Recuperemos el rewilding: la ambigüedad del término "rewilding"
Por Kate McFarland
Prólogo
Como otras muchas personas, me vi cautivada por el movimiento norteamericano a favor del rewilding gracias al clásico libro de Dave Foreman Rewilding North America. Yo llegué relativamente tarde a dicho movimiento, como una diletante de la ética ecológica que descubrió la obra de Foreman en 2020.
El contexto fue el siguiente: hacía poco que me habían contratado de forma inesperada como directora asociada de un centro de ética en una importante universidad. No era un puesto de investigación y mi formación no es la de una especialista en ética. Sin embargo, soy filósofa y, como tengo una inclinación natural por la investigación filosófica, me animé a unirme a la diversión de pensar sobre la filosofía moral. En aquel momento, las experiencias en la Naturaleza y con la fauna salvaje (léase: las aves) se habían convertido en una parte muy importante de mi vida diaria y habían reavivado un anhelo por las ciencias naturales reprimido durante mucho tiempo. Así pues, mi predisposición natural era pensar en especial en la ética medioambiental, sobre todo desde una perspectiva no antropocéntrica, que siempre me pareció la posición en principio más obvia.
Me cautivaron especialmente el holismo ecológico y los temas estéticos que se expresan en A Sand County Almanac de Aldo Leopold y... bueno, supongo que al principio pensaba que Leopold era la leche y que empecé a desconfiar un poco de los filósofos de carrera que escribían sobre ética medioambiental. Sin embargo, como suelen hacer los filósofos, empecé a esbozar mis propias ideas sobre cuál sería mi punto de partida si tuviese que defender mi propia postura ética ecológica. La idea de la que no pude desprenderme -y, a día de hoy, sigo sin poder- era que los procesos evolutivos que se despliegan de forma natural son los portadores fundamentales del valor y que esto motiva la exigencia de proteger de nuestra intromisión y control grandes extensiones autogobernadas de tierra (y mar). De este modo, la protección de los espacios naturales es un medio de expresar nuestro respeto y reverencia por la Naturaleza autónoma y no teleológica de la evolución. En otras palabras, la evolución debe ser respetada como algo sagrado, no mancillada ni profanada por la imposición del control humano sobre cada centímetro cuadrado de la Tierra. Más adelante desarrollaré estas ideas y contrastaré esta perspectiva ética con aquella que presuponen algunos otros proyectos que se autodenominan “rewilding” (especialmente en el contexto europeo). Por ahora, sin embargo, quiero señalar que estas intuiciones morales fueron lo que en primer lugar me atrajo del movimiento a favor del rewilding.
En el transcurso de mi propia investigación sobre ética medioambiental, me sentí alentada y sorprendida al descubrir a un autor que defendía -o, mejor aún, presuponía- algo muy parecido a mis propios pensamientos intuitivos sobre la ética ecocéntrica: el autor era Dave Foreman, y el libro se titulaba Rewilding North America. Me hice con un ejemplar del libro esperando encontrar en él propuestas interesantes acerca de la conservación, pero no necesariamente profundidad filosófica, ni mucho menos la expresión de posturas éticas tan afines a mis propios incipientes puntos de vista: los procesos evolutivos son uno de los elementos intrínsecamente valiosos de la Naturaleza y es nuestro deber preservarlos; lo correcto es considerar con humildad y respeto los procesos creativos autónomos y autodirigidos de la Naturaleza y, en parte, manifestamos este respeto dejando espacio para que la Naturaleza continúe sin nuestra intromisión; la protección de grandes zonas naturales salvajes es importante porque éstas proporcionan el espacio necesario para que continúen los procesos evolutivos que se desarrollan de forma orgánica.
