no vuelve y no digamos ya los cambios atmosféricos globales, sobre los que la humanidad no tiene ningún control por muchas cumbres del clima y paripés de ésos que se hagan.