Desde el principio me llamó la atención el inusitado énfasis que Foreman ponía en la importancia de salvaguardar la capacidad de la Naturaleza para la evolución y la especiación, y con “inusitado” me refiero al hecho de que hacía mucho hincapié en que era algo de suma importancia. En estos pasajes, Foreman citaba a menudo a Michael Soulé, que había incluido “La evolución es buena” como uno de sus postulados normativos de la biología de la conservación en su influyente artículo de 1985 “¿Qué es la biología de la conservación?”. Este interés se vio aumentado por los frecuentes recordatorios de Foreman acerca de que el término “wilderness” significa tierra con voluntad propia. Lejos de ser un mero dato etimológico, esta definición es filosóficamente esclarecedora, ya que esta redescripción del concepto de tierra salvaje se enfrenta directamente a las manidas quejas en contra de la coherencia del concepto: que si los seres humanos formamos parte de la Naturaleza, que si lo que consideramos “prístino” en realidad fue moldeado por las actividades de los pueblos indígenas, que si en el Antropoceno ya nada puede seguir siendo prístino, etcétera. Cuando pensamos en los entornos naturales salvajes como tierras con voluntad propia, podemos ver que estas quejas no vienen al caso, ya que lo que nosotros sí tenemos es de hecho una concepción del respeto por la autonomía y, por lo tanto, podemos tener una concepción del respeto por la tierra con voluntad propia como tal. Vale, el ser humano forma parte de la Naturaleza, ¿y qué? Podemos tomar la decisión deliberada de permitir que otras partes de la misma perduren sin nuestra interferencia activa en su propia actividad, donde estas otras partes incluyen no sólo “bestias con voluntad propia” sino también grandes espacios en los que puedan seguir desarrollándose los mismos procesos evolutivos que nos crearon a nosotros.
El último párrafo de Rewilding North America resume muchos de sus inspiradores temas morales centrales, que también hacen hincapié en las virtudes de la humildad y la moderación:
Los espacios naturales salvajes y la vida salvaje, como realidades naturales y como ideas filosóficas, tienen que ver fundamentalmente con la humildad y la moderación por parte de los seres humanos. Recordemos que en inglés antiguo wil-der-ness significa tierra con voluntad propia y wildeor significa bestia con voluntad propia. Nuestra guerra contra la naturaleza proviene de intentar imponer nuestra voluntad a toda la Tierra. Para desarrollar y practicar una ética de la tierra, debemos considerar como valiosos tanto al “wil-der-ness” como a los wildeor. Sólo dando el salto moral de abrazar, celebrar, amar y restaurar la naturaleza autogobernada podremos detener la guerra contra la naturaleza y salvarnos a nosotros mismos. [...] Sólo reasilvestrando y curando las heridas ecológicas de la tierra podremos aprender humildad y respeto; podremos volver a casa, al fin. Y sólo así la gran danza de la vida podrá continuar desplegándose en toda su belleza, integridad y potencial evolutivo. (Pág. 229).
Así pues, fue precisamente esta perspectiva moral subyacente la que me atrajo al movimiento norteamericano a favor del rewilding. En un mundo en el que la conservación se ve consumida por la política, la economía y la condescendencia para con los intereses humanos, lo que más aprecié fue el descubrimiento de un enfoque de la conservación que partía de una base moral firmemente ecocéntrica y después seguía por la vía científica, preguntándose primero “¿Qué es lo moralmente correcto?” y en segundo lugar “¿Qué debemos hacer, ecológicamente hablando, para tratar de conseguir lo que es correcto?”.
Leí Rewilding North America en 2020, durante el confinamiento de la COVID-19. El verano siguiente, se reabrieron las fronteras internacionales y dejé mi casa de Ohio para perseguir una vieja ambición: vivir en el campo sin coche y basándome en un medio de transporte activo, un estilo de vida que es mucho más fácil de conseguir en Europa que en Estados Unidos. En principio, no debería haber ningún conflicto entre el acceso a una vida rural basada en el transporte activo y la presencia de un movimiento fuerte de conservación de los espacios naturales y las tierras salvajes en aras de la Naturaleza salvaje. Después de todo, fue el ensayo de Henry David Thoreau “Walking” [“Caminar”] (no “Driving” [“Conducir”]) el que empezaba así: “Quiero hablar en nombre de la Naturaleza, de la libertad absoluta y del carácter salvaje [...]. Deseo hacer una declaración extrema, si se me permite ser enfático, porque ya hay suficientes paladines de la civilización”.
En Europa, sin embargo, descubrí algo más que el estilo de vida que deseaba. También aprendí que la palabra “rewilding” se utiliza sistemáticamente para referirse a una práctica diferente -el pacido naturalizado- que no sólo difiere superficialmente de las “3 Cs” y de la conservación a escala continental, sino que además, tal como ha sido enmarcado y promovido por organizaciones como Rewilding Europe, carece de los firmes fundamentos morales ecocéntricos que se hallaban tan arraigados en el movimiento norteamericano a favor del rewilding. Algo que era ejemplificado por la desaparecida revista Wild Earth y que en la actualidad es defendido en la declaración de la visión de The Rewilding Institute. En la siguiente parte de este texto, analizaré las aparentes discrepancias ecológicas y éticas existentes entre los movimientos norteamericano y europeo a favor del “rewilding”. Para empezar, sin embargo, volveré a mis raíces situadas en la filosofía del lenguaje para hacer una afirmación semántica: la palabra “rewilding” simplemente significa cosas diferentes en las tradiciones norteamericana y europea. (Debo señalar que ésta no es ninguna observación novedosa. De hecho, Mark Fisher ha hecho muchas observaciones similares en un artículo anterior en Rewilding Earth).
Para mí, una consecuencia de esto es que ya no puedo decir si apoyo o no el rewilding. Recientemente he tenido el honor de ser nombrada miembro del Consejo de Administración de The Rewilding Institute (TRI) y, siempre que esté hablando con mis colegas del TRI, diré sin vacilar que apoyo el rewilding. Sin embargo, vivo principalmente en Europa, donde me resisto a expresar mi apoyo al rewilding, ya que creo que muchos de los proyectos de pacido naturalizado que se llevan a cabo bajo esta etiqueta son, en el mejor de los casos, poco inspiradores y, en el peor, fundamentalmente erróneos tanto desde el punto de vista ecológico como ético. No es que yo sea sincera en América pero no en Europa o viceversa; es que me he dado cuenta de que es probable que la frase “yo apoyo el rewilding” se interprete de formas diferentes en cada uno de ambos contextos. Sería un poco ridículo asumir que mi apoyo entusiasta a la visión de Foreman expresada en Rewilding North America implica también que apoyaré el pacido naturalizado en cuanto cruce la dorsal central del Atlántico. Al fin y al cabo, se trata de una frontera divergente y mi afirmación es que el significado del término “rewilding” también diverge en ambos continentes. Una vez que aceptamos la ambigüedad semántica, los que pertenecemos a la tradición norteamericana podemos ver con mayor claridad que las prácticas de “pacido naturalizado” generalmente denominadas “rewilding” en Europa no sólo son algo diferente de “nuestro” rewilding, sino que también merecen ser criticadas por motivos tanto ecológicos como éticos.
En septiembre de 2022, volví a Ohio para una breve visita y uno de mis objetivos fue repasar mi ejemplar de Rewilding North America para recordar por qué me había sentido tan inspirada por esa cosa llamada “rewilding” antes de mi autoexilio en el extranjero. Recuerdo que, la noche del 19 de septiembre, estaba en casa de una amiga y la obligué a soportar mis efusivos elogios a Foreman y sus olvidadas contribuciones a la ética ecológica. (Por suerte para mi amiga, ella tenía una copa de vino; por desgracia para ella, yo también). Una hora más tarde, más o menos, me retiré a la habitación de invitados y, por alguna razón, abrí ese maldito sitio web llamado Twitter. Sorprendentemente, el primer elemento en mi lista de novedades no fue la fotografía de un pájaro, sino un anuncio de The Rewilding Institute y nunca olvidaré lo conmocionada y desolada que me sentí en ese instante: “Nos entristece profundamente informar de que Dave Foreman ha fallecido esta tarde...”.
En el episodio inaugural del podcast Rewilding Earth, Foreman expresó su deseo de que The Rewilding Institute “defendiese a ultranza el concepto fundamental del rewilding” frente a las transformaciones de su significado. Espero que mis siguientes reflexiones sobre la perversión del uso de la palabra “rewilding” en Europa y la necesidad de reivindicar los fundamentos éticos y ecológicos del movimiento -sea cual sea la palabra que se utilice para designarlo- puedan contribuir en algo a su legado y a sus enormes aportaciones, así como a su deseo de que TRI defienda la visión original del rewilding.
Soy una recién llegada al movimiento del rewilding y, por supuesto, no pretendo ofrecer la última palabra al respecto. Espero y acogeré con satisfacción las opiniones sobre los proyectos y tradiciones que criticaré que sean contrarias a las mías, especialmente las de aquellos que estén de acuerdo con el punto de partida que constituyen las intuiciones morales básicas esbozadas anteriormente. Sólo pretendo abrir la puerta a unas conversaciones que es necesario mantener: no reconocer la ambigüedad semántica del término “rewilding” es pasar por alto los desacuerdos sustanciales en ecología, ética y práctica que se corresponden con esta divergencia en el significado.
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